Los “parlamentarios” cubanos discutieron, recientemente, el tema de la prostitución entre los jóvenes.Según la prensa oficial, se trazaron estrategias para enfrentar este mal, así como el proxenetismo, tan expandidos hoy por toda la Isla.
Es conocido que, desde 1959, el régimen proclamó abiertamente que la mujer no tendría necesidad de vender su cuerpo, ya que la revolución las proveería de trabajo y salarios dignos. Pero todo quedó en el libro del fracaso. Actualmente la prostitución es una opción de supervivencia en Cuba.
Las maniobras para erradicarla sólo han sido del orden represivo, sin dar en el blanco. Deportaciones hacia el interior de la Isla, centros de reclusión transitoria, operativos policiales, cárcel por peligrosidad social, y un sinnúmero de medidas fluctuantes se han puesto en práctica, pero todas inútiles.
Así, pues, dudo mucho que el supuesto parlamento cubano tenga en la manga la solución de este problema que día a día corroe a la sociedad cubana.
“No importa la profesión que tengamos, lo cual no sirve para nada. Solo acostándonos con turistas tenemos la posibilidad de visitar los más famosos restaurantes, cabarets, discotecas y hoteles que hay en la Isla, además de comprarnos buena ropa y zapatos, y de resolver los acuciantes problemas de nuestros familiares, hasta que podamos salir algún día de este país”. Así se expresaba Yeilis, una joven guantanamera de 19 años, que vive alquilada, desde hace dos años, en La Habana.
Otra jinetera, que no quiso identificarse, me dijo: “La Cecilia, Dos Gardenias, el Salón Rojo del Capri, La Mesón, Don Cangrejo, El Diablo Tun Tun y las Casas de la Música, entre otros, son nuestros centros turísticos preferidos para ligar turistas. Aquí los pagos de los “yumas” a las jineteras fluctúan entre 80 y120 CUC por noche, sin contar los pagos por protección y vigilancia, a la policía y custodios, y el soborno al personal de las casa de alquiler”.
Llama la atención que a estas alturas el general Raúl Castro se lamentara del sombrío panorama cubano en torno a la crisis de valores, especialmente entre la juventud. Y aunque es mejor tarde que nunca, el general desaprovechó la oportunidad para reconocer la responsabilidad directa del régimen, cuya única preocupación durante todos estos años ha sido mantenerse con el mando único, sin importarle el deterioro de “valores morales y cívicos, decencia, vergüenza y decoro” que exhibe la nación.
Tal vez su hija, la “parlamentaria” Mariela Castro Espín, a diferencia del supremo líder de la revolución, pueda proponer algo más provechoso para combatir este flagelo.
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