Dentro de la historia de la diplomacia, ocupa un lugar tan insólito como surrealista las muy buenas relaciones diplomáticas que hubo entre Franco y Fidel Castro. Existen historias más o menos apócrifas de que Franco siempre miró con cierta simpatía a Fidel por su origen paterno gallego. No en vano, el padre de Fidel había luchado contra la secesión cubana y tenía un retrato de Franco en su casa.
A los años, Fidel también escudriñó en el trato favorable que le dispensó Franco, y según reflexión del propio Fidel, notaba cómo el viejo general paisano de su padre siempre vio los sucesos de 1898 como una traición por parte de la clase política española a unos militares a los que mandaron a morir cuando ya tenían pactada la separación de Cuba con los estadounidenses; y así, Franco quizá quiso ver en los revolucionarios de Sierra Maestra algo así como a los vengadores de semejante afrenta.
Ni que decir tiene que Fidel y compañía nada tenían que ver con esa imagen romántica que impregnó la España de Franco; más bien al contrario, pues desde primera hora, Fidel se revolvió contra su propia sangre española (que era la sangre de más de la mitad de la isla) y, no contento con hacerle la vida imposible a los muchos emprendedores peninsulares, canarios y criollos, pronto entregó Cuba al imperialismo soviético.
Con todo, hablamos del primer año de la Revolución, concretamente del mes de junio de 1959, cuando Fidel todavía no se declaraba comunista (táctica que cuarenta años después, repetiría su discípulo Chávez). El Che Guevara comenzaba un viaje de tres meses de duración que habría de llevarlo por Asia, los Balcanes y el norte de África; siendo que debía hacer escala en Madrid antes de un viaje a El Cairo, llegando el 13 de junio del 59 al aeropuerto de Barajas con el consiguiente recibimiento del personal de la embajada cubana de España.
Empero, el Che tenía un compromiso con el gobierno español de que venía de tránsito, no de visita oficial; por lo tanto, no hizo rueda de prensa ni contactos ni manifestaciones políticas. Su estadía fue meramente turística.
Estuvieron con el Che el fotógrafo César Lucas (reportero gráfico de la agencia Europa Press) y Antonio Olano, redactor del desaparecido diario “Pueblo” (diario con el que fue fotografiado el Che en el mismo aeropuerto).
La España de entonces había superado el bloqueo internacional (ese mismo año recibía al general Eisenhower) y estaba entrando en el llamado “desarrollismo”, abriendo las puertas a los años 60. En este contexto, el Che pidió acudir a la Ciudad Universitaria, pues no en vano, dicen que aquel revolucionario argentino había estudiado Medicina en Buenos Aires. De su estadía quedó una fotografía en la facultad de Medicina de la Universidad Complutense.
Asimismo, pidió conocer una plaza de toros, por lo que lo llevaron a Carabanchel, siendo que uno de los propietarios de esta plaza era Domingo Dominguín, miembro de una ilustre estirpe torera, tío de Miguel Bosé e izquierdista confeso (tolerado por Franco) para más señas.
También pudo el Che pudo degustar pulpo y al día siguiente, tomar café, antes de marcharse al aeropuerto para su viaje a Egipto.
No obstante, no acabó ahí la cosa, pues tres meses después, a la vuelta de ese periplo intercontinental y con motivo de la Cumbre de Países No Alineados, el Che volvió a hacer escala en España. En esta segunda estadía en España, pidió ver una corrida de toros. Como cuenta el general Fernández Monzón, entonces miembro de la inteligencia franquista (y durante años, vigilante de las posibles actividades comunistas en España) y acompañante y de la delegación castrista, tanto el Che como su séquito, con sus uniformes verde oliva y sus boinas negras despertaron mayor expectación que los toreros. En ese momento a Fernández Monzón aquellos cubanos le parecieron tipos encantadores y educados, alejados de la imagen que podría tenerse de comunistas siberianos.
Bien podría catalogarse todo ello como un gran episodio de realismo mágico, y por nuestra parte, nos preguntamos qué reacción puede generar en los animalistas el interés taurino del Che.
También pudo disfrutar el Che del Museo del Prado (especialmente de Velázquez y Goya) e incluso conocer la histórica ciudad de Toledo, antigua capital de los visigodos; siendo que fue reconocido por dos mujeres que quisieron fotografiarse con él, encontrándolo muy apuesto.
Como dijo el nombrado general Fernández Monzón, la Revolución Cubana fue “un romanticismo de niños de buena familia”. Y el régimen de Franco mantuvo ese romanticismo a pesar de ciertos insultos y desaires de Fidel; el cual, sin embargo, siempre fue objeto de reproches por parte de ciertos sectores antifranquistas por su amistad con Franco y su nula ayuda a las causas izquierdistas en España; una suerte de pactos entre el comunista y el anticomunista que se respetaron hasta que Franco murió en 1975, declarando el régimen cubano tres días de luto oficial.
Parece ser que hubo una tercera estadía del Che en España, pero esta vez, con el rostro totalmente cambiado (afeitada la cabeza, entre otros) y con una identidad falsa que le habría de ayudar a volar a Bolivia, donde acabaría sus días en una enésima-fracasada revolución.
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