Esquina Dragones y Zulueta, en la Habana Vieja, ruinas de antigua casa de familia.
Jorge Luis Estrada Bueno y Elizabeth Valdés Ruiz viven en Damas 905, en San Isidro, La Habana Vieja y estuvieron meses, junto a sus dos hijas, entrando a su casa por la ventana del baño. El Gobierno les “solucionó” el problema al construirles unas escaleras de madera donde estaban las que se desplomaron. Sin embargo, ambos temen que algo más grave les pueda ocurrir, como a las tres niñas que perdieron la vida tras el desprendimiento de un techo hace menos de un mes en el barrio Jesús María. No fue un accidente casual, las edificaciones antiguas de La Habana se han convertido en trampas mortales.
El luto por las tres niñas llevó a los cubanos a reclamar por la responsabilidad del Estado ante el deterioro progresivo de sus viviendas. Jorge Luis Y Elizabeth saben bien que una casa no se reconstruye con las cifras de los logros del Gobierno, sino con cemento, bloques, áridos y cabillas; pero, ¿dónde se consiguen los materiales? Llevan dos años averiguándolo y esperando a que su historia no tenga un final trágico.
En el último mes las redes sociales se han inundado de imágenes que muestran edificios en ruinas y testimonios de familias que piden soluciones. Según el periódico oficial Trabajadores hay 43.854 personas viviendo en albergues porque sufrieron derrumbes y sus casas son inhabitables.
Esta situación genera varias preguntas especialmente en quienes no conocen los costos de vida de La Isla: ¿por qué esperar a que sea el Gobierno quien asuma las reparaciones de los edificios?, ¿cuál es la situación del fondo habitacional cubano que no basta con el esfuerzo privado para reconstruirlo o salvarlo de las ruinas? o ¿cuáles son los precios de los materiales y de la mano de obra calificada?
Según la Política de la Vivienda en Cuba, documento redactado por el Ministerio de la Construcción (MINCONS), existen 3.824.861 viviendas y 2.911.959 están en las zonas urbanas de todo el país. De esas cifras, el 39 por ciento se encuentran en regular o mal estado, 854 (696 en La Habana) en estado crítico y el 5,5 por ciento en condiciones precarias. Sin embargo, estas cifras parecen ser desmentidas con las imágenes de calles enteras con balcones apuntalados, columnas y paredes agrietadas lo que puede implicar afectaciones estructurales.
Las provincias a las que tomará décadas reponerse de los eventos meteorológicos, el paso del tiempo y la desidia gubernamental son, según estas mismas fuentes y único acceso a los archivos de la administración, Pinar del Río, La Habana, Guantánamo, Holguín, Camagüey, Las Tunas, Granma, Villa Clara y Santiago de Cuba. Las trabas burocráticas y la falta de dinero son dos de las posibles causas.
Solamente en La Habana hay un déficit habitacional de 185.348 inmuebles y 83.878 necesitan reparaciones; a esto se le suma el crecimiento habitacional que exige 11.458 residencias nuevas para satisfacer la demanda de quienes por años han estado viviendo hacinados.
Según la Política de la Vivienda del MICONS, está previsto que solo el 40 por ciento de la población habanera asuma la reparación o la construcción de sus hogares con su esfuerzo propio y el 60 por ciento restante estaría bajo la responsabilidad gubernamental.
Los que construyen con subsidios del Estado.
Jorge Luis y Elizabeth sintieron el 20 de mayo de 2018, “a las 10 y media de la noche, bajo una lluvia intensa, cómo se desplomó el techo de la escalera, y nos quedamos trancados sin acceso a la calle”. Elizabeth recuerda que tuvieron que llamar a los bomberos. La pareja sufrió otros dos derrumbes en agosto y en octubre del mismo año. “Ya estábamos en reparación. Habíamos pedido un subsidio de 55 mil pesos (cup)”, la única moneda en que se brindan estas ayudas del Estado y que equivaldría a 2214 dólares.
Según cifras oficiales, el 39 por ciento de las viviendas en Cuba se encuentran en regular o mal estado.
