Este relato comienza en la Asamblea Constituyente de Guáimaro, año 1869, y se extiende hasta 1958. Su propósito es rellenar las enormes lagunas de información que padece la población cubana –el 51% femenino, sobre todo-, respecto al avance de una agenda feminista paralela a la lucha por la libertad y la democracia en Cuba, mucho antes del 1ro de enero de 1959.
En el principio fue el verbo de Ana Betancourt el que exigió reconocimiento para los derechos de las cubanas.
“Ciudadanos: aquí todo era esclavo; la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer”.
Luces largas y ovarios bien puestos tenía esa cubana, la primera en articular tan revolucionario discurso. Si bien la nación entre 1869 y 1898 estuvo enfrascada en tres guerras contra España, esas palabras se hicieron eco a través de las diversas organizaciones femeninas que, tanto en la Isla como en el exilio, colaboraron con la independencia.
Sin leyes que garantizaran sus derechos o su igualdad, las valientes del siglo XIX se dieron a la tarea de probar que eran tan valerosas, inteligentes, buenas estrategas y responsables como los hombres. Lo hicieron en el campo de batalla, en el activismo y cabildeo políticos, en la filantropía. Estamos hablando de la Liga de las Hijas de Cuba, fundada por Emilia Casanova en Nueva York, desde cuya residencia en las riberas del Río Hudson se embarcaban armas a los insurrectos durante la Guerra de los Diez Años, y de quien se dice entraba en la Casa Blanca de Ulysses S. Grant como Pedro por su casa a abogar por la independencia de Cuba.
En Nueva Orleans se fundó Las Hijas del Pueblo; en Cayo Hueso y dentro de Cuba, las Hijas de la Libertad, y también en La Habana el Comité Central de Señoras; en Tampa, el club Discípulas de Martí. El 25% de las organizaciones que se unieron al Partido Revolucionario Cubano de José Martí eran femeninas, y de los delegados al PRC, el 37% fueron mujeres. En la Guerra de 1895 las cubanas se integraron al Ejército Libertador en calidad de enfermeras, cocineras, remendonas, mensajeras, contrabandistas, abanderadas y soldados. Veinticinco de ellas alcanzaron rango militar: más de veinte capitanas, tres coronelas y una generala: Magdalena Peñarredonda y Doley.
Hay nombres decimonónicos que todos conocemos: Mariana Grajales y María Cabrales, madre y esposa, respectivamente, del General Antonio Maceo; Bernarda Toro, la esposa del Generalísimo Máximo Gómez; Marta Abreu, la primera filántropa de Cuba; Dominga Moncada, madre del General Guillermo Moncada; Amalia Simoni, esposa de Ignacio Agramonte. En carta fechada en 1897, Federico Cavada, general del Ejército Libertador, afirmaba: “… las cubanas ya no necesitan de la intervención de los hombres. Ellas han dado prueba de ser sus iguales por su heroísmo y sufrimiento… en la insurrección cubana, ellas se han emancipado…”
No obstante, cuando en 1902 se funda la República, la libertad personal y los derechos de las mujeres no fueron reconocidos. De ese irrespeto y desconocimiento de sus méritos a pesar de haber luchado por la independencia a la par de los hombres, surgen las primeras asociaciones feministas de Cuba. Precursora fue el Club Esperanza del Valle, fundado por Edelmira Guerra de Dauval, quien fuera autora del primer manifiesto feminista cubano en marzo de 1897, donde se exigía, el derecho al sufragio, derechos civiles, derecho al divorcio y acceso al empleo público.
A los empleos públicos no tendrían acceso las cubanas hasta después de 1902, y gracias al interventor norteamericano Leonard Wood, “primer feminista de Cuba”, según la antes mencionada Generala Peñarredonda. Las reformas por anular del todo el código español civil y el penal – o sea, por modernizar el país- fueron el terreno de lucha de las feministas cubanas durante las primeras cuatro décadas de la República, comenzando por la educación, campo en el que se destacó sobre todo la pedagoga María Luisa Dolz, considerada la primera feminista moderna de Cuba. En su escuela se forjaron muchas de las mentes lúcidas que luego encabezaron las diversas organizaciones feministas en la Isla.
Bajo su liderazgo se fundaron en Cuba diversas entidades docentes para la mujer que dieron paso a su empleo en esas profesiones: la Escuela Normal de Kindergarten (1906) y la Escuela Normal de Maestros de La Habana (1915) entre otras, además de escuelas de artes y oficio, de negocios, enfermería, farmacia, periodismo y educación física. Estudio, trabajo y reforma se conjugaron para desatar un movimiento feminista de liberación en la clase alta cubana. No obstante, sin derecho al voto, sin derechos sobre su propiedad y fortuna, sin derecho a su autonomía a través del divorcio, le tocó a estas mujeres influir sobre sus parientes masculinos en el Congreso para llevar las exigencias de reformas al plano de la ley.
