Cuatro y veinte de la tarde del lunes 27 de enero de 2020. Un grupo de alumnos sale de la escuela primaria que lleva el nombre de Quintín Bandera, general mambí de la raza negra que combatió en las tres guerras de independencia y fue famoso por sus cargas al machete. El colegio radica al costado de una parroquia pintada de amarillo en la calle Vives, denominada Iglesia de Jesús, María y José, en el habanero barrio de Jesús María. José, un jubilado que todas las tardes suele sentarse en un pequeño parque que bordea el templo, recuerda la algarabía de los escolares.
«Algunos estaban jugando de manos o correteaban por la calle. Otros fueron a comprar dulces, chicles o bocaditos de helado en una cafetería particular” y cuenta que losúltimos en salir de la escuela fueron los alumnos de quinto y sexto grado, quienes se preparaban para participar en un desfile escolar al día siguiente, 28 de enero, 167 aniversario del natalicio de José Martí.
“Todavía no eran las cinco de la tarde. Yo iba caminando pa’la carnicería a comprar el pollo, cuando de pronto siento un estruendo, pum, parecía que había explotado una bomba. Cuando miro pa’ la esquina de Vives y Revillagigedo, solo veo una columna de polvo y la gritería de la gente. Una de las niñas murió al instante, las otras dos fallecieron en el hospital. En menos de una hora los boinas negras de la policía y un montón de segurosos que andaban en moto Suzuki tomaron el barrio. Comenzaron a llegar pinchos (dirigentes), todos cebaos (gordos). Pero se fueron enseguida».
Los familiares de María Karla Fuentes, Lisnavy Valdés y Rocío García, de 11 y 12 años, alumnas de sexto grado de la escuela Quintín Bandera, están que si los tocan explotan. Los vecinos también están furiosos. «¿Cómo es posible que el gobierno se gaste millones de dólares en construir hoteles en la Habana Vieja y no sea capaz de construir y reparar las miles de viviendas en mal estado que hay en estos barrios?”, se pregunta José.
Loida, maestra, espera que “la muerte de estas tres niñas despierte la sensibilidad del gobierno y tomen acciones para mejorar las condiciones de vida de las personas que residen en condiciones deplorables en barrios como Jesús María, San Isidro, Belén, Colón, Los Sitios y San Leopoldo. Esto no pasa en el Vedado, Miramar o Atabey. Sus hijos y nietos no corren peligro ni les falta comida, ropa y zapatos”, dice indignada.
Setenta y dos horas después de la muerte de las tres niñas, todavía se sentía la ira en el vecindario. Dianelis, madre de dos hijos, comienza hablando en voz baja, pero mientras relata su historia, va subiendo el tono de voz.“Cualquiera de los muchachos del barrio pudo ser María Karla, Lisnavy o Rocío. El noventa por ciento de los edificios, casas y solares de Jesús María está en peligro de derrumbe. Cada vez que llueve, al día siguiente, cuando sale el sol, siempre se cae un techo o se agrieta la pared de una casa. ¿Qué está esperando el gobierno, que esto explote como Cafunga y todos quedemos sepultados bajo los escombros? No aguanto una mentira más. Tenemos que exigirle a los dirigentes que reparen nuestras viviendas. Si no, que se vayan pa’la pinga. Partía de vividores”.
Dos mujeres sentadas a la entrada de una cuartería, que han estado escuchando a Dianelis, asienten en silencio. “Mi’jo, estamos hasta aquí ya -y señala su cabeza. Es un sinvivir diario, muchas batallas a la vez. Escasea la comida, falta el agua, el dinero no alcanza… No hay ni cojones. Esto no es fácil”, confiesa una de las mujeres. Eloísa, una señora que sobrevive vendiendo helado, dice que las muchachitas fallecidas siempre le compraban helado.
En su perfil de Facebook, la opositora Martha Beatriz Roque Cabello informó que Damas de Blanco y miembros de la independiente Red Cubana de Comunicadores, abrieron en La Habana un libro de condolencias, con fotos de las tres menores. Activistas de las dos organizaciones consideran que sus muertes clasifican como «homicidio negligente».
Por su parte, en redes sociales, varios cubanos han lanzado una iniciativa sobre los peligros de derrumbes, cada vez más frecuentes, en particular en la capital del país. Bajo el hashtag #PeligroDerrumbeCuba, se pretende que los ciudadanos colaboren, al avisar y señalizar lugares que podrían representar riesgos para la vida. Al respecto, Yoani Sánchez, directora del periódico digital 14ymedio, escribió: «Sé que eso no resolverá el problema, pero si no nos hacemos oír, terminará por caernos toda la ciudad en la cabeza».
Luis, quien durante quince años trabajó como funcionario de vivienda en el municipio Centro Habana, reconoce que la pésima infraestructura de los inmuebles de la zona es un polvorín a punto de estallar.