Para recibir este tipo de ayuda hay que aplicar a una convocatoria de la Dirección Municipal de la Vivienda y el Consejo de Administración Municipal (CAM). El monto mayor es de 85000 cup (3.421 dólares) y un especialista, tras hacer una evaluación preliminar, define lo que el Estado invertirá en la familia necesitada. El salario promedio mensual de un cubano equivale a 16 dólares, por lo que el subsidio, aunque no se corresponda con los precios con que se compra y vende en el mercado negro, puede ser significativo en comparación a sus ingresos promedios.
“Estuvieron dos años para aprobarnos la ayuda que solo podemos pedir una vez”, dice Jorge y no sabe si era por “pura burocracia” o porque “priorizaban otros casos por encima del nuestro”, y asegura que “la primera idea que tuvimos fue reparar la escalera porque veíamos el peligro, pero nos dijeron que nuestro subsidio era solamente para el interior porque fue lo que valoró el técnico, que no podíamos coger ni siquiera un saco porque nos lo podían quitar”.
El subsidio otorgado a Jorge Luis se dividía en US 844 para la adquisición de materiales de construcción; US 361 para la contratación de fuerza de trabajo y US 70 para el alquiler del transporte.
Una de las características de estas “ayudas” es la rigidez de sus reglas, y como en el caso de Elizabeth y Juan, eso solo empeora las cosas. “Sucedió lo que esperábamos –dijo ella-. Se cayó el techo y arrastró la tubería del gas”. Fue la etapa en que entraban por la ventana del baño atravesando la azotea de los vecinos. “Después pedimos que vinieran a demoler la caseta que estaba en nuestra azotea y no hicieron caso, así que el desplome afectó la sala y el otro cuarto que ya estaba reparado y empezaron las filtraciones y está en las mismas condiciones del principio, como si no hubiésemos hecho nada”.
Elizabeth cuenta cómo es el sistema de pagos a los servicios: “El subsidio es un papel que te da el aprobado del Gobierno, con el que vas al Banco Nacional para que te den un cheque después de haber hecho un convenio con el rastro o con la tienda donde vayas a comprar. A la persona que vayas a contratar como mano de obra, tiene que estar registrada como cuentapropista (nombre legal con que llama el Estado a quienes han hecho pequeños negocios privados), sino no hay manera de convertir ese papel en dinero”. Bajo ese sistema solo pudieron reparar uno de los cuartos con los materiales que habían adquirido antes de los derrumbes.
No hay manera de saber cuántas solicitudes de reparación recibe el Estado diariamente, pero como el edificio de Jorge Luis y Elizabeth -que fue construido hace 102 años y que ha sido declarado inhabitable desde la década del 70-, hay casi un millar en La Habana Vieja, uno de los municipios más longevos de la ciudad y donde se pueden encontrar construcciones del siglo XVI. Cada derrumbe que ocurre en la zona, por parcial o superficial que parezca, repercute en los cimientos de estas edificaciones que han sobrevivido al clima húmedo de La Isla, a la cercanía con el mar y a los aljibes que la atraviesan en los subterráneos.
Contrato de subsidio de Jorge Luis Estrada y Elizabeth Valdés que solo les autoriza la reparación del interior de su vivienda.
“Ir al Poder Popular (institución gubernamental) a encontrar apoyo era agotador y el vicepresidente en ese momento, un tal Alexis Acosta, nos dijo que lo que nos quedaba era contratar a una brigada y hacerlo por nuestro esfuerzo y yo por curiosidad la busqué”. Elizabeth descubrió que el costo de la reparación por propio esfuerzo podría estar valorado en 29.000 dólares, un precio imposible para cualquier cubano o cubana de la media.
El drama de quien lo intenta con esfuerzo propio.
“Lo más desgastante fue conseguir los materiales”, dice Dolores Pérez –quien prefiere utilizar un seudónimo para evitar problemas con las autoridades locales-. Ella calcula que los gastos llegan casi a los 8000 dólares, “el estrés mayor fue ver cómo iba en aumento el precio de los materiales y no siempre tener dinero para poder pagarlos”.
El apartamento de un cuarto se lo cedió la abuela que nunca había podido repararlo por falta de recursos y temía amanecer muerta bajo los escombros: “Cuando entré pensé que no lo lograría. Partes del techo estaban descorchadas, las paredes abofadas por la humedad y algunas agrietadas; hubo que volver a conformar algunas columnas, llovía más adentro que afuera, el piso hundido, el baño y la cocina inhabilitados, y en medio de la reparación se derrumbaron dos paredes interiores”.
