jueves, 22 de octubre de 2020

Cuba: el país más raro del mundo.

Por Ernesto Pérez Chang.

Una calle de La Habana, Cuba.

Se marchó de Cuba en 2015 “cansada de pasar hambre y no tener una casa propia donde vivir”, me confesó. Durante un par de años “jineteó” por las discotecas y bares de La Habana, fue víctima de abuso policial, cedió a chantajes de todo tipo para, siendo “palestina”, inmigrante ilegal dentro de su propio país, poder permanecer en la capital ejerciendo su oficio; se contagió de cuanta enfermedad existía en su entorno de drogas, alcohol y sexo pero, a pesar de las adversidades, finalmente logró reunir los dólares que le sirvieron para “salir echando”. 

Pero han pasado apenas cinco años y al parecer olvidó el infierno que vivió. Ahora está pensando en volver de manera definitiva, “repatriarse”, comprar una casa en la playa para rentar, abrir un bar en La Habana Vieja y así envejecer “sin buscarse problemas”, a fin de cuentas, “no se mete en política”. Lo de ella es “hacer dinero y vivir”, me responde cuando le advierto que está a punto de cometer un error, que por aquí las cosas no han cambiado sino que han ido a peor, que hacer prosperar un negocio en Cuba necesita obligatoriamente de saltarse las leyes, que incluso están “pensadas” desde “allá arriba” como una gran estafa en la que ha caído más de un ingenuo, más de un olvidadizo, más de un “mareado”. 

Cuento igual con otros conocidos que, como esta mujer, han olvidado que Cuba es un país muy “irregular” y que, en consecuencia, nada nos saldrá ni remotamente como lo pudiéramos haber imaginado desde la “regularidad”. Casi todos ellos piensan que están “muy bien” porque, al traer un poco de dinero, son como los reyes del barrio. Y sin dudas lo son porque, en medio de tanta miseria, pueden comprar un poco más de aceite y pollo en CUC, o en USD; porque beben cerveza los fines de semana, o porque, ¡vaya proeza!, han instalado una planta eléctrica, un motor y un par de tanques en la azotea para tener agua las 24 horas y no en días alternos, como es lo “normal” en cualquier barrio de la Isla. 

Hace poco cierto vecino, recién retornado de una “misión médica” en Venezuela, me narraba las bondades de su nueva vida en Cuba, poniendo como ejemplo el auto de uso que compró, la bicicleta eléctrica que le regaló a su esposa —médica al igual que él—, la comida que no es la que desea pero que no le falta porque puede adquirirla “en MLC” o en el mercado negro, el calentador de agua, el split, el iPhone 7 y los viajes a Panamá que piensa hacer como “mula” cuando se jubile, pero de los que habla como si fuesen vacaciones o asuntos de “gran empresario”.  

Así de ridículos son estos amigos. Así de patética es nuestra realidad en la que manejar un viejo Lada soviético de los años 80 es un privilegio, tanto como ser cirujano y llegar a la consulta en una moto eléctrica para escolares, que fue para lo máximo en “lujos” que alcanzó el pago obtenido en la “misión médica”. 

Tan acostumbrados estamos a tales “distorsiones” del socialismo a la cubana que ya ni cuenta nos damos de lo estrambóticos que somos o de cuánto nos hemos mimetizado con un entorno excesivamente estrafalario, que no pintoresco.   

Y bien singulares somos al parecer. Tanto así que, por ejemplo, es Lupin Travels —la única agencia encargada de coordinar desde Europa las excursiones a Corea del Norte y a otros países igual de “raros”— la “mismitica” que ofrece paquetes turísticos a Cuba, así como a Sudán del Sur, Afganistán, Chernobyl, Burundi y una veintena más de unique destinations at affordable prices (destinos únicos a precios asequibles), según se anuncia en su página web.

Así de raros nos proyectamos, así de “únicos” nos ven, y así cual mujer barbuda nos venden como destino. 

En algún momento permitimos como pueblo que nuestra Cuba, a fuerza de consignas, promesas y miedos, fuera transformada en esta herrumbrosa máquina del tiempo en donde retozan turistas y empresarios fanáticos del Che. Un artefacto político obsoleto creado por los comunistas a fuerza de mediocridades, empecinamientos, envidias y corrupciones, de modo que hoy algunas cosas que nos “distinguen” como cubanos —en consonancia con el discurso del régimen—, son las que en corto tiempo nos pudieran extinguir como nación.

