Por Gerardo Reyes.
Pasajeros procedentes de La Habana desembarcan de un avión de Pan American en el aeropuerto de Miami en enero de 1961. Los viajeros abandonaron la capital cubana luego de la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones.
La pregunta quedó sin resolver.
Ninguno de los miembros del somnoliento equipo del embajador de Estados Unidos en Cuba, Earl E. T. Smith, se atrevió a dar una respuesta definitiva cuando el diplomático preguntó si alguien tenía idea de qué clase de gobierno impondrían los rebeldes del Movimiento 26 de Julio que a esa hora escalaban al poder en La Habana.
Eran las 10 de la mañana del primero de enero de 1959 y Estados Unidos no sabía si Fidel Castro era comunista.
"Nuestra información sobre el asunto hasta hoy es peligrosamente inconclusa'', escribió Smith un mes antes, en un telegrama secreto, al pedir ayuda a sus jefes en el Departamento de Estado para establecer "más allá de cualquier duda'' en qué medida el movimiento de Castro estaba penetrado por el comunismo internacional.
Quizás fue esa desorientación política, esa peligrosa incertidumbre, la que determinó en gran parte la angustia y confusión que se vivió en la sede diplomática en los días siguientes al triunfo de la revolución, cuando miles de estadounidenses, entre residentes, estudiantes y turistas, pedían información a su gobierno sobre cómo salir de la isla.
Los tropas de Castro y la embajada, los dos centros de poder más organizados en medio del desconcierto, no sabían en qué dirección se movería el otro y cada uno seguía muy de cerca las maniobras del contrario.
Armados de desconfianzas y expectativas, ambas fuerzas pulsaron su autoridad procurando imponer sus órdenes. Estados Unidos estuvo a punto de enviar submarinos y fragatas de guerra para rescatar a los americanos. Pero al final, ambos poderes terminaron por entenderse en las cosas prácticas sin un solo disparo ni un rasguño de por medio.
La feroz batalla ideológica vendría después y estaría marcada por esa misma sensación de oscurantismo que confesó Smith en su telegrama, pero esta vez a nivel presidencial.
En efecto, el propio presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, a menos de cinco días del triunfo de la revolución, se reunió con el director de la CIA, Allen Dulles, para reclamarle que ‘‘por una u otra razón los elementos principales de la si-tuación cubana no le habían sido presentados'', según un reporte de la reunión.
Los detalles de cómo se vivieron esas horas de tensión tras las paredes del edificio de la embajada de Estados Unidos en el malecón habanero quedaron plasmados en laboriosos informes que llevan sellos de "secreto'' y "ultra confidencial'', escritos por los funcionarios diplomáticos en escapadas fugaces de la febril jornada de evacuación.
Los documentos han sido desclasificados, y hoy, 50 años después, ofrecen una fascinante perspectiva de un momento que cambió la historia de ambos países.
El Nuevo Herald examinó decenas de dichos documentos en los Archivos Nacionales de Washington.
Minutos antes de que el avión que llevaba al depuesto dictador Fulgencio Batista a Republicana Dominicana partiera del aeropuerto de la base militar de Columbia, a las 4 de la mañana, la embajada recibió una llamada del ministro de Relaciones Exteriores, Gonzalo Güell, anunciando la salida del país del mandatario.
Antes del amanecer los principales funcionarios diplomáticos se reunieron en la embajada y autorizaron la difusión radial de una advertencia a los ciudadanos estadounidenses para que permanecieran en sus casas y hoteles.
"Se esperaba en general que el colapso del gobierno de Batista resultaría en un quebrantamiento de las fuerzas del orden y desataría pasiones violentas que traerían el caos y el derramamiento de sangre a la ciudad hasta que el orden fuese establecido por las fuerzas de la revolución'', escribió Smith en su resumen de la jornada.
Al triunfo de la revolución, el primero de enero de 1959, el reto logístico de la embajada era enorme. Cuba albergaba a 7,839 residentes y 1,300 turistas estadounidenses, la mayoría de los cuales quería saber qué hacer, a dónde ir, qué pasaría con ellos.
Por eso no fue sorprendente, aunque sí agotador, que en los primeros cuatro días de enero, la embajada recibiera 12,000 llamadas telefónicas en los seis aparatos que funcionaron día y noche en la Oficina de Bienestar (Welfare Office), de acuerdo con un reporte de esa dependencia.
Ante la noticia, los sentimientos de los norteamericanos tenían diferentes tonalidades de nerviosismo. Algunos lo tomaban tranquilamente, como una aventura, pero muchos querían salir de la isla de inmediato, intimidados por las aún frescas versiones de los secuestros de personal civil y militar cometidos por los rebeldes.
Probablemente la mayor provocación en ese sentido ocurrió en la tarde del 27 de junio del año anterior, cuando los guerrilleros secuestraron a 24 pasajeros de un autobús de la base naval de Guantánamo, entre quienes se encontraban 11 marinos. Los demás eran trabajadores civiles de la base.
