Por Iván García.
Ir de compras, o simplemente husmear por las grandes tiendas de La Habana es un hobby muchos capitalinos. Pero solo un grupo reducido puede comprar sin mirar los precios de escándalo de las mercaderías, gravados con impuestos estatales entre 240 y 300%.
La mayoría adquiere lo justo. Un litro de aceite, dos jabones de baño, una caja de puré tomate o una bolsa de 250 gramos de detergente. Otros recorren las tiendas para ver detrás de las vidrieras con modelos de marcas y grandes pantallas de televisores que jamás podrán comprar.
Desde que en 2006 el General Raúl Castro tomara el batón presidencial, designado a dedo por su hermano Fidel, el régimen verde olivo eliminó absurdas regulaciones y prohibiciones autocráticas que habían transformado a los cubanos de a pie en ciudadanos de cuarta categoría en su propia patria.
El derecho de propiedad en Cuba era un mero adorno semántico. La población, legalmente, no podía vender su casa, obras de arte o un auto adquirido después de 1959 (aunque se vendían en el eficaz mercado clandestino). En 2011, Castro II legalizó lo que desde hacía tiempo acontecía por debajo de la mesa.
Después de la caída inesperada del Muro de Berlín y la desaparición del comunismo soviético, los cheques en blanco, las compotas y el petróleo del Cáucaso dejaron de llegar a Cuba.
Fidel Castro apostó por una resistencia numantina. Cuando en 1991, en un congreso de mujeres, señaló que conservaran sus prendas de vestir pues durante un tiempo iban a escasear, algunos pensaron que era una broma.
El hombre no venía de farol. Desapareció la libreta de productos industriales racionados, se quedó solo la de alimentos. Y la isla retrocedió a una etapa de indigencia, asolada por el hambre, enfermedades exóticas e inflación galopante.
A partir de 1993, cuando se despenalizó la circulación del dólar, se hicieron evidentes las brechas y diferencias en una sociedad diseñada para que todos los de abajo fueran iguales.
Aquéllos que poseían dólares vivían mejor que los trabajadores estatales, quienes devengaban sueldos miserables. Vestirse implicaba gastar el equivalente al salario de un semestre.
En una nación donde apenas existe publicidad y el Estado detenta un monopolio feroz sobre el consumo en divisas, camisas, blusas, sayas, pantalones y zapatos, entre otros, deben adquirirse en cadenas de tiendas administradas por empresarios militares.
Y a qué precios. Ropa de quinta categoría comprada al bulto en China, al por mayor en chinchales del Canal de Panamá o en rebaja a mayoristas de Brasil, son las que se venden en las tiendas cubanas. Un jean de marca pirata, calzado de mediana calidad y una camisa brasileña, en su conjunto, bien puede costar más de 100 dólares. Pocos pueden pagarlo.
Vestirse en Cuba es casi una odisea. Los que tienen parientes en el exterior prefieren, que además de dinero, les manden ropa y calzado. Entre los cubanos que laboran con extranjeros se ha vuelto habitual pedirles que, antes de marcharse, les dejen ‘cosas de vestir’.
Desde fines de los 80, al menos en La Habana, había personas que de manera clandestina se dedicaban a vender ropa, calzado y bisutería. Adquirían una buena cantidad de dólares, en ese tiempo ilegal, y a través de jóvenes de otros países que estudiaban en el país o turistas de paso, hacían grandes compras de pacotilla industrial en comercios exclusivos para diplomáticos y técnicos foráneos. Luego la revendían en el mercado subterráneo.
En Cuba siempre ha sido rentable la venta de ropa al detalle. Con la legalización del dólar y apertura de miles de tiendas estatales que ofertaban en moneda dura, los vendedores hicieron ajustes en sus negocios.
Y comenzaron a ofrecer precios inferiores al de los establecimientos del Estado. En 2010 se autorizó a modistas y sastres privados vender sus confecciones. Miles de casas-shoppings o ‘trapishoppings’ se abrieron en toda la geografía nacional.
Los artículos les llegaban desde el otro lado del Estrecho de la Florida, mediante cooperantes cubanos en Bolivia, Ecuador y Venezuela o eran transacciones ilegales de empleados que laboraban en grandes almacenes de insumos.
Justo a un costado del centro comercial Carlos III, en Centro Habana, funciona una bien surtida shopping particular. Alicia, profesora, suele acudir con frecuencia a este tipo de tiendas privadas. “El precio es más barato que en las shoppings oficiales, donde además de muy cara, es pacotilla fuera de moda”.
El pasado fin de semana las autoridades dieron de plazo hasta el 31 de agosto a las nuevas tiendas privadas. El ultimátum del régimen fue resaltado por un periódico de Sancti Spiritus.
“Se agota el plazo para reacomodar la función de modistas o sastres por cuenta propia a su función originaria. El primero de septiembre no debe quedar abierta en Sancti Spiritus, ni en Cuba, una sola casa-shopping”, aseguró Escambray, periódico de Villa Clara. La publicación provincial se refirió a las casas-shoppings como una “especie de bazar, antes puertas adentro, hoy exhibido en céntricos balcones y portales”.
Diario de Las Américas habló con un inspector de la oficina nacional tributaria. Según nos contó “se ha comprobado que gran parte de las mercancías de esas tiendas particulares entran a Cuba de forma clandestina, incluso se sabe que algunas son robadas”, aseguró.
Esta vuelta de tuerca contra los particulares no es nueva. En 2012, la Aduana General de la República restringió la entrada de pacotillas a la isla. Tras la ofensiva, los dueños de tiendas privadas señalan que el gobierno hace uso de un mazo de prohibiciones con el objetivo de elevar sus ventas en esos renglones, que han sufrido una caída cercana al 30%.
“Es una competencia desleal. Y utilizan la represión mediante leyes, en un intento por recuperar la clientela perdida”, apunta disgustado un vendedor particular.
La dueña de una tienda en el municipio 10 de octubre cree que “aunque las prohíban, de una forma u otra la gente seguirá comprando ropa por la izquierda, por la mala calidad y excesivos precios de las estatales. Solo debemos cambiar de método. Si antes vendíamos legalmente en el portal de nuestra casa, pagando los impuestos, volveremos a vender como en los 80″.
Los cubanos estamos habituados al negocio en negro. Es nuestro mercado natural.
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