Por Iván García.
En un país como Cuba, sin una reconocida clase media, pocas son las familias que pueden darse el lujo de pagar entre 300 y 800 pesos convertibles por un paquete de tres o cuatro noches en un hotel ‘todo incluido’ de Varadero.
Aunque un empleado al frente de un buró de turismo habanero, mecánicamente repite una retahíla de números y estadísticas, para reforzar la tesis sobre el crecimiento de turistas cubanos en hoteles de cuatro y cinco estrellas, tras las cifras se esconden diferentes matices.
Nada es en blanco y negro. Menos en Cuba, donde un ciudadano de a pie recibe un salario mensual en pesos equivalente a 15 y 25 dólares. Según previsiones del Ministerio de Turismo, para 2013 casi un millón y medio de cubanos se podrán dar un chapuzón en Varadero.
Es una buena noticia. Pero la fabulosa playa y el confort de sus hoteles aún no están al alcance de la mayoría. Un millón y medio de cubanos representa el 10% de la población total.
Un porcentaje poco gratificante para un gobierno que se desgañitaba con un discurso populista a favor de los pobres. Tras una serie de nacionalizaciones, decretos y expropiaciones a empresas, mansiones y obras de arte a los cubanos que generaban riquezas, la clase media desapareció de golpe.
Muchos se vieron obligados a huir al sur de la Florida. A menos de la mitad bajo el número de médicos e ingenieros en la isla. A base de voluntarismo y utopías, un furibundo Che Guevara enterró bajo tierra las reglas de la economía.
Todas las propiedades de veraneo que las personas de clase alta y media poseían en Varadero pasaron a ser residencias veraniegas de pesos pesados del Estado revolucionario. 0tras viviendas engrosaron el fondo inmobiliario de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), encargada de otorgar una semana de descanso a los más leales y esforzados trabajadores.
El descuido, falta de mantenimiento, saqueo y robo de los vacacionistas en hoteles y villas, provocó que la mejor playa de Cuba entrara en una etapa de indigencia. Daba pena ver espléndidos chalets destruidos por el salitre y la desidia estatal. Allá por los años 80, cuando el otrora paraíso soviético de obreros y campesinos recortó los subsidios a la isla, Fidel Castro decidió apostar por el turismo capitalista.
Con la caída del Muro de Berlín y del estrafalario comunismo soviético, Castro mantuvo su discurso antiyanqui y continuó enarbolando una prédica agradable a los oídos de los desposeídos. Pero, en la práctica, fueron desmantelando el ‘estado benefactor’.
Las casas de los sindicatos fueron expropiadas y remozadas por el Estado. Las rentaban en dólares, la moneda del enemigo de Castro. Pero los generales, ministros y funcionarios mantuvieron sus residencias y su flota de yates en Varadero.
A los ‘esforzados compatriotas’ no les quedó más remedio que pasar sus vacaciones en un campismo, nadar en ríos y costas o playas sin condiciones. Varadero se convirtió en una ciudad prohibida. Solo tenían acceso los habitantes y trabajadores del poblado. Se montó un puesto de control policial en el puente de entrada a la ciudad.
Colgadas del brazo de rollizos europeos o canadienses se colaban jineteras y ‘pingueros’. Luz verde también tenían los familiares y amigos de los ‘gusanos’ o ‘escorias’. Cubanoamericanos que gracias a su poder adquisitivo, ahora eran recibidos por el régimen con alfombra roja.
Fue una etapa de un vergonzoso apartheid. Los cubanos no podían cenar en el restaurant de un hotel o entrar a la habitación de un extranjero. Éramos ciudadanos de tercera categoría en nuestra propia patria.
Raúl Castro, designado a dedo presidente por su hermano, echó abajo las absurdas normativas anticonstitucionales. A partir de 2008, cualquier cubano con divisas puede disfrutar de una estancia en instalaciones turísticas de todo el país.
Aunque existen zonas vedadas. Exclusivas. Cotos para cazar jabalíes, campos de golf y villas destinadas a altos oficiales. Pero van siendo menos. De 2008 a la fecha, gradualmente, ha ido creciendo en flecha el turismo nacional.
Varadero es el enclave preferido por la mayoría de los habaneros, por su cercanía a la capital -unos 140 kilómetros-, sus 52 hoteles y decenas de casas particulares de alquiler.
Quienes tienen poco dinero, por 70 u 80 pesos (3 dólares) per cápita, alquilan un ómnibus y se pasan ocho horas en la playa. Llevan agua, comida y ron barato. Suelen ser viajes de un solo día, programados por la izquierda, y el chofer del bus y el jefe de transporte de alguna empresa se reparten la plata a partes iguales.
Hay familias que ahorran todo el año y en verano alquilan una casa particular. Los precios no están al alcance de los cubanos de a pie: 40 cuc (la más barata) y 100 cuc, diarios.
Y está la opción del ‘todo incluido’. La preferida por aquéllos con cierto poder adquisitivo. De antemano, reservan y pagan en una de las varias agencias de viajes turísticos (Cubatur, Cubanacán, Gaviota, Isla Azul o Gran Caribe).
Cada agencia tiene un abanico de ofertas. Cubanacán, Gran Caribe y Gaviota son las más caras. Ofrecen habitaciones en hoteles de 4 y 5 estrellas. Una estancia de tres o cuatro noches cuesta alrededor de 600 pesos convertibles.
Cubatur e Isla Azul son más económicas. Por 300 cuc puedes disfrutar de cuatro días de sol y mar. La diferencia de precios la marca la calidad del servicio. En los hoteles agrupados por Cubanacán, Gran Caribe o Gaviota se encuentran las firmas españolas Meliá y Barceló, y la comida es más surtida y mejor elaborada.
Un breve sondeo entre 30 cubanos, pertenecientes a ese 10% que puede pasar unas mini vacaciones en Varadero, arrojó que catorce pudieron disfrutarlas gracias a remesas enviadas por parientes en Estados Unidos o Europa. Ocho eran discretas jineteras. Cuatro, trabajadores por cuenta propia que fueron guardando el dinero.
Los otros cuatro cubanos habían sido cooperantes en el extranjero y con lo ahorrado o ciertos servicios prestados por la izquierda, como abortos ilegales o cirugías estéticas, les alcanzó para reparar su casa, adquirir un auto y disfrutar de una estadía en Varadero.
En los hoteles ‘todo incluido’ es muy difícil tropezarse con un profesional o un obrero que pueda sufragar unas vacaciones con su mísero sueldo de 15 a 25 dólares mensuales.
Con escaso barullo mediático, Cuba se ha fragmentado en castas. Y los hoteles de Varadero se han convertido en sitios de recreo para unos pocos.
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