Por Ana León y Augusto César San Martín.
Cuando todos pensaban que la cuarentena en La Habana se extendería por al menos otros quince días tras haber permanecido cerrada durante el mes de septiembre, los capitalinos recibieron la noticia de una reapertura que a muchos pareció precipitada en un contexto de rebrote epidémico, con varios focos activos y una cifra importante de casos positivos a la COVID-19.
Lo que se temía ocurrió, si bien el gobernante Miguel Díaz-Canel intentó edulcorarlo en la Mesa Redonda de ayer: el país no tiene dinero para continuar sufragando la afluencia masiva de ciudadanos a los centros de aislamiento, estrategia que probó ser efectiva para contener la propagación del coronavirus. Una economía cerrada desde el mes de marzo, que depende casi totalmente de las importaciones, no puede mantener servicios de alojamiento y alimentación, aunque precarios, para centenares de personas.
Cuba, como el resto de los países del mundo, se ha visto obligada a reiniciar actividades y aprender a convivir con la pandemia. La diferencia estriba en la singularidad de vivir en un país donde bienes básicos como vivienda y alimentos no son de fácil acceso, circunstancia que obliga a numerosas familias a vivir en condiciones de hacinamiento, y dedicar parte del día a aglomerarse en las colas para intentar comprar lo poco que hay.
CubaNet conversó con varias personas sobre las posibles ventajas y perjuicios de la apresurada entrada en la fase tres, y aunque la mayoría coincide en que es necesaria para revitalizar el comercio, en algunos aspectos de la “nueva normalidad”, tales como el regreso de los niños a la escuela y la reapertura de playas y centros nocturnos, hay fuertes discrepancias.
El reinicio del curso escolar, programado para el próximo 2 de noviembre, tiene angustiados a muchos padres, pues aunque se ha comprobado que los niños son más resistentes a la infestación por COVID-19, persiste la preocupación de que contraigan el virus, permanezcan asintomáticos y se conviertan en un grave peligro para los adultos en casa, especialmente los mayores de sesenta años. Aun así muchos abuelos consideran que los niños deben comenzar sus clases porque el atraso en el aprendizaje ha sido considerable, amén de que la permanencia constante de los menores en casa limita la movilidad de los adultos, obligados a forrajear en distintos puntos de la ciudad los bienes indispensables para sobrevivir.
Las nuevas medidas anunciadas por el alto mando cubano han extendido el desconcierto entre la población, al ser notable la incongruencia entre lo que se dice y lo que había sido previamente autorizado. No es razonable insistir en que hay que evitar aglomeraciones cuando las filas en los mercados continúan y las playas y piscinas han vuelto a recibir público en un ambiente de descontrol absoluto, sin distanciamiento social ni cumplimiento de las normas establecidas.
“El comportamiento responsable de cada uno de nosotros tributará a una mejor calidad de vida para toda la población”, afirmó Díaz-Canel durante su comparecencia. Sus palabras en el contexto cubano, del que hace años desaparecieron el espacio privado, los límites personales, la consciencia social y la responsabilidad individual, suenan a que muy pronto estaremos saturados de enfermos y habrá que volver al confinamiento, como está ocurriendo en Madrid y otras ciudades europeas.
Después de haber criticado hasta la saciedad a Estados Unidos por supuestamente haber ponderado la economía por encima de la salud de los ciudadanos, el régimen se ha visto forzado a reiniciar la actividad comercial estatal y privada, a la espera de poder abrir las fronteras por donde entrarán turistas, bienes e insumos salvadores, a tiempo para sacarle presión al hervidero social. Seis meses lleva Cuba cerrada y en ese intervalo no se adecuaron las condiciones para que la población esté lo más segura posible mientras aparece una vacuna.
El desabastecimiento continúa y promete agravarse, aumentando la movilidad intermunicipal. Apelar a la responsabilidad social sin presentar un plan de asistencia para esos segmentos de población (ancianos, discapacitados, personas con enfermedades crónicas) que ahora estarán más desamparados que nunca, es negligente.
Las reformas que se avecinan no hacen sino alentar la inquietud. En la Mesa Redonda Díaz-Canel habló de la eliminación de la libreta de abastecimiento como parte de la estrategia económica, lo cual significa que las personas vulnerables contarán con menos aún para subsistir en medio de un panorama complejo, donde gana no solo el que más dinero tiene, sino el más fuerte, el más rápido, el más pillo.
Cuba debe abrirse al mundo cuanto antes, y lo peor está por venir. Se disparará el número de casos, probablemente aumentarán las muertes, el sistema de salud se llenará hasta el tope y habrá que manejar la situación procurando afectar nuestra frágil economía lo menos posible.
Otro cierre total no sería una opción para un país tan dependiente de factores externos. El régimen, como otros gobiernos, ha tenido que elegir y poner la economía por delante o a la par de la salud ciudadana. En un futuro cercano también tendrá que aceptar que aunque no se escatimen esfuerzos las personas morirán, y el virus será controlado hasta donde sea posible.
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