A Leyany, 42 años, ingeniera civil y madre de dos hijos varones, le cuesta levantarse de la cama cuando el despertador del móvil suena. A su lado su marido sigue roncando y ni se entera. Son la cinco de la mañana. Una ligera brisa fría obliga a Leyanis a buscar un abrigo mientras se prepara un té.
Antes de salir de su apartamento en La Lisa, al oeste de La Habana, confirma por teléfono su número en la cola de una carnicería donde esperan el arribo de carne de cerdo, y deja preparado el desayuno de sus hijos y su esposo: yogurt saborizado y pan con una mayonesa que elaboró la noche anterior, después de hacer la comida y fregar.
Se acostó cerca de las doce de la noche. “Todos los días es lo mismo. Levántate temprano para ir a trabajar o marcar en una cola. En el trabajo, a la hora de almuerzo, me llego hasta un mercado cercano a ver si sacaron algo. Pasada las cuatro de la tarde regreso a la casa. Me cambio de ropa y de nuevo a la calle, a comprar pan y lo que aparezca. Luego entro en la cocina y de allí no salgo hasta después de las diez de la noche. Todas las semanas es igual”.
De vez en cuando, su esposo y sus hijos de 12 y 14 años ayudan a Leyany en las compras. “Gracias a Dios mi marido me da suficiente dinero para comprar comida. Tengo suerte que mi matrimonio funciona. Él jamás ha utilizado violencia conmigo y me respeta, pero es ‘alérgico’ a las tareas del hogar. Lo suyo es ver deportes por televisión».
La crisis económica en Cuba suele ser estacionaria. Desde hace un año y medio se ha agravado el desabastecimiento de alimentos, faltan más de 150 medicamentos en las farmacias, escasean los productos de aseo, trasladarse de un lugar a otro de la ciudad es un calvario. «A eso súmale que el dinero no te alcanza para reparar la casa o arreglar el televisor o el refrigerador si se te rompe, que últimamente falta el gas licuado para cocinar y que el agua potable está llegando turbia y con tremendo mal olor», se queja Leyany.
Elaborar un menú semanal en un hogar cubano es casi imposible. Por lo general, las familias hacen una sola comida caliente al día. Leyany, por ejemplo, le deja almuerzo preparado a sus dos hijos de lo que sobró la noche anterior.
“Ellos suelen desayunar un vaso de refresco de paquetico o un yogurt saborizado y un pan con algo, que ya ni soñar con ponerle una lasca de jamón o de queso. El queso blanco que hacían los guajiros y venían a vender a la capital, hace tiempo desapareció y el que venden en la shopping cuesta más de 8 cuc el kilogramo. El gasto de dinero en comida es tremendo en este país. Mi esposo me da 1,500 pesos, yo aporto 500 pesos de mi salario y mi papá que vive en Miami me envía 100 o 150 dólares mensuales. Y todo se va en comida. La proteína es la misma de la mayoría de los cubanos: pollo, huevo y carne de puerco, que cada vez está más cara. El único ‘lujo’ que nos damos es que a menudo hago frijoles y preparo ensaladas y jugos de frutas. Ya olvidamos la última vez que comimos carne de res, pescado o camarones. A pesar de ser una profesional, tengo que dedicar muchas horas a hacer colas y a cocinar».
Yanelis, madre de tres hijas, es dependienta de una cafetería estatal. Reside en Párraga, Arroyo Naranjo, al sur de La Habana y además de hacer colas para adquirir alimentos, artículos de aseo o medicinas, tiene que soportar malos tratos de su esposo. Cuando está pasado de tragos, por cualquier motivo, le da una golpiza delante de sus hijas. Lo ha denunciado a la policía, pero luego le da pena y le retira la denuncia.
La justificación de Yanelis para soportar la violencia doméstica es que “la situación económica está muy mala y él aporta dinero a la familia”. Su vida transcurre entre la cafetería y las obligaciones hogareñas: hacer colas, cocinar, limpiar, lavar, planchar, ocuparse de sus tres hijas y atender al abusador de su esposo. Nunca ha ido a cenar a una paladar, tampoco a un cabaret o una sala teatral. Solamente al cine, cuando sus niñas eran pequeñas.
“Mi vida está marcada por la miseria, el trabajo duro y la falta de futuro. Es lo que me ha tocado. He pensado en rebelarme, ¿pero qué hombre va a ayudarme a criar a tres criaturas que no son suyas? En este país las cosas han ido de mal a peor. El dinero cada vez alcanza menos, tienes que comer lo que aparezca, a veces inventando platos para engañar al estómago. Cuando no falta una cosa falta otra. Hay que hacer magia para cocinar», confiesa Yanelis.
Las mujeres en Cuba son las que cuidan a la familia y, salvo excepciones, las que realizan las labores domésticas en una casa. “Habría que erigirles un monumento. Si no fuera por ellas, con lo dura que está la vida, la mayoría de las familias se hubieran fragmentado o desintegrado. No solo ejercen de madres, también de padres, abuelas y abuelos. Unas heroínas silenciosas, en particular si son negras, pobres y disidentes”, opina Carlos, sociólogo.
Si los ancianos son los grandes perdedores de las tímidas reformas económicas emprendidas en 2010 por Raúl Castro, las mujeres, no han recibido el reconocimiento que merecen por parte de la sociedad. A pesar de ser puntales en sus núcleos familiares, muchas sufren violencia doméstica, acoso laboral y callejero por parte de los hombres. O son asesinadas. Al final del artículo El primer dato sobre feminicidio en Cuba, publicado por Ailynn Torres en junio de 2019 en la web Sin Permiso, se reportaba que «en los últimos cinco años se han comportado como siguen las muertes de mujeres por agresiones en Cuba: 143 (2013), 157 (2014), 137 (2015), 121 (2016), 130 (2017) y 114 (2018)».
En noviembre de 2019, cuarenta cubanas, la mayoría profesionales de calibre, en una carta que todas firmaron, solicitaron a la Asamblea Nacional del Poder Popular incluir una ley integral contra la violencia de género. La respuesta del régimen, en enero de 2020, fue desconcertante: hasta 2028 no se podría legislar sobre el tema.
Y es que el machismo rampante marca terreno en la Isla. En el siglo XXI, un porcentaje significativo de los hombres cubanos siguen viendo a las mujeres como objetos de placer, engendradora de hijos y amas de casa.
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