Por Iván García.
Después de siete meses, La Habana empezó a volver a la «normalidad». Joaquín, 56 años, barbero, recuerda que antes de que el Covid-19 desembarcara en la isla, el pasado mes de marzo, podía darse el lujo de cenar en familia los domingos y luego sentarse a jugar dominó entre bromas, tragos de ron y un reguetón pegajoso de fondo.
“Los sábados iba con un grupo de amigos a ver los partidos del Real Madrid al bar del restaurante El Conejito, en 17 y M, Vedado. Y los domingos comíamos en casa de mi madre. Existía una situación ‘coyuntural’, muchos no recibían remesas y los precios de los alimentos habían empezado a dispararse, pero uno podía conversar con los vecinos de tu cuadra, saludar a tus amigos con un apretón de manos y con los socios del barrio te tomabas unas cervezas”.
Para Joaquín, el coronavirus lo cambió todo. «Agravó la crisis económica, las colas para comprar alimentos y medicinas se convirtieron en aglomeraciones multitudinarias, la policía empezó a maltratar a las personas en las calles y las autoridades culparon a la ciudadanía de indisciplina por no poder contener el virus. Los precios de los productos se multiplicaron. El confinamiento generó ansiedad, discusiones familiares y contribuyó a aumentar el descontento social».
Desde que el 23 de marzo se decretara el confinamiento general, Cuba fue más Isla que nunca. El mercado informal implementado por miles de mulas que desde Colón en Panamá o Cancún en México importaban pacotilla textil, artículos de aseo, perfumes, bisuterías, electrodomésticos y teléfonos inteligentes, se fue desvaneciendo a partir de la suspensión de los vuelos internacionales. Comenzó una etapa diferente, más precaria y más angustiosa.
Los cubanos seguían la evolución del coronavirus en el país como si fuese el nuevo capítulo de una telenovela brasileña. El doctor Francisco Durán, quien antes del coronavirus apenas era conocido como director nacional de epidemiología del Ministerio de Salud Pública, se convirtió en trending topic, con sus partes diarios sobre el número de contagiados, hospitalizados, fallecidos y recuperados en cada provincia.
Diana, empleada bancaria, se vio obligada a cambiar sus costumbres. “De besar a mis compañeros de trabajo a tener que saludarlos con el codo, lavarme las manos un montón de veces al día y tener que andar con el incómodo nasobuco (mascarilla) bajo el sol”. Susana, profesora, expresa que mucha gente se volvió ermitaña y apática. “Confluyeron varias cosas: escasez, desabastecimiento, poco dinero, descontento ciudadano y el lógico temor de infectarse con un virus que puede ser mortal y puedes contagiar a tus padres y abuelos. La vida social se hizo trizas”.
Diosbel, psicólogo, considera que el confinamiento excesivo, como ocurrió en La Habana, pasa factura en el plano emocional. «Es un fenómeno nuevo, desconocido. Un aislamiento que ninguna de las generaciones anteriores tuvieron que sufrir. Y en el caso de Cuba llegó en el peor momento, cuando la economía se encontraba al borde del abismo, estábamos a punto de entrar en otro período especial y el gobierno no sabía qué hacer para superar la crisis”.
Gaspar, abogado, afirma que durante la pandemia se adoptaron políticas cuestionables. “El sistema cubano está basado en el autoritarismo, con una narrativa ideológica muy fuerte, donde los militares y la cultura de ordeno y mando ocupan un lugar predominante. Por eso en tiempo de huracanes, desastres naturales o una epidemia, como la del Covid-19, los funcionarios se visten con uniformes verde olivo. Se decretan normativas de corte marcial y a la población se le exige comportarse como si fueran soldados. Y los que infringen sus ordenanzas, son tratados como enemigos o traidores. Una muestra de ello es la estrategia informativa, destacando los operativos contra revendedores y cuentapropistas. Haciendo alarde de la cantidad de las multas impuestas (solo en La Habana, unos 4 millones de pesos), de los juicios y las sanciones penales dictadas por tribunales especiales. Comportamientos típicos de las autocracias”.