Fue así como en el año 1917 se aprobó la primera ley en otorgar a las cubanas el derecho sobre su propiedad, finanzas y contratos. También en 1917, se aprobó la primera ley garantizando el derecho de las mujeres al trabajo, ley que fue ampliada en 1922. En 1918 se aprobó el derecho de las mujeres a obtener un divorcio, la custodia de sus hijos y una pensión para su crianza. En 1936, la primera ley de derecho al aborto se aprobó, si bien limitada a tres situaciones: riesgo de la vida de la madre, problemas o defectos del feto, y en casos de violación o incesto.
Quizás la ley que más revolucionó la realidad nacional fue la del sufragio universal, firmada por el presidente Carlos Mendieta en 1934, al fin elevando a nivel de ciudadana con plenos derechos civiles al 50% de la población de Cuba: las mujeres. Cuba fue el tercer país del continente en cuanto al sufragio femenino, detrás de Estados Unidos (1920) y Ecuador (1929).
¿Y qué nombres y entidades se distinguen en estas luchas? Ya mencionamos a Edelmira Guerra y el Club Esperanza del Valle; le siguen las revistas Aspiraciones (1912) y Revista de la Asociación Femenina de Camagüey (1921); el Comité de Sufragio Femenino (1912), la Asociación de Damas Isabelinas, el Club Femenino de Cuba (1917), la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas (1923), el Comité de Acción Cívica, el Comité de Defensa del Sufragio Femenino, la Alianza Nacional Feminista, el Lyceum, la Unión Laborista de Mujeres, el Partido Demócrata Sufragista.
Bajo el liderazgo de Pilar Morlón, la Federación Nacional organizó en 1923 el Primer Congreso Nacional de Mujeres, que se llevó a cabo en La Habana. Participaron treintaiuna organizaciones femeninas además de delegaciones de entidades de la sociedad civil.
En 1925 y otra vez en 1939, se organizaron el Segundo y Tercer Congreso Nacional. Fueron aquellos los difíciles períodos de la presidencia de Gerardo Machado, la porra y la violencia, el golpe que lo destituyó, la pentarquía, la derogación de la Enmienda Platt, la fundación del Partido Comunista, las luchas laborales, la convocatoria a una asamblea constituyente.
Pero también esos años marcaron gran progreso para las mujeres: el voto en el ’34, la participación de tres cubanas en la constituyente de 1939 – la villaclareña Alicia Hernández de la Barca, las tuneras Esperanza Sánchez-Mastrapa, y María Esther Villoch Leyva-, la elección de varias mujeres a la Cámara de Representantes – Hernández de la Barca, Sánchez Mastrapa, María Gómez Carbonell entre ellas-, y su participación, por vez primera, en las elecciones presidenciales democráticas de 1940.
¿Nombres que todos los cubanos –y particularmente las cubanas- debían saberse de memoria? Los de las luchadoras feministas Edelmira Guerra, Pilar Jorge, Enma López-Seña, Hortensia Lamar, Mariblanca Sabas Alomá, Loló de la Torriente, Ofelia Domínguez Navarro, Rafaela Mederos, Leticia de Arriba, Celia Sarrá, Bertha Neckerman, Pilar Morlón, Rosario Guillaume, Dulce María Borrero, Antonia Prieto, Elena Mederos, María Collado, Rosa Anders, Ofelia Rodríguez Acosta, Leonor Ferreira, Consuelo Miranda, María Luisa Dolz, Bertha Arocena, Renée Méndez Capote, Beneranda Martínez, Rita Shelton.
Durante la década de los cuarenta y cincuenta, las feministas, agrupadas en sus respectivas organizaciones pero coordinando esfuerzos a nivel nacional, lograron infinidad de reformas sociales, económicas, laborales, docentes y políticas. Inspiraron y reclutaron a sus congéneres a participar y militar en el activismo político y sindical. También fundaron escuelas –como la Escuela de Servicios Sociales en 1943, y muchas de entrenamiento en diversos oficios-; centros de salud pública enfocados en la maternidad y la infancia; programas gubernamentales en pro de la niñez; organizaciones cívicas de ayuda a los más necesitados y a ciudadanos con condiciones especiales (la tuberculosis, la ceguera, los pacientes de cáncer); instituciones culturales.
Ya para 1958 existían más de 900 instituciones cívicas de mujeres, inscritas oficialmente. Cuba no era una sociedad perfecta a pesar de sus logros en los índices de desarrollo. Cierto que había pobreza, inequidad social y corrupción política. Pero esa sociedad que el machismo-leninismo tomó por asalto el 1ro de enero de 1959 estaba encaminada a transformarse, con el sudor y la inteligencia de sus hombres y mujeres, en una sociedad más equitativa, más justa. Las cubanas eran sus grandes protagonistas y promotoras.
Y sin embargo, sucedió lo contrario. Se arrasó con el progreso y con la gestión cívica independiente. Casi un siglo de activismo feminista se pasmó y borró de la historia el 23 de agosto de 1960 cuando desaparecieron las 900 organizaciones no-gubernamentales y para que surgiera la federación gubernamental única que supeditaría a millones de mujeres a las órdenes del macho -en- jefe. Hasta el sol de hoy.
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