Pudiera ser Cuba el país políticamente más raro del mundo. Sin dudas, en un justo certamen de tales “rarezas” llegaríamos a las finales, tal vez disputándonos el primer lugar con Corea del Norte pero, incluso, si tuviéramos en cuenta que en este el totalitarismo pudiera tener raíces centenarias en cierta “cultura” de vasallaje, la situación cubana sería muchísimo más inexplicable en tanto la “obediencia” no es la conducta que jamás nos definiera sino todo lo contrario. 

De modo que si el caso norcoreano pudiera ser explicado y hasta justificado —todo es posible en este mundo— mirando el pasado, la tradición, la idiosincrasia como pueblo, en el nuestro se torna algo difícil hallar en esos mismos elementos las verdaderas causas de la actual “parálisis social”.

Algo “raro” sucede en Cuba y con algunos cubanos y cubanas que incluso cuando ponen el mar de por medio continúan comportándose como si aún llevaran la pañoleta al cuello o la “carta de recomendación” y el carnet de “aspirante” a comunista en el bolsillo. 

Escapan del infierno con el rostro amoratado por la asfixia ideológica pero al rato regresan a buscar esa letal bocanada de aire enrarecido, como el adicto que va persistente y sigiloso a por “lo suyo”. 

Así los encontramos en las redes sociales preguntando por la apertura de las fronteras, por los paquetes de viajes a los cayos, las facilidades de inversión, los precios de una casa por si un día, ya jubilados o “hartos del capitalismo”, les diera por regresar porque del trauma ideológico muy pocos logran librarse, y la amnesia, como respuesta a los malos recuerdos, empeora con los años.

Indagando, ignorando y persistiendo como si hubieran borrado de sus mentes los motivos por los cuales rogaron a las once mil vírgenes que los sacaran, a como diera lugar, de este “jodido país” que parece más un campamento militar que un lugar para vivir, sentirnos seguros y echar raíces. 

Y si a algún destino hemos llegado después de tantos años de andar sin rumbo, sería al de ser un país entre los más pobres del universo y donde las pretensiones y el perpetuo ridículo, en ciclo interminable, nos nublan la visión. 

Quienes vivimos el día a día en las calles de la Isla, tomándole el pulso a la cotidianidad, sabemos que existe una mayoría con deseos de cambios, desconfiada y decepcionada del Partido Comunista y de sus principales dirigentes pero igual comprobamos que el malestar no trasciende más allá de los murmullos y el refunfuño entre amigos, y hasta vemos con asombro cómo esos mismos que vienen a quejarse y a llorar en nuestro regazo pasan de largo o se limitan a ser espectadores pasivos cuando la Policía emplea la fuerza y la intimidación contra periodistas, disidentes u opositores pacíficos.

¿Qué ha pasado con nosotros tan conformes con vivir en un verdadero pantano social pero, además, qué ha ocurrido con ese mundo, dicen que representado en Naciones Unidas, capaz de condenar a Corea del Norte por sus “rarezas” pero que a la vez premia a Cuba en materia de derechos humanos? 

Alguien que conozco, refiriéndose al “absurdo cotidiano”, exacerbado en estos días de pandemia, ha dicho en redes sociales que Cuba ha dejado de ser un país para convertirse en una “aberración”. Tal idea se vuelve más recurrente entre los cubanos cuando valoran la realidad. Más cuando se tiene en cuenta que somos, quizás, el único país cuyo gobierno obliga a los ciudadanos a pagar una cuota por conservar la residencia. Ni siquiera Corea del Norte ha imaginado algo tan perverso. Ahora la disposición ha sido aplazada pero en cuanto puedan la volverán efectiva otra vez.  

La desfachatez se ha impuesto en todos los ámbitos de lo social y no a los niveles “aceptables” de cualquier sociedad actual, sino que ha escalado siguiendo la misma pauta peligrosamente ascendente del empecinamiento político de un Partido Comunista extremadamente impopular pero que, de manera inexplicable, ha sabido cómo mantener “mareados” a los de adentro a base de palabrería y cómo hacer creer a los de afuera que la “rareza” es un valor, una garantía, en medio de un mundo caotizado por izquierdas manipuladoras y coronavirus. 

¿Seremos un país que no tiene remedio? ¿Valdrá la pena todo cuanto hacemos desde el periodismo independiente, el activismo, la oposición frente a todo un océano de indiferencia, oportunismos, empantanamiento y conformismo? Hay momentos en que uno pudiera llegar a envidiar la ridiculez, la ingenuidad y la desmemoria de ciertos amigos pero no, aún no llego a ese punto de la decepción. Sigo creyendo en lo que leí alguna vez por ahí: la noche se vuelve más oscura precisamente cuando está a punto de amanecer. 

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