Por Iván García.
La suerte de Cuba se decide en 10 años. O menos. Para esa fecha Fidel Castro, tendrá 95 años. Si aún vive, una enfermera intentará darle papilla o compota de manzana a cucharadas.
Su hermano Raúl, por el estilo. Cumplirá 90 y no creo tenga fuerzas para apagar las velitas de la tarta. Si Dios les da la gracia de tenerlos con vida, serán dos abuelitos aburridos. Un pedazo de la historia cubana postrados en sillones de rueda.
En 2021, probablemente antes, quienes rijan los destinos de la nación habrán ajustado el rumbo en su sextante político. Si la nave sigue comandada por los empresarios de verde olivo, Cuba será una mezcla de comunismo virtual y capitalismo estatal entronizado en los principales sectores económicos.
Quizás en esa fecha ya la inteligencia cubana haya diseñado una oposición adocenada y gentil. Y, para no ser menos, celebrarán elecciones cada 5 años. Existirán dos o tres partidos de nombres rimbombantes que prediquen lo mismo, pero con diferentes formatos.
Por supuesto, los magnates militares tendrán el control absoluto de la economía y la vida política. Dejarán hacer a la iniciativa privada. Estimularán y premiarán con bajos impuestos. Y a los cubanoamericanos poderosos, los compensarán por los bienes expropiados durante los primeros años de revolución.
Si para entonces, las firmas Bacardí, Fanjul y de otros millonarios de origen cubano prefieran invertir y dejar de lado ‘esas necedades de la democracia y los derechos humanos’, las puertas de los negocios en Cuba se les abrirán.
Los activistas políticos y periodistas independientes incómodos que se salgan del guión deberán cuidarse. Cuando exista una luna de miel con los acaudalados compatriotas de la Florida, el embargo sea una reliquia, y de vez en cuando un presidente de Estados Unidos pase sus vacaciones en Varadero, no será necesario montar circos jurídicos contra los disidentes.
Los que molesten irán a una fosa. Serán enterrados tres metros bajo tierra, con un tiro en la nuca. Como en México o Colombia. Nadie querrá saber quién los mató.
Cuba es un Estado en liquidación. Ya se van desmontando los subsidios y los mandarines criollos ahora hablan de pérdidas y ganancias. ¡A trabajar, carajo!, dicen en todas las asambleas.
En lo económico la caja está cuadrada. Lo de conservar la economía planificada es para tener sosegado a Fidel Castro, quien tiene ojeriza al libre mercado. Pero ya hay sectores, como el inmobiliario, extracción de petróleo o turismo que apuestan por las empresas mixtas.
Muchos generales reconvertidos en hombres de negocio, vestidos con guayaberas blancas, darán las palabras de bienvenida en algún torneo de golf. Volverán los caddies negros a cargar los palos y las máquinas registradoras repiquetearán alucinadas de tanto billete verde.
El puerto del Mariel será una mina. Dejará chiquito al de Miami. En las maquiladoras chinas la gente trabajará por 2 dólares al día. Y estarán contentos. En una empresa estatal sólo cobrarían cincuenta centavos de dólar.
Así, más o menos, será el diseño de Cuba dentro de 10 años.
Que se instaure o no un sistema bicéfalo, mezcla de lo peor del capitalismo con la brutalidad represiva de las sociedades cerradas, quedará en manos de una disidencia que debe madurar y ganar en conciencia política. De lo contrario, descaradamente será comprada con divisas fuertes, para que participe también del pastel o mantenga la boca cerrada.
El futuro pinta feo. Puede que falten detalles. Pero no sobran.
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