Por Miguel Iturria Savón.
El diario Juventud Rebelde, la revista Temas y el portal Cuba debate hablan a veces de debates. Supongo que sea el preámbulo de un tema soñado y pospuesto por la necesidad de supervivencia del grupo que se aferra al poder hace décadas. Tal vez la dinámica del siglo XXI, algunos reacomodos, negocios o intereses internaciones los conduzca en breve por el camino del diálogo y la apertura, para lo cual conviene rediseñar a la prensa insular, sujeta aún a batallas ideológicas, héroes y estadísticas poco creíbles.
Hablar de debates mientras se le niega el espacio a las fuerzas alternativas interesadas en democratizar a la sociedad, sacudir la parálisis institucional y liberar al mercado y a los ciudadanos de tantos controles absurdos, es una forma de ganar tiempo, omitir los hechos adversos y posponer los cambios que necesita la nación. La prudencia y el pragmatismo tienen sus límites.
A debatir se aprende debatiendo los problemas y las medidas que desaten el interés de la mayoría. Los temas de una revista académica que convoca un panel mensual de preguntas y respuestas, o algunas crónicas y acuses de recibo sobre aspectos tabúes en un diario capitalino quizás sean el inicio del deshielo. Un deshielo inmune al calor y a las voces soterradas.
Hay mucho lastre ideológico todavía, demasiado control sobre los medios de información y cuestiones prohibidas como la represión contra la oposición pacífica, los presos políticos y la ausencia de los derechos civiles en un país donde hasta los sindicatos son agencias de la Administración y el Partido comunista.
¿Cómo hablar de debates si la prensa obvia esos problemas y esquiva la corrupción, la centralización estatal, los precios abusivos, el cierre del mercado libre, las causas reales del desempleo y la miseria de millares de ancianos y mujeres que se prostituyen?
Ya se habla de ortografía, bullicios callejeros, pérdida de la jornada laboral y hasta de basureros urbanos y problemas con la vivienda. Se vocifera sobre pelota, el embargo comercial de los Estados Unidos y de los miles de médicos y maestros enviados por el gobierno cubano a otros países para enfrentar epidemias.
Más que debatir problemas esenciales la prensa, la radio y la televisión cuentan viejas historias que embellecen el discurso del poder. Si hay debate no es en estos medios, sino en las calles, las casas y ciertas instituciones. Internet, por ejemplo, pese al acceso limitado por precios y regulaciones del Ministerio de comunicaciones.
No percibo la polémica en Juventud Rebelde, en Temas ni en el portal Cuba debate, lastrados por el control oficial. Lo veo en algunos blogs y páginas virtuales que usan el ciberespacio sin permiso estatal. Es el caso de Generación Y, de Yoani Sánchez; del Semanario digital Primavera que dirige Juan González Febles, y de decenas de ciudadanos que escriben sobre los problemas del país.
Hay mucho ruido y pasión entre los bloggers, bitácoras personales, crónicas, fotos, enfoques contrapuestos, análisis y hasta especulaciones. Así es el diálogo en su comienzo, sin hegemonía orientada.
La polémica no predomina todavía. Más que gestos hacen falta medidas y sucesos que desaten los cambios y el debate público. El país se mueve a paso lento sobre el eje oxidado del socialismo, cuyas verdades repite la prensa hasta el cansancio. Criticar las formas y evadir los problemas equivale a excluir y escamotearle la voz a tantos ciudadanos y páginas prohibidas, omitidas por el Granma y otros medios que hablan de debate.
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