A mediados de los años 60, en La Habana y en toda Cuba, restaurantes y cafeterías que antes de 1959 ofrecían variados menús criollos, de pronto se reconvirtieron en pizzerías. Algunas fueron especialmente construidas, en lugares céntricos.
Cuando uno ha vivido 44 años bajo el mandato ininterrumpido de un hombre como Fidel Castro, es mi caso, no se necesita rastrear mucho en internet para darse cuenta que ese ataque repentino de ‘italianitis’ debe haber sido resultado de uno de esos ‘enamoramientos’ que a cada rato él cogía. Y nada de amor desinteresado, qué va.
Pronto lo descubro, en el blog Cuba a 360 gradi. En un breve post rinden tributo a Leo Cittone, fallecido el pasado 6 de julio, a la edad de 90 años en Milán. Considerado ‘el primer italiano en romper el embargo’, en 1962 hizo llegar al puerto de Génova un barco cargado de azúcar, cuyo destino final era la Unión Soviética. Gracias a su amistad personal con el comandante, Cittone se convirtió en un privilegiado socio comercial de Cuba. Vaya tomando nota.
Los cubanos que peinamos canas recordamos su ‘encarne’ con la ganadería. De toda la vida, la vaca utilizada en nuestros campos era la cebú, pero a Castro se le metió en la cabeza, cruzar la cebú con la raza holstein. No paró hasta que lo
logró… a medias. La reina de aquel invento, Ubre Blanca, durante los 13 años que vivió (1972-1985) formó parte de las campañas publicitarias de Castro y su revolución.
Otro arranque de embullo fue el café caturra y ese engendro del Cordón de La Habana. Todo eso coincidió con el Año de la Ofensiva Revolucionaria, o mejor, de las nacionalizaciones de bodegas, comercios y timbiriches. Incluso pensaron en eliminar el dinero.
En el 68 ya hacía rato que los cubanos le estábamos metiendo a la pizza y los spaghettis en la misma costura. La epidemia de ‘italianitis’ aún continuaba. El 30 de septiembre de ese año, en Cangrejeras, en las afueras de la capital, donde antiguamente había existido un instituto cívico militar, clausuró el primer curso -y si no me equivoco el único- de operadoras de tractores Piccolinos.
Además de pizzas, spaghettis y en menor medida, de lasañas y raviolis, en el panorama nacional habían hecho su aparición los Alfa Romeo, de fabricación italiana y del mismo color, magenta. Sus ocupantes eran ‘pinchos’, ‘mayimbes’, quienes con sus escoltas se paseaban por las calles habaneras.
Ahora entiendo por qué la marca Alfa Romeo era sinónimo de status: el Sr. Cittone los envió a Cuba para uso exclusivo de la clase gobernante. Gracias a él, a la isla igualmente llegaron autos Fiat, las motos Guzzi usadas por la Seguridad del Estado y máquinas de escribir Olivetti, entre otras mercancías.
La diferencia de las pizzas de los años 60 con las actuales, es la calidad. No había que ir a uno de los restaurantes especializados en cocina italiana, para comerse una pizza bien elaborada, con puré de tomate y queso de primera. Las había de jamón, chorizo, carne de res molida, langosta, camarones… También los precios, accesibles a todos los bolsillos, en moneda nacional. Ahora, para comerse una buena pizza, los cubanos tienen que ir a una paladar o restaurante y pagar en divisas. Salvo excepciones, las vendidas a 10 pesos por los cuentapropistas, llenan la barriga, pero son incomibles.
En sus buenos tiempos, Fidel Castro debe haber sido aficionado a la comida italiana. A la legítima, que para eso tenía y tiene muchos amigos en Italia. Después que en 2006 estuvo a punto de morir, le ha dado por la comida sana, macrobiótica inclusive.
Y como en la vejez sigue siendo obsesivo, una de sus últimas obsesiones es la moringa. Una planta que será muy saludable, pero los viejos cubanos, al no poder tomarse una buena sopa de pollo, no les queda más remedio que saciar el hambre con carbohidratos. Sea un pan con croqueta de cinco pesos o, cuando pueden, una pizza de diez pesos, como la de la foto.
0 comments:
Publicar un comentario