lunes, 10 de febrero de 2020

A puro dolor: el camino de la libertad.

Por Javier Prada.

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Los cubanos hemos enloquecido. Menos no puede pensarse tras la declaración del canciller Bruno Rodríguez Parrilla, en la cual admitió que entre 2006 y 2012 Cuba financió un programa de cooperación médica en Bolivia por valor de 1400 millones de dólares. Pero no bastándole a Bruno con haber arrojado tan exuberante cifra en la cara de un pueblo que carece absolutamente de todo y no decide nada, redondeó su arriesgada confesión alegando que “no acostumbramos a divulgar lo que nos cuesta la cooperación médica con países porque nuestro pueblo, pese al bloqueo y las dificultades económicas, lo asume con generosidad y altruismo…”

Las palabras del canciller cayeron dos días antes que el balcón fatal, para agigantar más el abismo entre las decisiones que se toman allá arriba y la realidad de los que solo interesan en calidad de votantes, tal como sucedía en la época de los “gobiernos títeres” republicanos. El castrismo no solo dispone del erario público sin previa consulta popular; sino que asume, y así lo grita al mundo (a ver quién tiene el valor de contradecirlo públicamente), que los cubanos aplauden estos actos de generosidad nunca retribuidos a nivel de pueblo.

Son indescriptibles el descaro y el despotismo del Ministro de Exteriores, con su doble papada, su dilatada barriga y esa acritud que se ha apoderado de su cara desde que Donald Trump se instaló en la Casa Blanca. Da pena verlo y oírlo mentir sin parpadear, a despecho de millones de cubanos que en los hospitales del socialismo soportan maltrato, horas de espera, higiene deficiente, ausencia de especialistas, falta de medicinas y la calaña del personal técnico y de enfermería, que en muchos casos parece escogido de entre la población carcelaria o marginal.

Todo lo que pudiera conformar la antítesis de una institución sanitaria se hace patente en el sistema cubano de salud pública, mientras la dictadura mantiene un hospital de primer nivel en Qatar y gasta enormes sumas en misiones médicas como la de Bolivia, que responden a intereses fundamentalmente políticos con el fin de eternizar el poder castrista.

Queda claro que los cubanos no entienden lo que esto significa; de lo contrario estarían en las calles dando alaridos por esos 1400 millones que hubiesen servido para construir muchísimas viviendas, mejorar la industria nacional, importar alimentos y medicinas, ampliar el parque del transporte público y tantas cosas que en algo facilitarían la dura existencia de este pueblo cansado.

Y eso no es más que la punta del iceberg de miles de millones de dólares que el régimen comunista ha invertido en supuestas colaboraciones. Imposible saber cuánto costaron (cuestan, en algunos casos) el Ecuador de Rafael Correa, el Brasil de Lula y Dilma, la Nicaragua de Ortega, la Venezuela de Chávez y Maduro; todos beneficiados con “programas de salud” que tienen como objetivo principal la expansión del sistema castro comunista en América Latina.

Cada año el canciller del oprobio denuncia los millones que pierde Cuba por cuenta del “bloqueo”; pero de las exorbitantes cifras que se evaporan por la vía del “altruismo”, ni una palabra. Tampoco de los fondos ilimitados que controla GAESA a espaldas de los ciudadanos, porque el conglomerado raulista está por encima de la ley y las políticas fiscales. De esa fortuna incalculable dispone a su antojo el generalato, sin rendir cuentas a un pueblo que vive rayando en la indigencia y la criminalidad, tratando de digerir esta crisis tan peculiar que impide garantizar productos de aseo pero no importar electrodomésticos y automóviles para venderlos a los ricos de este país.

Desde la cúpula hasta la alcantarilla, los cubanos hemos enloquecido. Los humildes luchan a brazo partido contra el hambre y el peligro que se cierne sobre sus miserables vidas; la “clase media” se atrinchera en el consuelo cínico de quienes no pueden evitar las tremendas colas, pero al menos tienen dinero para comprar lo que hay; y el frontman de la diplomacia castrista se desgañita defendiendo el derecho de los estadounidenses a viajar, aunque aumente la lista de cubanos con prohibición de entrar o salir de su país.

Cada día la dictadura es más odiada. Los chivatones temen cooperar, seguros de que la impunidad ya no es absoluta; y las ciberclarias no dan abasto para rebatir, con sus panegíricos, la marejada de rechazo que invade toda la Isla desde las redes sociales.

Aun así, el mal se halla tan enquistado que parece imposible eliminarlo sin pagar un alto precio en víctimas mortales. Hace poco fueron tres niñas y la cifra irá en aumento, sea por derrumbes, represión, feminicidios, epidemias o negligencias médicas. A puro dolor se hará el camino de la libertad, mientras la claque oficialista se pudre en su retórica, sin asomarse al sufrimiento del pueblo ni cuestionar el capitalismo selectivo que la gerontocracia impone a conveniencia, demostrando que hoy, más que nunca, la Revolución yace fría y muerta.
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