Por Gustavo Silva.
Dualidad de poderes. El Comandante en Jefe y premier Fidel Castro asume la presidencia del Instituto Nacional de Re£orma Agraria (INRA), con el capitán Antonio Núñez Jiménez como director ejecutivo (CEO). Al engolfarse los historiadores soviéticos en la tarea de contarles a los cubanos su historia reciente, las analogías con la revolución rusa proliferaron. Y como una de las joyas historiográficas era la dualidad de poderes Gobierno de Kerenski-Soviets, un tal Marat Mojnachov se apeó, en algo así como La fusión del movimiento revolucionario en Cuba en una corriente única antiimperialista y patriótica (1963), que luego de triunfar la revolución de Castro sobrevino la dualidad de poderes entre el Gobierno Revolucionario y el INRA. Así lo repicaría otro fulano de apellido Churkin en Acerca de la formas políticas de los peldaños del tránsito en el desarrollo de la dictadura del proletariado (1964).
Trotsky había calado a fondo la dualidad de poder, en su Historia de la revolución rusa (1928-31), como «régimen de crisis social: al mismo tiempo que señala el punto álgido a que ha llegado la escisión en el país, contiene potencial o abiertamente la guerra civil». Y concluyó que no había tal en presencia de «voluntad gubernamental única». De manera que Mojnachov, Churkin y sus epígonos -la dualidad de poderes al principio de la revolución castrista rondaba por los textos de historia del movimiento obrero y la revolución socialista en Cuba- soslayaron que Castro era al mismo tiempo premier del gobierno y presidente del INRA. Tal y como enseña Karl Popper, un solo contraejemplo basta para desechar la conjetura de abolengo soviético.
Antes de que Castro se alzara con el premierato, Manuel Urrutia se creyó presidente y aseveró en público que erradicaría el juego de inmediato. Para compensar a los trabajadores del sector daría subsidios. Castro aprovechó la visita (febrero 6, 1959) a la empresa Shell para soltar que se consideraba «tan enemigo del juego como el más puro en este país, [pero] es muy fácil escribir en un despacho, olvidándose de que hay aquí de medio millón a un millón de desempleados y cientos de obreros que trabajan en los centros de diversión (…) Es muy bonito resolver teóricamente estos problemas con el estómago lleno (…) Pero yo a todos esos los llamaría a que se reunieran con los trabajadores». Esa noche Urrutia tuvo un ataque de nervios y decidió renunciar, pero su secretario, Luis Buch, y otros ministros consiguieron consolarlo con que Castro había criticado al gobierno en general y no al presidente en particular.
Castro había concebido el gobierno provisional de su revolución triunfante antes de triunfar (diciembre 18, 1958) y escogió a Urrutia como presidente, quien no sabía ni por qué. Luego iría arrinconándolo, sobre todo tras empinarse como primer ministro (febrero 16, 1959), para acabar dándole el tiro de gracia mediático (julio 17, 1959). Nunca hubo dualidad de poder, sino amaños del grupo político de Castro, que se arremolinó tanto en el INRA como en el Consejo de Ministros para despedir con fuerza centrífuga a todos los elementos ajenos.
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