Últimamente, en las redes sociales, algunos artistas e intelectualoides, tibios y complacientes del doble juego, que se quejan de “los extremistas del otro lado” -los cerrilmente recalcitrantes del lado de acá no cuentan demasiado para ellos: son, si acaso, una ligerísima molestia a la que ya se acostumbraron- afirman la existencia de una “amplia clase media” en Cuba. Incluso una socióloga asegura que ya está en marcha la transición hacia un “socialismo de capas medias”.
Esa clase media existe, efectivamente, solo que no es tan nutrida como su egoísmo les hace decir a esos insensibles zoquetes: es una minoría, para nada representativa. También, cómo no, existe una clase alta, exclusiva y excluyente: una minoría más reducida aún, que integran los mandamases y sus desvergonzadamente ostentosos descendientes. Y una clase baja, compuesta por la mayoría de los cubanos, que vive prácticamente en la indigencia, dependiente de un estado ruin y chantajista que la lleva de rama en rama, a patadas y buchitos de agua.
Habría que ver -¡ay, Karl Marx!- qué entienden o quieren entender por “clase media” esos resignados (u otra palabra parecida) gaznápiros del embaraje y el tíbiri tábara.
Supongo que se refieren a unos pocos adinerados deportistas, músicos, cantantes, escritores, pintores, la casta gerencial y los contados emprendedores privados que han logrado tener éxito porque con la venia del régimen, en pago por sus servicios pasados y presentes, están exentos de las trabas y limitaciones que les imponen a los demás cuentapropistas en sus negocios.
Los demás, incluidos los tunantes que medran en la frontera del delito o traspasándola con asiduidad, son pobres diablos que por disponer de algún dinero sufren un poco menos el hambre y las vicisitudes que el resto de sus compatriotas, y a veces, hasta pueden darse lujos que ni remotamente serían considerados como tales en un país en condiciones medianamente normales.
Esos que hablan de una “amplia clase media” en Cuba, de tan sumisos y conformistas, han perdido la perspectiva de la vida real. Se han adaptado al chiquero y chapotean, aunque con remilgos. Buscan consuelo en las migajitas de que disfrutan, y si hacen algún “señalamiento crítico”, si piensan que han ido demasiado lejos, que se les fue la mano en la travesura, luego, para anotarse puntos con sus amos, acotan que Cuba es un país como otro cualquiera, incluso mejor que muchos, “gracias a los logros de la revolución”, donde si no se vive mejor, si hay problemas, si la gente pasa penurias, es “por culpa del bloqueo”.
Resultan grotescos de tan desvergonzados como son.
Para que esa “clase media” fuera tan amplia como dicen, en una sociedad que está tan jodida, ¿a quiénes habría también que incluir? ¿A los dueños de cafeterías y paladares que son constantemente chantajeados y esquilmados por los inspectores? ¿A los cosecheros que en desventaja producen más que las ineficientes empresas agrícolas estatales? ¿A los intermediarios de los agromercados? ¿Los vendedores de las trapo-shopping? ¿Los boliteros? ¿Las jineteras y sus chulos? ¿Los criadores de puercos en los patios? ¿Los que rentan parte de sus casas a extranjeros y se quedan sin privacidad y obligados a informar de sus huéspedes al MININT? ¿Los que viven como parásitos, mantenidos a costa de las remesas de sus parientes en el exterior? ¿Los que para conectarse malamente a Internet en sus móviles dependen de que en Miami les recarguen el saldo? ¿Los profesores que cobran por aprobar a sus alumnos en los exámenes? ¿Los pintores y artesanos que prostituyen su arte vendiendo baratijas de feria? ¿Los actores y actrices que tienen que suplicar porque les permitan interpretar un personaje en alguna telenovela o una película, preferiblemente extranjera? ¿Los cantantes que tienen que pagar para salir en la TV, que los pasen en la radio o los premien con un Lucas? ¿Los científicos que ganan una miseria y tienen que ir a trabajar en guagua o en bicicleta? ¿Los médicos a los que el estado les quita el 70% de lo que les pagan en otros países por sus servicios?
Cuánta imaginación requiere creerse de la clase media, a pesar de tener que soportar suplicios tales como usar un periódico como sustituto del papel sanitario, no tener gas para cocinar, olvidarte del carro (si lo tienes) porque la gasolina es por tarjeta y solo para los autos estatales, tener agua en la tubería cada cuatro días, pugilatear el jabón y el desodorante, sufrir acidez estomacal luego de tomar café mezclado con vaya usted a saber qué rayos, comer huevos y las papas (si hay) hervidos en vez de fritos porque ya se te acabó el aceite que te venden cada dos meses y en la TRD no hay…
¿Clase media? ¡Por favor!
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