Por Iván García.
Ser viejo en Cuba es un problema. Vea usted, si una familia joven debe hacer milagros para llevar tres platos a la mesa, comprar ropa a sus hijos y ver de dónde rayos sacan dinero para reparar su choza, imagine usted lo duro que puede ser para un anciano. Sobre todo si es negro.
La calidad de vida de los abuelos cubanos hace rato va en retroceso. Son los más perjudicados por esa guerra sin tronar de cañones que dura ya 22 años, pomposamente llamado ‘período especial’. Los nuevos ajuste fiscales para sanear las finanzas ha golpeado fuerte a los de la tercera edad. Y seguirá golpeándolos. El General Raúl Castro pretende dar otra vuelta a la tuerca. Promete echar abajo antiguos subsidios y tirar al cesto la añeja cartilla de racionamiento.
Los más afectados ante las nuevas medidas son los viejos. En 2006 el gobierno decretó un aumento del dinero cobrado por concepto de jubilación. Como promedio, un retirado recibe entre 186 y 300 pesos (8 y 13 dólares) En la práctica, esa cantidad es poca cosa. El aumento de precios de algunos alimentos y el alza de la tarifa eléctrica, entre otros, de una mordida devora la raquítica subida de las pensiones.
Pregúntele a Julia, 82 años, anciana negra, demacrada y muy delgada, si la plata de su jubilación le alcanza para llevar una existencia digna. Le responderá con una mueca patética.
Desde que se levanta, al filo de la madrugada, su vida es dura. “Compro 100 periódicos diarios en un estanquillo. Luego los revendo a peso. Como no siempre los vendo todos, también vendo cigarrillos sueltos o cucuruchos de maní. Si ese día tengo suerte, puedo almorzar y cenar. Pero generalmente sólo me alcanza para cenar. No tengo hijos y mi familia está igual o peor que yo. Ser vieja y negra es una maldición, señala al caer la noche en una céntrica avenida habanera.
No se sabe oficialmente la cantidad de ancianos que en la isla viven prácticamente en la indigencia. Cuba es una nación donde las cifras y estadísticas sólo las conocen los mandamases. Pero lo que usted observa en las calles asusta.
La mayoría de las personas que hurgan en contenedores de basura, recogen desechos de aluminio o venden cualquier trasto inservible en una esquina, sobrepasan los 60 años.
Ya no asombra ver en los portales a un viejo ebrio con alcohol casero durmiendo sobre cartones. O a una anciana abandonada rogando una limosna. Y no se vislumbra una solución gubernamental para este sector de la ciudadanía.
Según datos ofrecidos por la prensa oficial, la población en la isla envejece inexorablemente. Para el 2025 habrá casi dos veces más ancianos mayores de 60 años que niños en edades comprendidas de 0 a 10 años.
El sistema de pensiones que garantice una vejez tranquila y segura está en quiebra. La mayoría de los viejos que andan por la ciudad a la caza de dinero y alimentos, son personas humildes que una vez trabajaron por la ‘construcción del socialismo’. Los hay como Juan, 79 años, quien en las montañas del Escambray persiguió grupos de alzados contra Castro. También peleó como reservista en Angola.
Desde hace años pernocta en la calle. Duerme donde le coja la noche. Un portal, funeraria o escalera de algún edificio. “Mi familia hace rato se desentendió de mí. El Estado igual. Lo que me ofrecieron fue una plaza de sereno en una escuela. Trabajo en días alternos. He perdido la visión de un ojo. Huí del asilo de ancianos, es mejor estar muerto que residir en un hospicio. Malos tratos y pésima comida. Lo único que deseo es que Dios venga rápido y me lleve, apunta Juan mientras en una fonda estatal come una ración de arroz blanco, frijoles negros y un trozo de pescado hervido repleto de espinas.
Los asilos de ancianos en Cuba suelen ser precarios. Son edificaciones deprimentes donde la gente pasa y mira hacia otro lado. En la calle San Miguel, casi esquina Acosta, municipio Diez de Octubre, hay uno de ellos.
En invierno da grima ver a un atajo de viejecillos vestidos con gabanes de los años 50 para amortiguar el frío. Balanceándose frenéticamente en un sillón pidiendo cigarros y dinero a los transeúntes. En verano sudan y apestan. Se lo pasan jugando dominó en el portal del asilo y viendo la tele. Comen poco y mal. Hablan con nostalgia del pasado, cuando eran jóvenes y fuertes. El deseo de muchos es morirse cuanto antes.
La mayoría de estos ancianos son negros. Los más pobres entre los pobres de Cuba son descendientes de africanos. Los que peor viven. Los que engrosan las galeras de las prisiones.
Y cuando llegan a la tercera edad, los infiernos chiquitos donde crecieron, su escasa preparación y el entorno familiar violento les pasa factura. Llega la locura y la limosna. Se refugian en el alcohol. O prefieren suicidarse. Decididamente, Cuba no es país para viejos. Sobre todo si son negros.
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