Por Gustavo Copitea.
El colectivismo fracasó rotundamente en el mundo entero. A pesar de que nuestras Universidades aún no se han enterado. También en Cuba, donde vive (como puede) una de las sociedades más postergadas del hemisferio. Apenas medio paso por delante de la haitiana. Esta es la verdad. No otra. La nacionalización de todo, acaecida en 1968, derivó, como cabía prever, en el empobrecimiento súbito de todos. En esto hay "igualdad".
Raúl Castro maneja hoy autoritariamente Cuba. Lo hace desde el 2008, cuando -dentro de los parámetros de acción propios de las monarquías- reemplazara a su hermano Fidel. Automáticamente.
Hoy Raúl gobierna con la legitimidad que deriva del monopolio de la violencia en un Estado de corte inocultablemente policial. Una dictadura sin atenuantes de ningún tipo. Una de las pocas abiertas que quedan en nuestra región. Disimuladas, hay ciertamente otras. Pero descarnada, una sola: la cubana.
Raúl lleva años tratando, disimuladamente, de comenzar a enterrar el colectivismo. Pero no lo ha hecho. Seguramente por temor a que descubran la verdad: que el comunismo ha postergado brutalmente a los cubanos, particularmente cuando se compara su atrasado nivel de vida con los demás de nuestra región.
Por esto Marino Murillo, el vicepresidente del Consejo de Ministros de Cuba, acaba de aceptar que "la vida ha demostrado que el Estado no puede, él mismo, ocuparse de toda la economía, debe ceder espacio a otras formas de administración". En Cuba, sin que se note.
Con Raúl primero llegaron las medidas de austeridad. La economía –por ello– está estancada, creciendo apenas a un ritmo miserable del 2% anual de su PBI. Y hay quienes dudan que hasta eso sea verdad.
Uno de los pocos rincones cubanos donde se han ensayado medidas tibias, no colectivistas, es el agro. En el que el 87% de la tierra es del Estado y donde ya se han alquilado a los particulares unas 200.000 hectáreas de tierra fiscal. En general, a las cooperativas. Pero en algún caso también a los particulares, algo que hasta no hace mucho era anatema.
Los arrendatarios rurales pueden disponer libremente del 47% de su producción: todo lo demás deben entregarlo al Estado, que lo "comercializa" en el mundo subsidiado de la fantasía y el populismo y en el ámbito privilegiado de los dirigentes del Parido Comunista.
Esto es algo así como sufrir retenciones del 47% sobre todo lo que se produce. No muy distinto, ciertamente, de sufrir retenciones del 35%, más un aluvión creciente de impuestos de todo tipo, como nos sucede a los argentinos. Con similares efectos descorazonantes y con consecuencias deformantes y paralizantes sobre el resto de la economía.
El gobierno cubano también alquila taxis a sus ciudadanos. Una forma de premiar a los amigos y castigar a los enemigos o a los tibios. Una más, de las muchas que el comunismo utiliza.
Todavía unos cuatro millones de cubanos trabaja para un solo empleador: el Estado. La fuerza laboral total es –recordemos– de unos 5,1 millones. Un quinto de los trabajadores son entonces cuentapropistas, los demás viven colgados del Estado, con una productividad bajísima.
Las pocas privatizaciones que han sido consumadas hasta ahora se refieren a pequeñas empresas, de hasta 50 personas. No se ha incluido a las empresas más grandes, como la telefónica Etecsa, o el monopolio azucarero Azcuba, cuya gestión ha sido, por años, claramente incompetente.
Para el año que viene se esperan más cambios. Pero, como siempre, una cosa es la retórica y otra, muy distinta, la realidad: el Estado cubano tiene miedo a las consecuencias de liberar el potencial económico individual sobre la política. Es evidente.
Por esto todas las reformas se anuncian y luego flotan, mientras funcionarios temerosos escriben toda suerte de reglamentaciones con las que, en los hechos, suelen maniatar los intentos de abrir algunos sectores de la economía de la isla. Todo es lento. Pesado. Insufrible.
Por todo esto existe la sensación de muchos de estar efectivamente condenados a tener que vivir anestesiados. Esta es la que lamentablemente prevalece.
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