“El gobierno está jugando con candela. El día que un temporal, un tornado o un ciclón pase por Jesús María, se va a bolina. Entre el 80 y el 85 por ciento de las casas y edificios están en regular o pésimo estado técnico. Los vecinos, con razón, están señalando a un solo culpable: el Estado. Entonces el Estado es el encargado de proporcionale a los ciudadanos los recursos para que reparen o reconstruyan sus viviendas. Si no pueden, por falta de dinero o «por culpa del bloqueo» que implanten un nuevo sistema. O que renuncien en masa. Fíjate si los altos funcionarios del gobierno tienen cargo de conciencia y pánico de visitar estos barrios, que ni Díaz-Canel, Valdés Mesa, Manuel Marrero o Raúl Castro fueron a darle las condolencias a los familiares. Le dedicaron espacio a Kobe Bryant, que es americano, y no han sido capaces de tener un gesto de humanidad hacia las familias de esas tres niñas. Díaz-Canel, obligado por la indignación de los cubanos en las redes sociales, dos días después de la tragedia, el 29 de enero escribió en Twitter un escueto pésame: Lamentamos sentidamente lo ocurrido. Nuestro acompañamiento a las familias. Esa actitud distante y fría tiene a la gente de Jesús María muy disgustada. El día que se tiren pa’la calle, se acabó la revolución”.
Desde que usted entra a la calle Vives y camina hasta que ésta finaliza, en la Estación Central de Ferrocarriles, se puede observar el mal estado de la mayoría de las viviendas en la zona. En estos barrios la ilegalidad es lo habitual.
Sin demasiada discreción, sentados en la puerta de sus domicilios, entre otras cosas, venden cerveza por la izquierda, pasta dental Colgate, jabones Camay y bisuterías baratas traídas por ‘mulas’ de Panamá o Cancún. Puedes pasar horas en un burle (casa clandestina de juegos), solicitar una prostituta a domicilio o comprar anfetaminas, marihuana o cocaína. Aunque constantemente un patrullero circula por el lugar, los buscavidas siguen en lo suyo. Y como otras localidades de La Habana profunda, hoy Jesús María es como una selva. Solo sobreviven los más fuertes. Apenas se habla de política. Los tipos de éxito son los que hacen dinero, tienen amantes y pueden comprarse un carro y una casa en urbanizaciones codiciadas como Nuevo Vedado, Víbora Park o Casino Deportivo.
Pero al igual que el resto de los barrios de los 15 municipios de La Habana, Jesús María tiene su historia. El famoso violinista Brindis de Salas vivió en Águila y Apodaca y en la hoy deteriorada calle Vives se fundaron la Sonora Matancera y el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro. En Figuras entre Vives y Esperanza nació La Ideal, la orquesta de Joseíto Fernández y en Gloria entre Aponte y Factoría vivió muchos años Barbarito Diez. Cerca, en Aponte 125, residió otra gloria de la música cubana, Rafael Cueto, integrante del Trío Matamoros. Entre las instituciones culturales más importantes, en Revillagigedo entre Misión y Gloria estuvo la Unión Fraternal y a cuya inauguración el 25 de abril de 1886 asistió, como presidente de honor, el ilustre patriota Juan Gualberto Gómez. Otra característica de Jesús María es que sus vecinos, mayoritariamente negros y mestizos, se caracterizaban por su ser religiosos: católicos, protestantes, espiritistas, santeros, babalaos, ñáñigos, y las asociaciones Abakuá tuvieron una notable membresía.
Aleida reside en la planta baja del número 102, en la esquina de Vives y Revillagigedo, donde perdieron la vida las tres niñas. Una de ellas, Lisnavy Valdés, era su sobrina. Sus padres están desolados. «Es verdad que el gobierno tiene la mayor parte de culpa, pero el vecino de los altos también. El Estado le dio un subsidio de 54 mil pesos (alrededor de 2,500 dólares), para que reparara la casa y el balcón y no hizo nada. Ahora anda perdido. Si él hubiera reparado ese balcón, esto no hubiera pasado”, se lamenta Aleida, mientras cubre con pedazos de sacos, para que no lo moje la lluvia, las flores, velas y osos de peluches que conocidos y desconocidos han puesto afuera de su casa.
Una amiga de Aleida culpa a las instituciones gubernamentales. “Hace rato que se había reportado ese balcón con peligro de derrumbe. Pero los muy descarados venían daban tres martillazos y se iban. Tuvo que caerse el balcón y matar a las muchachitas para que unas pocas horas tumbarán el muro y el balcón”.
Todas las personas con las cuales conversó Diario Las Américas coinciden que esas muertes pudieron evitarse. José, el jubilado que por las tardes se sienta en el parque situado al frente donde ocurrió el accidente, opina que “al gobierno le da igual que se derrumben dos o tres edificios en Jesús María, barrio que ellos tienen clasificado de marginal. Las tres niñas que murieron no eran ‘hijas de papá’. Eran pobres y negras”.
0 comments:
Publicar un comentario