Indignado, el embajador Smith, quien había sido campeón de boxeo en sus años de universidad, consultó con sus supervisores la posibilidad de divulgar un comunicado en el que se contemplaba la acción militar si el Movimiento 26 de Julio no liberaba a los detenidos.
El Departamento de Estado pidió calma y consideró que la amenaza crearía una tensión problemática para los rehenes, que finalmente fueron liberados.
Smith nunca estuvo a gusto con la actitud relajada de su gobierno ante la creciente amenaza del movimiento revolucionario cubano. Aseguraba que Castro no hubiera podido llegar al poder sin la ayuda de Estados Unidos. El ex financista de Wall Street que fue alcalde de Palm Beach, renunció a su cargo en la embajada a los pocos meses del triunfo de la revolución. Falleció en 1991.
"Era un hombre pragmático que no tuvo tiempo de mostrar el carácter de interventor norteamericano de los embajadores anteriores; parecía diferente, ése era el sentir de la gente de a pie del movimiento'', señaló el historiador José Alvarez, quien militó en el Movimiento 26 de Julio.
Mientras el representante de los rebeldes en Estados Unidos, Ernesto Betancourt, defendía el carácter civilizado de la revolución, el asedio a las empresas estadounidenses no se podía ocultar. Centrales azucareras y complejos mineros como la planta de níquel en Nicaro, fueron constantemente objeto de sabotajes.
Según un informe de octubre de 1958 del Departamento de Estado, las pérdidas de las empresas estadounidenses por las acciones de los rebeldes en los nueve meses corridos de ese año sumaban $2.2 millones (unos $14 millones de hoy). Las más afectadas eran las centrales azucareras, por la destrucción de las plantaciones de caña.
Cada vez que alguna de estas incursiones tocaba intereses de Estados Unidos, funcionarios del Departamento de Estado y diplomáticos de La Habana protestaban ante Betancourt, representante del Movimiento 26 de Julio en Washington y recaudador de fondos para los rebeldes.
Ante él se quejaron de los secuestros no sólo de los marinos sino de dos empleados de Texaco en Santiago; del cobro de $10,000 a un complejo azucarero por parte del movimiento para financiar la compra de armas, y de la distribución de propaganda antiestadounidense.
Betancourt, según los reportes, se disculpaba, acogía las denuncias y prometía que se las comunicaría a los jefes revolucionarios, pero también se quejaba de la actitud hostil de Smith, de quien resentía que se refiriera a los rebeldes como "bandidos''.
Decepcionado del gobierno de Castro, Betancourt abandonó años después Cuba y en Estados Unidos, donde ocupó la dirección de Radio Martí, se dedicó a denunciar los abusos del régimen y los presuntos nexos del gobierno cubano con el narcotráfico y el lavado de dinero.
El embajador Smith tenía listo un plan de evacuación en el que todo estaba previsto, menos que el nuevo gobierno se opusiera a la salida de barcos y aviones de la isla. Castro y sus comandantes argumentaban que esa operación suponía un incumplimiento de la huelga general decretada ya que se requería de personal cubano que ayudara en el despacho de las naves.
Un telegrama enviado a Washington por Smith a las 6:43 de la tarde del primero de enero resumía así la situación de La Habana:
"Tenemos más de 200 americanos, la mayoría turistas, en hoteles del centro de la ciudad, y algunos estudiantes, pidiendo asistencia a la embajada para regresar a Estados Unidos. El aeropuerto y el puerto de La Habana están cerrados. No hay taxis disponibles. Las calles están controladas por elementos irresponsables, la mayoría de los cuales están armados. Requerimos el envío de embarcaciones navales o comerciales para despachar los mencionados estadounidenses''.
Un capitán de la Armada de Estados Unidos, identificado como Harris, anunció el despacho de un submarino y dos fragatas de guerra desde Key West para coordinar la evacuación, como preámbulo a la salida de otra embarcación con 250 marinos. Pero el plan causó espanto en Washington, donde consideraban que la publicidad sobre semejante despliegue de fuerzas sólo serviría para provocar una ruptura de las ya difíciles comunicaciones con los rebeldes.
El Departamento de Estado suspendió la operación y acogió una nueva solicitud del embajador: el envío del transbordador City of Havana desde Key West para recoger a mujeres, niños y hombres mayores de 38 años.
Al mismo tiempo, la embajada empezó a hacer gestiones para el traslado de ciudadanos americanos por vía aérea. Contaba con el ofrecimiento de la aerolínea Panamerican de poner en funcionamiento un puente aéreo entre Cuba y Estados Unidos.
Desde Key West se anunció que el transbordador arribaría a La Habana en la tarde del 2 de enero. Pero a las 11 de la mañana, la comandancia de Castro le comunicó a la embajada que no autorizaba la llegada del barco ni la salida de aviones de PanAmerican para que la huelga continuara en pleno.
La embajada explicó que el embarque de pasajeros en el transbordador no requeriría del trabajo de ningún empleado.
Un poco antes de llegar la embarcación al puerto, los rebeldes autorizaron la evacuación, y para ello escoltaron al personal evacuado.
