Por Polina Martínez Shvietsova.
Si le venden a la puerta un filete o palomilla, ¡Cuidado! Puede meterse en candela. Antes de 1959, no era así. El país poseía una masa ganadera de unos seis millones de cabezas de ganado, la misma cifra que la población cubana, tocaba a una vaca por cabeza. Cuba fue un gran productor de caña de azúcar, la que, entre otros beneficios, representó la base alimentaria para nuestra ganadería en la República.
Los productos derivados de esa masa vacuna eran para el consumo diario de la gente. La carne no faltaba en las carnicerías, plazas y casillas, en ofertas con diferentes precios. Si el rico comía filete, el pobre falda -de ahí salio la Ropa Vieja-. La carne de res era asequible a cualquier bolsillo. Un porciento de esta carne era destinada para la exportación y las industrias procesadoras de conservas. También la piel vacuna se empleaba en la fabricación de zapatos como las reconocidas marcas “Ingelmo” y “Amadeo”.
En los primeros sesenta, tuvieron lugar las intervenciones nacionalistas a los intereses extranjeros en Cuba. Las empresas más golpeadas fueron las norteamericanas, incluidas sus empresas ganaderas del oriente del país. Entonces el hombre humilde del campo fue integrado a la defensa “del país”. Así abandonó las tareas agrícolas y el desarrollo de su masa vacuna.
Algunos guajiros se mantuvieron cultivando y tratando de sobrevivir, a pesar de las intervenciones a los pequeños agricultores, pues el “benevolente estado revolucionario” le había entregado, y después les quitó, unas veinte caballerías de tierras que fueron expropiadas a los grandes terratenientes y a sus propietarios por herencia.
Los guajiros del Escambray fueron sacados a la fuerza de sus campos y desterrados a nuevas comunidades urbanas en la distante provincia de Pinar del Rio. Se crearon los Centros de Enseñanza Agropecuaria y los Institutos Politécnicos. Se enarbolaron y se organizaron grandes planes lecheros, como el de Jimaguayú, en la provincia de Camagüey, y “El Valle de Picadura”, en Matanzas. Pero todo fue quedando lentamente abandonado a la inercia y al desinterés oficial, hasta convertirse en ruinas.
En los centros para el desarrollo vacuno, la alimentación para el ganado provenía, mayormente, de los subsidios de la Unión Soviética. Nuestras vaquitas se alimentaban con granos como el chícharo, el sorgo, maíz y de algunos productos de desechos agrícolas derivados de la caña de azúcar. Sin embargo, tras la abundancia y los despilfarros desenfrenados, sobrevino la desviación y el robo de recursos.
Casi veinte años después del fin del subsidio soviético, la falta de carne de res para la población sigue siendo tan dramática como en aquellos tiempos de “bonanza económica”. Sólo unos pocos cubanos logran hacer malabares y saborearla aunque sea una vez cada año. Incluso, hasta en los grandes mercados de venta en CUC es notable el desabastecimiento de esa carne y sus derivados. A lo largo de medio siglo, el bistec de res ha sido un sueño prohibido para la gente humilde en Cuba.
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