Por Vicente Botín.
En febrero de 2008, en un encuentro con estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas, en La Habana, uno de los alumnos, Eliécer Ávila, preguntó al presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón, por qué los cubanos no podían viajar libremente al extranjero. La respuesta del romo funcionario ha pasado a los anales del recetario marxista, pero de Groucho, no de Carlos Marx: “Si todo el mundo, los seis mil millones de habitantes, pudieran viajar a donde quisieran, la trabazón que habría en los aires del planeta sería enorme; los que viajan son realmente una minoría”.
Han transcurrido tres años desde la boutade de Alarcón, sin que Raúl Castro, un escrutador de estrellas en busca de la cuadratura del círculo, se haya topado con la mentada trabazón. Eso quizá le ha inducido a plantearse la posibilidad de realizar una abertura en el telón de azúcar. Pero Raúl Castro se muestra cauto a la hora de tomar esa decisión, no fuera que la trabazón apareciera de improviso. Por eso, el punto 265 del programa de “reformas” aprobado en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, recoge solo la intención del gobierno de “estudiar una política que facilite a los cubanos residentes en el país viajar al exterior como turistas”.
Los cubanos recibieron la noticia con cierto optimismo, pese a que están acostumbrados a que el gobierno incumpla sus promesas. Las personas que pueden viajar al extranjero en Cuba son una minoría. En eso tiene razón Ricardo Alarcón. La tarjeta blanca, el ansiado salvoconducto para poder salir de la isla, es un privilegio, no un derecho, que el Gobierno otorga a voluntad.
Hay tres categorías para poder viajar al exterior:
1.- Miembros de la nomenclatura y personalidades relevantes del régimen, junto con sus familiares, además de algunos cubanos (no todos) casados con extranjeros.
2.- Funcionarios, intelectuales, actores, deportistas, músicos o miembros de otros colectivos, con la autorización expresa de los organismos o instituciones en las que están encuadrados. La renovación de los permisos de salida depende de su buen comportamiento, es decir, que las declaraciones que hagan fuera de la isla sean políticamente correctas. Si no lo son, se les puede prohibir también el regreso a Cuba.
3.- Personas autorizadas por motivos familiares o profesionales o porque han obtenido el estatus de “emigrantes definitivos” que se otorga con cuentagotas. En el primer caso, el aspirante tiene que presentar una “carta-invitación” del familiar al que va a visitar, rubricada por la embajada cubana correspondiente. Si recibe la tarjeta blanca, y para evitar “deserciones”, no puede llevar consigo a los hijos menores de edad, que se quedan en la isla como rehenes. El tiempo máximo autorizado de permanencia fuera del país es de 11 meses.
Durante ese tiempo, los que han salido por trabajo tienen que inscribirse en la embajada cubana y pagar mensualmente un porcentaje de su salario; en caso de no hacerlo, se les prohíbe el regreso a Cuba. Además, si después de transcurridos 11 meses, no han vuelto a su país, se convierten automáticamente en “emigrantes definitivos”, es decir, en desterrados: no pueden volver a Cuba hasta después de cinco años, y solo como turistas, durante un periodo máximo de un mes, y eso en el caso de que el gobierno decida autorizar su entrada. También pierden todos sus derechos y propiedades en la isla. Esas cláusulas de restricción y expolio se aplican también a los emigrantes con “salida definitiva”.
Con tantas trabas, los cubanos que quieren salir de su país tienen que recurrir forzosamente a otros medios, a pesar de que el Código Penal establece fuertes penas de cárcel por “salida ilegal del territorio nacional” o por “actos tendentes a salir del país”, como fabricar una balsa. Organizaciones radicadas en Miami han establecido un servicio “regular” de cigarretas, lanchas rápidas que en un abrir y cerrar de ojos transportan a la otra orilla a cualquiera que pueda pagar la nada desdeñable suma de 10.000 dólares.