Tras una maratónica jornada , a las 8:45 p.m. el City of Havana, con 508 pasajeros, salió sin ningún inconveniente rumbo al sur de la Florida. La autorización fue dada por un comandante del M-26-7 y dos oficiales de la marina, uno de ellos de apellido Ponce y el otro Linas.
Hasta ese momento, varios vuelos de Cubana de Aviación procedentes de Miami habían aterrizado en el aeropuerto de La Habana, llenos de exiliados cubanos que habían combatido a la dictadura de Batista y que regresaban a celebrar el triunfo de la revolución. La operación había sido autorizada por los comandantes rebeldes, pero con una condición que enfureció a la embajada: los aviones debían volver a Miami sin pasajeros.
La embajada esperaba que esas mismas aeronaves fuesen utilizadas para despachar a unos 800 turistas y residentes que esperaban en varios hoteles de La Habana.
En ese punto, Smith propuso una solución del mismo tenor de la que impusieron los rebeldes.
"Se recomienda que el Departamento de Estado prohíba la salida de más cubanos de Estados Unidos hasta que se permita a los estadounidenses salir de Cuba'', escribió en un mensaje al mediodía del 2 de enero.
No está claro si los revolucionarios conocieron esa amenaza. Lo cierto es que cedieron, pero pocas horas después el comandante rebelde Diego revirtió la decisión, sin dar mayores argumentos.
"No tiene idea de las repercusiones internacionales de sus actos'', escribió Smith.
En las calles de La Habana se presentaban tiroteos entre los rebeldes y reductos de la policía de Batista. En esas condiciones, el embajador no encontraba un interlocutor válido del Movimiento 26 de Julio para examinar las opciones de evacuación.
Entre tanto, la embajada era inundada con reportes de nuevos grupos de estadounidenses urgidos por abandonar la isla y versiones de que la comida en los hoteles empezaba a escasear. Desde Varadero se informaba que 80 estadounidenses esperaban ansiosos algún medio para ser evacuados.
"Hasta ahora imposible encontrar persona suficiente autoridad permita vuelos comerciales estadounidenses o al menos obtener comida para americanos en hoteles'', indicó Smith en un telegrama enviado a las 5:32 p.m. del 3 de enero.
Desde Washington, el Departamento de Estado respondió:
"Esperamos que los representantes de Castro entiendan que cada acción de ellos está siendo observada de cerca en este país y que cualquier desliz de su parte puede perjudicar en forma permanente los sentimientos hacia ellos de parte de todos los estadounidenses''.
A medianoche, por sugerencia de Carlos Piad, simpatizante de la revolución, se logró hacer contacto con el coronel Vicente León, quien fue identificado como jefe de la policía nacional del régimen de transición. León dijo que comprendía la situación pero que en ese momento sus compañeros, incluido el comandante Diego, estaban repeliendo los ataques armados o en un puesto de policía de La Habana.
Dos horas después, Julio Duarte, un coordinador civil del movimiento insurgente que había viajado en la noche desde Santiago a La Habana por instrucciones de Raúl Castro, autorizó la salida en avión de los ciudadanos estadounidenses, aunque advirtió que los británicos y canadienses no tendrían el mismo tratamiento, en represalia por la reciente venta de armas a Batista hecha por su gobierno.
Tres equipos de funcionarios consulares y del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) se presentaron en los hoteles Capri, Hilton y Nacional, Riviera y Presidente para adelantar la documentación de los pasajeros.
Una caravana de carros de la embajada se unió al convoy de los rebeldes que escoltaron a los evacuados desde el Hotel Nacional hasta el aeropuerto Rancho Borreros. La caravana empezó a las siete y media de la mañana.
El primer vuelo, operado por Cubana de Aviación, salió a las 9 de la mañana y a partir de ese momento se despachó un avión cada 20 minutos a Miami, con excepción de un vuelo que llevó a 90 personas a Nueva York. Los pasajeros debían pagar el boleto a precios normales.
A la 1 pm. del 4 de enero, el transbordador City of Havana salió con 300 estadounidenses más.
"Nos complace anunciar que ningún estadounidense ha sufrido heridas'', reportó Smith ese día.
Sin embargo, anotó con cierto disgusto que, aunque había espacio en la embarcación para más familias, no se utilizó porque muchos jóvenes preferían hacer el viaje en avión.
A las 5:09 de la tarde del 3 de enero, la embajada reportó la evacuación de 1,722 personas. El último vuelo con estadounidenses salió dos días después, a las 11 p.m. La huelga había sido levantada.
En total, la embajada tramitó la salida, por mar y aire, de 2,073 personas, de las cuales 813 partieron en barco a Key West; 1,080 por avión a Miami desde La Habana y Varadero, y 180 a Nueva York.
"No hay más planes de evacuación en este momento en vista terminación de la huelga, pero la embajada prepara nuevas operaciones si la situación se altera'', escribió Smith.
Era la 1:49 de la madrugada del 5 de enero y Smith ya tenía una respuesta a la pregunta que no había podido responder cuatro días antes respecto a la naturaleza del gobierno que, para entonces, ya estaba encaramado en el poder.
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