El 28 de mayo de 1999, el entonces delfín del castrismo Felipe Pérez Roque fue designado como ministro de Relaciones Exteriores, convertido en el más joven integrante del gabinete cubano.
Su nombramiento fue anunciado en una nota del Consejo de Estado que elogiaba al joven dirigente y destacaba sus condiciones excepcionales para el cargo por estar familiarizados como pocos con las ideas de Fidel Castro. La frase destapó una ola de reacciones entre la vieja nomenclatura que se sintió relegada a un segundo plano en eso de conocer las doctrinas del Jefe, al punto que dos días después la prensa oficial se vio obligada a publicar una inusual nota aclaratoria.
La nota aclaratoria del 31 de mayo de 1999 quedará en la historia como una joya insuperable de la guataquería oficial. No existe un documento similar en la papelería revolucionaria cubana: esta es quizás la degeneración más viciada del culto a la personalidad que se recuerde en mucho tiempo, fabricada desde la impersonalidad de un grupo de presuntos ofendidos para halagar la voluntad de una cúpula envejecida de impostores.
Reproducimos aquella nota de rectificación, que varias fuentes consultadas atribuyeron a una rabieta del actual vicepresidente primero y segundo secretario del Partido Comunista, José Ramón Machado Ventura.
Sea quien fuere su promotor, el texto es sintomático del estado de sumisión totalitaria que convierte a los estratos de poder en juguetes imantados en torno a la figura del líder máximo.
Para esa época, Pérez Roque escalaba hasta la cancillería cubana en sustitución de un blando y corrupto Roberto Robaina. Se había forjado bajo la tutela de Fidel Castro y había probado intensamente su lealtad al patriarca.
Diez años después, todo se desmoronó y el prometedor dirigente que como pocos interpretaba al jefe se transformaba en un indigno a quien la miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno despertó ambiciones que ilusionaron a los enemigos de Cuba, según las propias palabras de Fidel Castro tras la destitución de su antiguo discípulo, en marzo del 2009.
Hoy Felipe Ramón Pérez Roque, de 46 años, es un fantasma político. Intenta aplicar sus conocimientos de ingeniería en una fábrica sideromecánica de La Habana y trata de pasar inadvertido entre sus compatriotas. Se sabe vigilado y su comportamiento no se permite ningún desliz que pueda interpretarse como provocador a sus viejos camaradas.
Suele visitar a su suegro Jaime Crombet, vicepresidente del parlamento cubano, y de vez en cuando repite en privado y en público -para los oídos y los ojos del Gran Hermano- que confía en la revolución.
Queda esta nota de la aberración oficial para cuando haya que hacer la Historia de verdad.
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