Por su parte, los trabajadores privados se quejan de las autoridades, por no concederlos créditos que les permitan mantener en pie sus emprendimientos. “Los negocios gastronómicos y de servicios son los más afectados. Ocho de cada diez se encuentra muy mal económicamente. Y sin ayudas gubernamentales será muy difícil recuperarse”, confiesa Daniel, dueño de una cafetería. También llueven quejas por la represión y abusos policiales, en La Habana y en otras provincias. “Los maltratos a los ciudadanos por parte de la policía y boinas rojas eran constantes. Llegaron a utilizar la fuerza y violencia física de manera desproporcionada, incluso contra mujeres y adolescentes”, denuncia el abogado Gaspar.
Si en algo hay unanimidad, es en el alarmante aumento de precios en los alimentos y artículos de aseo en estos siete meses. En la calle le llaman «precios Covid». Históricamente, los habaneros han tenido en el mercado negro su principal fuente de abastecimiento, por pesos o por cuc. En estos momentos, la carne de cerdo deshuesada subió de 60 a 80 y 100 pesos la libra. El pescado de calidad, como emperador o castero, pasó de 50 pesos la libra a costar el doble. La carne de res, de 75 o 100 pesos la libra, a 120. La leche en polvo de 40 pesos la libra a 200. Un tubo de pasta Colgate costaba 5 cuc pesos en marzo, en octubre, entre 12 y 15 cuc. La libra de pollo de 20 pesos subió a 40 o 45 pesos. Las viandas, legumbres, hortalizas y frutas duplicaron o triplicaron sus precios.
Además de las consecuencias emocionales del largo confinamiento en La Habana, el comportamiento represivo de la policía hacia la gente en las colas, la errada estrategia informativa del noticiero nacional de televisión y los precios por las nubes de productos de primera necesidad, los habitantes de la capital, como el resto de los cubanos, siguen con una gran incertidumbre sobre la unificación monetaria. Incertidumbre que tras la comparecencia televisiva del 8 de octubre del presidente designado Miguel Díaz-Canel y el primer ministro Manuel Marrero, lejos de disminuir, aumentó.
Tampoco las palabras del ministro de economía y planificación Alejandro Gil en su intervención del lunes 12 de octubre, han calmado a la población. Después de hacer hincapié en lo que ya se sabe «que la situación económica es muy tensa» y de subrayar «el bloqueo férreo por seis décadas», que según el castrismo es el culpable de todas las desgracias de Cuba, Gil dejó la misma preocupación sobre el tema salarial que tienen quienes laboran para el Estado.
Entre los más de cien comentarios que había en la web de Cubadebate, uno del propio ministro despejaba algunas dudas: «La transformación de los ingresos que constituye uno de los cuatro aspectos del Ordenamiento Monetario, incluye cómo quedarán los actuales salarios y la estimulación que se cobra en cuc. En días sucesivos se explicará en los programas de la Mesa Redonda». Coincidiendo con la intervención de Gil y con la venta de un tabloide de 32 páginas del Ministerio de Economía y Planificación titulado «Cuba y su desafío económico y social», a dos pesos cada ejemplar, los habaneros recibían la mala noticia de que a partir de ahora, el Centro Comercial Carlos III, uno de los más concurridos por encontrarse en una zona céntrica de la ciudad, ya no venderá en cuc, si no en dólares.
Mientras, el barbero Joaquín, sigue extrañando el almuerzo familiar de los domingos. «Después del coronavirus, sentarse a comer siete u ocho personas es imposible, a no ser que recibas dólares del extranjero». No solo se ha tenido que acostumbrar al menú post-pandemia (arroz blanco, huevo de vez en cuando y alguna vianda o vegetal de estación), también ha sustituido la pasta dental por un trozo de jabón, por desodorante usa bicarbonato y lleva tres meses utilizando el periódico Granma como papel sanitario.
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