Cuando dos noches atrás, en un hotel de la frontera dominico/haitiana, escuché a Roberto Carcassés cantando en el recital masivo por los agentes cubanos presos en Estados Unidos, lo primero que se me ocurrió fue que estaba perdiendo agudeza auditiva y confundiendo deseos con realidad.
Las cámaras, estrictamente concentradas en el escenario, no me permitieron observar las reacciones de los asistentes. Ni de los que estaban en la primera plana: familiares de los agentes presos, altos funcionarios y unas chicas que parecían como puestas allí para mostrar alegría. Ni del resto del público que se desplazaba por una plaza que antaño fue un elegante paseo y hoy es una explanada del peor gusto con la una estatua vejatoria dedicada a Martí. Pero estoy seguro que si entendieron en medio del bullicio, debieron sentirse en otro mundo.
Porque, que un cantante use una tribuna en un espacio público, y ante miles de espectadores, para pedir reformas políticas, es otro mundo. Al menos un mundo diferente al de los espectáculos totalitarios, del nacionalismo chabacano y de las liturgias enfermizas que ha practicado el gobierno cubano por décadas. En unos casos, a pulso, y en otras mezclando el discurso con la música, buena y mala.
Carcassés, arropado por el contagioso estribillo de “Quiero, acuérdate que siempre quiero”, pidió libertad para los cubanos presos y para María -que imagino puede ser cualquiera que esté preso(a)- el fin del bloqueo y del autobloqueo, la libertad de información para poder tener una opinión y la posibilidad de elegir al presidente. No pidió derrocar al gobierno, ni sonrió a Estados Unidos, ni dio la razón a los disidentes, a los que solo quiso equiparar en derechos a los militantes. Un principio básico de toda democracia y del sentido político común en el este siglo XXI.
Carcassés no presentó un programa político coherente antigubernamental, y eso fue lo mejor. Se limitó a decir dos o tres cosas que la abrumadora mayoría de los cubanos desean, y que no pueden decirlo porque carecen de la oportunidad de la tribuna o de sobrevivir después de la tribuna. Su grupo escenificó en público lo que está pasando todos los días en la Isla: la emergencia de situaciones de resistencia al poder autoritario que sigue pidiendo lealtad a cambio de pobreza, inseguridad y corrupción. Y que los dirigentes cubanos se obstinan en llamar malos hábitos en algunos casos y mercenarismos en otros.
Por todo esto, hay que saludar este gesto valiente de Carcassés y sus acompañantes, que esa noche cantaron por todos los cubanos, de adentro y de afuera, de derecha y de izquierda, politizados o apolíticos.
En principio la prensa ha reportado las algabarabías de los burócratas infecundos y algunas acciones coactivas administrativas. Temo que se produzca una escalada, pues la clase política cubana parece decidida a demostrar que frente a la crítica no autorizada, solo caben la represión y la violencia, desde los medios oficiales o en convivencia con ellos. Una violencia ejercida por una clase política que se comporta como un ejército de ocupación. Y que ya parece constituirse -junto con las casas en ruinas, los salarios miserables y los hospitales cayéndose a pedazos- en parte del paisaje nacional.
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