Por Luis Cino.
Soldados estadounidenses durante la invasión de Granada.
A pesar de los años transcurridos, no he podido olvidar aquel día. Y no es para menos: las noticias de la invasión me estropearon completamente una noche que prometía ser muy especial.
Entonces, enamoraba a la que sería posteriormente la madre de mis hijos. Esa noche, para reconciliarnos por alguna desavenencia, habíamos ido a comer al Renacimiento, un restaurante en la calle Juan Delgado, en Santos Suárez, que no era una maravilla, pero no estaba mal para la época, pese a aquellos precios que entonces nos parecían excesivos y que hoy resultarían una ganga.
Al llegar a la casa, cuando ya nos disponíamos a amarnos con ganas, un adusto y bigotudo locutor vestido de miliciano leyó en la TV, con voz grave, un dramático comunicado oficial en el que se anunciaba que los cubanos que estaban en Granada enfrascados en la construcción de un aeropuerto se habían enfrentado a la 82 División Aerotransportada y habían muerto combatiendo. El comunicado concluía asegurando que el último de ellos se había inmolado abrazado a la bandera.
Mi novia lloraba a moco tendido. Se enfureció cuando dije que la culpa de esos muertos era de Fidel Castro, que había ordenado a los cubanos, civiles en su mayoría, que pelearan y no se rindieran. O sea, que se suicidaran.
Poco faltó para que se acabara nuestro noviazgo. No se acabó, pero esa noche no hicimos el amor. Mi novia prefirió irse a su casa para llorar a solas.
Unos días después nos enteraríamos del gran papelazo que había hecho el régimen al dar por hecho lo que suponía Fidel Castro que habría ocurrido a los cubanos en Granada si hubiesen cumplido sus órdenes. Afortunadamente, no las cumplieron, y así los muertos, en lugar de 700, fueron 25.
Los cubanos hechos prisioneros fueron devueltos a Cuba. Los 25 muertos también. Hubo un luto nacional riguroso de varios días. Parecíamos condenados a las banderas a media asta, los himnos revolucionarios y las canciones de Sara González, pero eso fue hasta que una semana después se apareció el venezolano Oscar de León en el Festival de Varadero y puso a bailar salsa a la mayoría de los cubanos, incluida mi novia, que desde entonces creyó menos en las informaciones del periódico Granma y el NTV.
Lo ocurrido en Granada en octubre de 1983 es una historia que nos fue muy mal contada a los cubanos, con tantas mentiras y distorsiones como hubo y hay en los medios oficiales cubanos.
Maurice Bishop, el premier socialista de Granada, no fue derrocado y asesinado por los soldados norteamericanos que invadieron su país, como pudiera suponerse a juzgar por lo que dicen –o más bien no dicen- Granma y el NTV.
Bishop había sido depuesto, semanas antes de la invasión norteamericana, por un golpe de estado de elementos ultraizquierdistas del Movimiento New Jewel, dirigidos por Bernard Coard y Hudson Austin.
Cuando las fuerzas norteamericanas invadieron Granada el 25 de octubre, hacía ocho días que Maurice Bishop estaba muerto. Bishop, su amante, la ministra de Educación Jacqueline Creft y otros 15 integrantes de su gabinete fueron ultimados por los golpistas en Fort Rupert el 17 de octubre.
No obstante, del modo que los medios oficiales cubanos y Telesur siguen contando la historia de lo ocurrido en Granada, parecería que los responsables del asesinato de Bishop y sus ministros fueron los norteamericanos y no los golpistas del Consejo Revolucionario Militar.
De no haber ocurrido la invasión norteamericana, ¿habría el régimen cubano apoyado al nuevo régimen instaurado en Granada? Es probable que sí, porque a pesar de las excelentes relaciones de Fidel Castro con Bishop, luego de su derrocamiento y posterior asesinato, no fueron evacuados los varios cientos de cubanos que había en Granada, la mayoría de los cuales trabajaba en la construcción de un aeropuerto en Point Salines, al sur de la isla.
El régimen cubano aseguraba que aquel aeropuerto sería destinado al turismo internacional, pero el gobierno norteamericano sospechaba que sería utilizado con fines militares por la Unión Soviética y Cuba, en momentos en que los conflictos en Centroamérica y Angola estaban en su apogeo.
Aunque el presidente Ronald Reagan alegó que la invasión se proponía salvaguardar las vidas de más de un centenar de norteamericanos que estudiaban en la Escuela de Medicina de la Saint George’s University, en realidad, su principal propósito fue impedir que el estratégico aeropuerto, con una pista de aterrizaje de más de 10.000 pies, se convirtiera en una especie de portaaviones soviético en el Caribe.
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