Este año la zafra azucarera quedó un 11% por debajo de lo previsto en la planificación estatal. Solo esa capacidad fabulosa que tienen los medios oficiales de amortiguar los fracasos, adornaron el desastre con tintes de optimismo.
Un peripatético locutor de la televisión dijo que, a pesar de un déficit en la producción de 133 mil toneladas, “la zafra 2012-2013 fue la mejor en los últimos nueve años”. Según la versión oficial, en los pobres resultados incidieron “dificultades en la eficiencia, debido a la obsolescencia tecnológica en la industria y la maquinaria agrícola, pobre organización e indisciplinas”.
El fiasco azucarero es un duro varapalo económico. La tonelada de azúcar se cotiza en el mercado mundial a 400 dólares. Por tanto, las raquíticas finanzas estatales dejaron de ingresar 53 millones 200 mil dólares.
El presidente Raúl Castro ha intentado revitalizar la otrora primera industria nacional haciendo recortes de carnicero. En 2012 cerró el enorme aparato burocrático del Ministerio del Azúcar y, con un tercio de los empleados, creó una empresa estatal llamada Azcuba.
La entidad anunció que aspiraba a un aumento del 20% en la producción azucarera con respecto a la cosecha anterior de 1 millón 400 mil toneladas. Se estudió la posibilidad de administrar con la firma Odebrecht de Brasil, un central en la provincia de Cienfuegos.
De manera minuciosa se planificó la preparación de la cosecha, petróleo a consumir por los medios de transporte, insumos a cortadores de caña, piezas de recambio a las maquinarias de los centrales y rendimiento por caballería de tierra sembrada de caña que se debía obtener.
La previsión fue un sonado fracaso. A un experto azucarero le pregunté por qué desde hace tiempo la producción azucarera no supera la barrera de los 2 millones de toneladas. Actualmente está jubilado, pero durante varios años laboró en el Ministerio del Azúcar, antaño una poderosa institución, con un presupuesto millonario y una estructura solo superada por las Fuerzas armadas y el Ministerio del interior.
En aquella época, el funcionario viajó por medio mundo, comprando equipos y maquinarias. “Si se quiere saber qué ha dejado de funcionar en las actuales campañas azucareras hay que hacer un poco de historia. A partir de 1911, en la Cuba republicana, la producción azucarera fluctuaba entre 5 y 7 millones de toneladas. Eran zafras que rara vez duraban 3 meses. La productividad por hectárea estaba entre las mejores del planeta. A nivel de Hawai o cualquier potencia azucarera de entonces. La industria cubana era una joya, con una eficiencia a nivel mundial. Con la llegada de Fidel Castro al poder en 1959, comenzó el lento declive de nuestra primera industria”.
El especialista continúa su relato. “Los disparates y el voluntarismo se sucedían a granel. La falta de piezas de repuesto para las maquinarias de los ingenios y la insuficiente capacitación del personal técnico en los centrales, que ocupaban puestos importantes gracias su lealtad política, fueron minando la industria azucarera. Castro se involucró en el sector a base de autoritarismo. Sus planes y fantasías hicieron mucho daño. Por puro capricho, sustituyó la variedad de caña que se sembraba en los campos, muy resistente a plagas y con alto volumen de sacarosa. La zafra de los Diez Millones, en 1969-1970, fue el tiro de gracia. Esas secuelas aún le están pasando factura a la producción de azúcar”.
Según el experto, Castro fue como un huracán devastador, una plaga dañina. “No solo se planificaba de forma errónea la campaña de frío, también se desperdiciaban los subproductos que genera la caña. Potencias azucareras como Brasil aprovechan todo. La caña no es solo es azúcar o alcohol. Sirve para producir muebles, medicinas y proteína animal, entre otras cualidades”.
En los años de la Guerra Fría, cuando Cuba se alió al grupo de países comunistas de Europa del Este, la isla vendía a precio preferencial su cosecha azucarera. No faltaban insumos, fertilizantes ni maquinarias. En la provincia de Holguín, a 800 kilómetros al este de La Habana, con tecnología rusa, se construyó una fábrica que producía cortadoras de caña.
Ya a finales del siglo XX, todo el andamiaje azucarero se había ido desmontando. En 2002, el gobierno puso en marcha un plan de reconversión de centrales. De los 156 existentes, 71 producirían azúcar; 14, azúcar y melado para alimentar el ganado, y de los 71 restantes, 5 serían reconvertidos en museos, 5 se mantendrían de reserva y los otros 61 serían desmantelados. Pero en 2005 fuentes gubernamentales reportaban que entre 40 y 50 de los centrales todavía activos serían cerrados.
En octubre de 2002, Fidel Castro diseñó un reordenamiento de la industria azucarera y lo nombró Tarea Álvaro Reinoso (sabio del siglo XIX, considerado padre de la agricultura científica en la isla). En un discurso pronunciado entonces dijo que en las próximas semanas se abrirían escuelas para no menos de 90 mil trabajadores del sector. De manera camuflada, miles de obreros azucareros fueron enviados al paro.
Hoy, decenas de ingenios, son almacenes de chatarra. Y los bateyes que les rodean, caseríos derruidos, con gente que subiste comiendo poco y mal y bebiendo alcohol en cantidades alarmantes.
Por la libreta de racionamiento se distribuyen 5 libras de azúcar per cápita. Y en venta liberada los precios son prohibitivos en un país donde el salario promedio mensual es de unos 20 dólares. La libra de azúcar blanca o refinada cuesta 8 pesos (0,40 centavos de dólar) y 6 pesos (0,30 centavos) la prieta o cruda. Y debido a su pésima calidad, en no pocas ocasiones el sector de hotelería y turismo ha tenido que exportar azúcar de Brasil y República Dominicana.
Cuando se haga la historia de los fracasos monumentales de la revolución de Fidel Castro, la industria azucarera ocupa un lugar cimero. De gran exportadora en el pasado, a importadora en el presente. Es la amarga realidad.
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