En entrevista al periódico Granma, Tomás Vázquez Enríquez, el director de producción local del MICONS, corrobora las dificultades de Dolores Rosa para encontrar los materiales y aunque afirma que el 80 por ciento está destinado al Plan Nacional de Vivienda, reconoce que en 2019 se dejaron de entregar casi 20 mil toneladas de cemento por la falta de materia prima, y a esto se le suma el desabastecimiento de cabilla por la escasez de acero.
Dolores Rosa dice que gastó casi mil dólares en cemento. Aunque comenzó comprando el saco a 13.06 dólares, los últimos costaron casi el doble. ¿La razón? Las declaraciones del presidente, Miguel Díaz-Canel, en septiembre del año pasado, en las que anunciaba medidas como la disminución de la producción de cemento por la “coyuntura energética”.
La bancarrota constante del Estado y el asfixiante déficit habitacional convierten al mercado negro casi en el único camino para solucionar los problemas, pero ¿dónde encontrar el mercado subterráneo en Cuba? “A plena luz de Internet”, responde Dolores Rosa, “están en todos los sitios que dan la posibilidad de interactuar: Facebook, Ventas Cuba, Ventas Habana, Por la libre, Timbirichi y el más famoso, Revolico y lo que no encuentres allí, pues en la calle y cada uno pone sus propios precios”, y pareciera que se arriesgan mucho, pero en esos espacios digitales con quienes contactas es con “la segunda mano del que tiene el negocio en su casa”, asegura.
Otra vía para llegar a los vendedores son los alrededores de los rastros (espacios abiertos de venta de materiales) o las tiendas especializadas. “Allí hay mucha gente que se ve que no trabajan en el lugar, pero que tienen toda la confianza con los que sí trabajan y muchas veces no te permiten llegar porque te están proponiendo desde afuera”. Luego cuenta su única experiencia en un rastro: “Al que pude acceder, estaban esperando que llegara el p350 que me iba a costar 200 pesos en moneda nacional (…) Nunca llegó, pero noté que hay una red entre los trabajadores del rastro y las personas que se dedican luego a revender”.
Sobre la corrupción, el Gobierno ha intentado ponerle coto con la fiscalización y la “intervención sorpresiva” de autoridades de MICONS, la Fiscalía y el Ministerio del Interior aplicando penas de entre 8 y 20 años de privación de libertad. Sin embargo, en el último año no se ha hecho pública ninguna condena por robo de materiales de la construcción, que es como suelen llamar a la reventa.
Las pocas fábricas privadas de materiales de la construcción (áridos, canto y ladrillos) autorizadas por el Estado tienen precios asequibles a la población, pero según declaraciones de Vázquez Enríquez del MICONS, al periódico oficial Granma, también presentan atraso productivo.
La situación se complica aún más cuando “tienes que pensar en la carpintería, la electricidad, todo lo que tiene que ver con lo hidrosanitario y las tuberías de agua”, como fue el caso de Dolores que se dio cuenta no solo de lo caro de las piezas sino de que “no existe una tienda especializada en elementos hidrosanitarios. Hay que ir directamente a los particulares. ¿De dónde lo sacan ellos? No se sabe. Puedes encontrar en una MAI (Mercado Artesanal Industrial) alguna pieza de muy mala calidad a las que se le ve hasta el molde en que la hicieron, pero estate seguro de que a los tres meses vas a tener que romper porque te causó cualquier filtración”, de este déficit los medios oficiales ni las autoridades tampoco hablan.
La remodelación, reparación, restauración o construcción de una vivienda en Cuba puede llegar a tener matices trágicos. El fondo habitacional está tan deprimido como su economía y los funcionarios responsables pretenden paliar la situación con estadísticas esperanzadoras pero alejadas de la realidad. La gente prefiere acudir al mercado negro, no porque se sientan seguros comprando “por la izquierda”, como dicen los cubanos, sino porque el Estado no proporciona los insumos necesarios sin la burocracia, la mala administración y el desabastecimiento que caracteriza a cada uno de los renglones de la economía y que tienen su principal exponente en la cotidianidad. Evitar la muerte por aplastamiento bajo los escombros cada día se hace más difícil para los cubanos.
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