El riesgo es grande, pero mayor es el que tienen que afrontar todos los que se lanzan al mar por sus propios medios para navegar por el llamado corredor de la muerte, la peligrosa ruta marítima que utilizan los balseros para llegar a Miami que tantas muertes provoca. La organización Archivo Cuba, que dirige María Werlau, ha establecido la aterradora cifra de cerca de 80.000 fallecidos en el mar desde 1959. La principal iniciativa de esa organización, que busca promover los derechos humanos mediante la investigación, es el “Proyecto de Verdad y Memoria”, para documentar el costo en vidas de la revolución cubana.
Más de dos millones de cubanos, de una población de once millones, viven fuera de Cuba, de los cuales un millón ochocientos mil se encuentran en Estados Unidos, según el último censo hecho público el pasado mes de mayo. La primera ola migratoria se produjo tras la llegada de Fidel Castro al poder, en el año 1959, y no se ha detenido desde entonces, con éxodos masivos como los de Camarioca o Mariel, utilizados por el dictador cubano como válvula de escape para dar salida al descontento popular.
En 1994, después de la “crisis de los balseros”, que provocó la huída de 40.000 personas a Estados Unidos, representantes de los gobiernos de Washington y La Habana se sentaron en la mesa de negociaciones para estudiar fórmulas que permitan una emigración “segura, legal y ordenada”. La Administración Clinton se comprometió a otorgar 20.000 visados anuales a los cubanos que quisieran emigrar a Estados Unidos, pero introdujo restricciones a la Ley de Ajuste Cubano, aprobada por el Congreso, en noviembre de 1966, que otorga a los cubanos el estatus de residentes permanentes en ese país y les da la opción de nacionalizarse. Con la llamada ley de “pies secos, pies mojados”, Estados Unidos solo admite a los que logran pisar territorio estadounidense; los interceptados en el mar son devueltos a Cuba.
Los acuerdos migratorios entre los dos países no ha frenado la llegada de balseros a Miami. La falta de libertades y la grave crisis económica de Cuba empujan a muchos cubanos a jugarse la vida en las peligrosas aguas del estrecho de la Florida. Algunos disponen de visados expedidos por la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana y podrían emigrar de manera “segura, legal y ordenada”, como asegura que quiere el gobierno cubano, pero niega la tarjeta blanca a disidentes, jóvenes en edad militar, familiares de “desertores”, y a personas que simplemente desean marcharse del país.
Los médicos son un caso aparte, necesitan “la liberación”, un permiso especial que en el mejor de los casos se concede a los 10 años de haberlo solicitado. Por eso son frecuentes las “deserciones” cuando son enviados a “misiones” en el exterior. Deportistas, miembros del Ballet Nacional de Cuba, músicos y otros profesionales aprovechan también giras o competiciones fuera del país para no regresar a Cuba. Se les llama “quedados”. A otra categoría pertenecen los “quedaditos”, exiliados de terciopelo, hijos y familiares de la nomenclatura que deciden vivir fuera de Cuba, sin que se les ponga trabas para salir del país.
El gobierno de la isla se propone flexibilizar la salida al exterior de los cubanos como turistas. Eso es lo que recoge uno de los puntos del programa de “reformas” aprobado en el VI Congreso del Partido Comunista. Pero hay que recordar que en 2008, durante una visita a Cuba del canciller brasileño, Celso Amorim, Raúl Castro le dijo que no tenía intención de eliminar el permiso de salida “en un futuro próximo”, por temor a un éxodo masivo de cubanos, según reveló un cable de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana publicado por WikiLeaks.
Desde la llegada al poder de Fidel Castro, el gobierno ha bautizado cada año con distintos eslóganes: año de la planificación, del guerrillero heroico, de los diez millones, de la emulación socialista… El año 2008 pasará sin duda a la historia como el de la trabazón aérea. Pero si Raúl Castro quiere destrabar los cielos del planeta, buen destrabador será.
0 comments:
Publicar un comentario