A la entrada de una cafetería privada de comida criolla, entrepanes y jugos de frutas, en la barriada de La Víbora, una empleada le da un pomo con agua clorada a cada cliente, para que se desinfecte las manos, antes de hacer el pedido que llevarán a sus casas. Después de cumplir el requisito, Ricardo, un joven con personajes de manga japonesa tatuados en sus brazos, se sienta en una silla de patas altas a esperar la comida que encargó.
El desabastecimiento de alimentos existente en Cuba desde hace más de dieciocho meses, ha provocado el alza de los precios en paladares y cafeterías particulares. “Hace dos años, en la pizarra tenía más de treinta y cinco ofertas. Actualmente solo un menú de bistec de cerdo, congrí y vianda hervida o de arroz amarrillo con pollo. La falta de un mercado mayorista está aniquilando los negocios gastronómicos”, se queja Osvaldo, dueño de la cafetería
Ricardo trabaja en el sector informal y también tiene razones para quejarse. “Además de menos variedad, ahora cada plato cuesta entre diez y quince pesos más caro que un año atrás. La crisis de la comida en este país parece no tener limite”. Vive en un pequeño apartamento recién remozado, con aire acondicionado, muebles de diseño y electrodomésticos de última generación, gracias a sus cualidades como negociante.
“Vendo cualquier cosa, lo que me den a vender, sea medicina verde o juguetes sexuales”, alardea y se sonríe. La escalada de la crisis económica en Cuba, que no acaba de tocar fondo, nunca fue óbice para que obtuviera buenas ganancias. En un mes cualquiera ganaba el equivalente a 500 dólares. Además de vender pacotillas y teléfonos inteligentes por encargo, con capital propio inició un negocio de venta de televisores y electrodomésticos.
“Tenía una ventaja, y era que yo estaba por la izquierda. No pagaba un centavo al fisco. Con el dinero que ganaba me daba la gran vida. Discotecas, bares de moda, manguitos (muchachas jóvenes) y vaciladera todas las madrugadas. Pero con el tema del coronavirus, al cerrarse las fronteras, se me quedaron al pairo varios bultos que compré en Panamá y al estar cerrado todos los centros de recreación me tengo que quedar en casa”, cuenta Ricardo.
Nunca ha sido de ahorrar dinero y está acostumbrado a almorzar y comer en la calle. Mientras cuenta varios billetes para pagar la comida, dice que “lo peor del coronavirus no va ser la pila de gente que se va contagiar o morir. Lo peor va ser cuando se vaya. La economía cubana va quedar hecha polvo y la mayoría de la gente no va tener donde caerse muerta. Entonces vamos a estar jodidos de verdad”.
En Cuba hay más de 600 mil trabajadores privados. Quienes pudieron acumular miles de dólares, pesos convertibles o pesos cubanos, probablemente puedan rebasar el temporal que ha provocado el virus que vino de China. Pero son los menos. La mayoría considera que si el Covid-19 se extiende más de dos meses, deberán entregar la licencia, pues sus negocios quebrarán. El gobierno los ha exceptuado del pago de aranceles mientras dure la epidemia. Pero al contrario de otras naciones, donde el Estado subsidiará con miles de millones de dólares o euros a las pequeñas y medianas empresas, las arcas vacías del régimen cubano no le permite prestar ayudas financieras.
Según contaron a Diario Las Américas varios particulares, casi todos los negocios generan el dinero justo para vivir con algún desahogo. Los más lucrativos (hospedajes, transporte y servicios gastronómicos), sufrirán pérdidas considerables.
“Tal vez la venta de comida pueda sobrevivir, por las precaria alimentación en Cuba. Si tú vendes tilo y pan con croqueta, te lo van comprar”, acota Osvaldo. En su opinión, después que pase el coronavirus, el resto de los negocios se las verán negras por tiempo indefinido, porque no habrá turistas hasta nuevo aviso.
Carmen, propietaria de un hostal en la zona antigua de La Habana, afirma que “si mañana mismo se va el coronavirus, la caída del turismo se mantendrá y demorará un par de años en recuperarse. Muchos tendremos que cerrar nuestros negocios y dedicarnos a otra cosa. Ahora sí que somos una Isla cerrada a cal y canto”.
Aunque las medidas aprobadas el lunes 23 de marzo por la autocracia verde olivo, afecta al sector privado, era un clamor popular entre los cubanos que el Estado cerrara las fronteras, impidiera el tráfico de personas de una provincia a otra, suspendiera las clases en las escuelas y buscara soluciones a las colas y aglomeraciones para comprar alimentos, artículos de aseos y medicinas.
Diez mujeres y diez hombres, todos mayores de 18 años, encuestados por teléfono para esta nota, por unanimidad, dijeron que aprobaban las medidas del gobierno. Ninguno es miembro del partido comunista y algunos están en desacuerdo con el castrismo, por su falta de transparencia y democracia interna. Yuri, estudiante universitario, dijo que «en estos momentos debemos aparcar las diferencias y apoyar todo lo que se haga para salvar vidas humanas, que es lo más importante. Después que pase la tormenta, volveremos a criticar el pésimo desempeño de los gobernantes. Pero ahora debemos enfocarnos en cómo vamos a derrotar al Covid-19”
En un principio, Mirta, ingeniera, no estuvo de acuerdo con la estrategia del régimen. “Igual que en Italia y España, Cuba estuvo lenta, pero ya se pusieron las pilas, aunque creo que deben apretar más. Vender la comida por la libreta, al precio actual, pero en mayor cantidad, diez, veinte o treinta libras de pollo, de acuerdo al número de integrantes de cada familia, para que alcance para todos y acabar con esas enormes colas donde muchas personas se están infestando de coronavirus. Al transporte público pudieran sumar los ómnibus del turismo y de los viajes interprovinciales que ahora están parados y que podrían descongestionar el transporte urbano en horas picos. Si el gobierno no logra frenar las aglomeraciones, el virus se convertiría en una pandemia local.
La pelota está en la cancha de los ciudadanos. En un recorrido por la capital, un día después de promulgadas las nuevas medidas, un segmento amplio de ciudadanos las incumplían. Los ómnibus viajaban atestados de pasajeros. Demasiados transeúntes en las calles, conversando, jugando dominó como si estuvieran de vacaciones o tomando ron en las esquinas. O haciendo colas sin guardar la distancia de un metro.
Casi nadie usaba protección. Ernesto, parqueador de un agromercado, se justificaba: “Si me mata el coronavirus es una chiripa, pero si no salgo pa’l fuego a buscar balas pa’la jama, mi familia se muere de hambre. Entonces tengo que salir al asfalto a pulirla. El coronavirus pa’ arriba de mí, y yo fajao con el virus. No es por irresponsabilidad, es por necesidad. Si en vez de un virus fueran leones africanos, también estuviera en la calle zapatendo los frijoles”.
Eddy, economista, considera que la única manera de controlar la indisciplina social es “tirar el ejército para la calle e implementar una ley marcial. Cualquier cosa que se haga será poca para preservar nuestra integridad física”.
Y no pocos cubanos de a pie lo apoyan. En el panorama actual, no se puede estar con paños tibios. Derrotar al Covid-19 es una cuestión de vida o muerte. Ni más ni menos.
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