El régimen castrista ha sobrevivido a Fidel Castro por 14 años, si contamos la sobrevida no a partir de la muerte del Máximo Líder, el 25 de noviembre de 2016, sino en el verano de de 2006, cuando el Comandante se vio forzado a dejar el poder por enfermedad y se convirtió en el delirante Compañero Fidel de las reflexiones del periódico Granma y el cultivo de la moringa, amén de una que otra cuchareta metida en temas cruciales, como el restablecimiento de las relaciones con los Estados Unidos. Pero esa supervivencia ha sido de la peor forma posible.
Durante su gobierno, Raúl Castro, en vez de cambios estructurales, y reformas, puso parches y remiendos y desaprovechó la oportunidad que tuvo con Obama. Luego de la designación como presidente de Miguel Díaz-Canel, que no se cansa de repetir que es la continuidad, el régimen de relevo se ha caracterizado por los tropezones, las incongruencias, los desatinos y papelazos.
Llevándolo al terreno del rock, el castrismo está hoy como estarían los Rolling Stones sin Mick Jagger. Solo que los miembros de la banda verde olivo son incapaces de suplir la falta del frontman. Poco creativos y pésimos en el manejo de sus instrumentos, cada vez desafinan más y suenan peor, aunque lleven 61 años con el mismo repertorio. Es casi imposible hacer como Lynyrd Skynyrd, que luego del trágico accidente de 1977, se convirtieron en una banda de tributo a ellos mismos, que estremece a su público como el primer día, cada vez que tocan Free bird o Tuesday is gone.
Hoy, el castrismo, con todas sus posibilidades agotadas, es como un enfermo postrado, que se sabe sin curación, pero aún así, a fuerza de coacción, puede durar varios años más, aunque sea en condiciones lastimosas, sobre todo para el pueblo que se ve obligado a soportar su lenta agonía.
Este régimen da por momentos la impresión de estar aturdido, paralizado, si saber qué hacer ni a donde se encamina, siempre a la defensiva. Y no es para menos. Nada le sale bien, la situación internacional no le favorece, el descontento es cada vez mayor y los cubanos, irritados por tanta penuria, están empezando a perder el miedo. Por cualquier motivo estallan protestas. Y cuando interviene la policía, es peor. Como pasó en Santiago de Cuba cuando una turba que quería linchar al violador de una niña, enfrentó a pedradas y ladrillazos a los boinas negras. Es que el pueblo, cansado de sus abusos, cada vez odia más a la policía.
Y también odia y desprecia a los dirigentes. Solo hay que escuchar lo que se habla en la calle, que por supuesto, es muy diferente de lo que dicen los siempre conformes y optimistas entrevistados en el NTV.
¿Cómo van a creer y confiar en esos panzudos arrogantes que andan de reunión en reunión, sin solucionar problemas, sino más bien empeorándolos, y que piden al pueblo, cada vez que le anuncian una nueva privación, más sacrificios y que sigan resistiendo?
Los mandamases, sordos a los reclamos populares, intentan mantener su autoridad a costa de la usura fidelista, del culto al fallecido líder, repitiendo consignas y viejas historias de la guerrilla serrana. Y justifican sus fracasos e ineficiencias con “el reforzamiento del bloqueo y la hostilidad de la administración Trump”, lo que también les sirve como pretexto para aumentar los controles sobre la sociedad y la represión contra los opositores.
Dicen aspirar a “un socialismo próspero y sostenible”, pero, apelan, con su palabrería hueca y sus burdos argumentos, a las mismas fórmulas que han fracasado una y otra vez. En vez de acabar de desatar las fuerzas productivas, imponen trabas y limitaciones y siguen apostando por las empresas estatales y la planificación centralizada. Idean movidas que se sabe nada resolverán, de no ser nutrir las filas de la parásita burocracia gubernamental, como eso de crear los cargos de primer ministro, gobernadores e intendentes. Van de un absurdo en otro, cual si no supieran que hace décadas perdieron la maña de engatusar y están jugando con fuego.
Ahora se quejan de que está en marcha “una plataforma de restauración del capitalismo” (¿?) y piden reforzar la vigilancia y el “trabajo ideológico”. Están muy molestos porque con el acceso de los cubanos a Internet, censurada y todo, se les acaba el monopolio de la información. Se sienten no solo constantemente cuestionados, sino también burlados, desafiados e insultados en las redes sociales. Y en ellas, con los gastos de los tuitazos pagados por el Estado –que dice no tener dinero para comprar medicinas y alimentos-, llaman los mandamases a sus peones a dar “la batalla por la revolución y el socialismo”. O sea, la contraofensiva de las ciberclarias.
De tan ridículos dan risa. Pero, ¡cuidado! Sabiéndose perdidos, son muy peligrosos. Como las ratas acorraladas.
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