A medida que se agudiza la situación económica del país, más difícil se le hace a la familia cubana llevar alimentos a la mesa, no sólo por lo escasos que están, sino también por lo caros, a pesar de toda la propaganda gubernamental que no para de engañar al pueblo con planes agrícolas fracasados que no hacen germinar la tierra.
El arroz y los frijoles constituyen un dúo que no puede faltar en nuestra mesa. De las viandas hemos tenido que prescindir, hasta cierto punto. De la necesaria carne de res, el nutritivo pescado de mar, los otrora abundantes camarón y langosta, ni hablemos, pues hace mucho que fueron excluidos de nuestra dieta -no así de la de los dirigentes-. En su lugar, y con la llegada del periodo especial, comenzaron a vendernos bazofia de supervivencia. Nos ofertaban (y hablo en pasado porque con la agudización de esta nueva crisis ya no los venden) picadillo de soya –o más bien pellejos con soya–, fricandel, mortadela y otros inventos malsanos de dudosa composición, que solo por ser más baratos se consumían bastante, ya que la carne de cerdo ha alcanzado precios inaccesibles y el pollo solo se vende en CUC. Algunos les atribuyen a estas aberraciones culinarias la neuropatía, muy generalizada desde aquellos años entre la población.
A raíz del anuncio, más bien reconocimiento, de la nueva crisis, la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez, prometió la distribución periódica –controlada pero no subsidiada, o sea: racionada, pero cara– de chícharos y otros alimentos de los que hasta la fecha no hemos recibido más que un paquetito de salchichas importadas.
Pese a los llamados a la calma, la situación parece estar tomando un matiz sombrío. “He buscado frijoles y no encuentro”, dice una vecina. “Si no tenemos frijoles, ¿qué vamos a comer? ¿Arroz sólo? Porque los huevos son 15 al mes, y los de nosotros se los dejamos a las niñas”. Pero no es ella la única que busca granos infructuosamente. Y es que estos desaparecieron del mercado tras hacerse pública la plaga de thrip de la flor del frijol (megalurothrips usitatus) que azotó a las plantaciones en meses recientes.
En efecto, en el periódico trabajadores del 2 de marzo de 2020 apareció la nota informativa “Investigan plaga en plantaciones de frijol”. Según el máster Víctor Gil Díaz, investigador y profesor auxiliar del Centro de Investigaciones Agropecuarias de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas (UCLV), este “es un insecto del que se sabe que nunca había constituido una plaga de valor económico para los frijoles”. A pesar de ello, en esta ocasión ha invadido ya a varias provincias a lo largo de todo el país. El Ministerio de la Agricultura reportó entre las más afectadas a Pinar del Río, Artemisa, Mayabeque, Matanzas, Villa Clara, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Ciego de Ávila.
Muchas veces los medios se refieren a los estudios científicos para mejorar la calidad de los granos y evitar plagas, para lo cual el país posee varios centros de investigación. Sin embargo, se ignora la imprescindible experiencia de los campesinos. Uno de ellos, de Pinar del Río, me explicaba: “A los frijoles les intercalo maíz para combatir la plaga”.
A lo largo de estas seis décadas, dirigentes del Gobierno y el PCC aprovechan cada ocasión para cacarear que “no podemos renunciar a la alimentación de nuestro pueblo, que es una cuestión de seguridad nacional y un problema de soberanía alimentaria”. No obstante, este caos en las plantaciones de frijoles no deja dudas sobre la ineficiencia gubernamental. Todo parece indicar que las constantes visitas de control de los dirigentes nacionales al sector agrícola no son todo lo eficientes que el momento requiere.
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