Por Miriam Leiva.
Una esquina en La Habana.
El rebrote de la pandemia de coronavirus ha expuesto la realidad de la “ciudad maravilla” escondida a los visitantes extranjeros, que solo veían a los cubanos como seres alegres y chistosos, solícitos a servirles en sus hospedajes, pasearlos en las reliquias automovilísticas americanas, venderles las artesanías y ofrecerles esparcimiento.
Antes de la pandemia, mientras La Habana Vieja deslumbraba con sus edificios y paseos restaurados en un casco histórico reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, las autoridades evitaban a los turistas las ruinosas calles aledañas y la angustia de los moradores.
Centro Habana, el municipio más pequeño y más densamente poblado de Cuba, observó el 500 aniversario de la fundación de la capital cegado por los resplandores de la recién dorada cúpula del capitolio, la escalinata cuajada de invitados nacionales y extranjeros, y ramilletes con miles de fuegos artificiales. El Prado y otras avenidas cumplían las funciones de la muralla derribada en tiempos de la colonia española, para esconder la miseria en los cuartuchos con barbacoas de sus carcomidos edificios, eufemismo de los bohíos indígenas.
Con hábitos citadinos y gran movilidad, según Luis Antonio Torres Iríbar, primer secretario del Partido Comunista en la capital, y con un cuadro muy diverso, cultural y socialmente, según el diputado Enrique Alemán, los habaneros sobreviven los derrumbes de edificios y las inundaciones en cada fuerte aguacero, pero sin agua potable.
La Habana del Este, al otro lado de la bahía, fue concebida como la expansión de la capital antes de 1959 en amplios repartos que devinieron acumulación de edificios construidos por microbrigadas en Alamar, conocida como ciudad dormitorio.
Los municipios Plaza de la Revolución, cuajado de minihoteles, paladares, bares y clubes de exitosos cuentapropistas autorizados por el Gobierno; y Playa, con los añadidos de su excepcionalmente cuidada Quinta Avenida, las mansiones diplomáticas y de dirigentes políticos “heredadas” de los propietarios que salieron del país después de 1959, los nuevos hoteles y edificios de apartamento construidos para los miembros de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior, tienen las mejores condiciones.
En los diez municipios restantes han aflorado al unísono la precaria calidad de vida de los habitantes, resultantes de los decenios sin vender materiales a precios adecuados ni permitir la construcción o reparación por los moradores particulares, y la ineficiencia del Estado para destupir fosas, eliminar las aguas albañales por fuera de los edificios, pavimentar las calles y garantizar el suministro de agua potable. Hasta ahí, los delegados del Poder Popular nunca han llevado soluciones.
Posiblemente ahora los dirigentes políticos del país y la capital hayan conocido los vericuetos de la ciudad y se hayan percatado de la magnitud del desastre, gracias a los reportes de los barrios por los eventos locales de transmisión de la COVID-19.
Las informaciones radiales y televisivas muestran parte de la realidad en resúmenes de reuniones de los Consejos de Defensa, las breves entrevistas a intendentes, funcionarios locales, directivos de Salud Pública, pobladores y los miembros de las “brigadas de lucha contra los coleros, acaparadores y revendedores”, las vistas de las viviendas y las calles llenas de huecos, y la ausencia de tiendas de venta en divisas. Durante septiembre, cuando se reinstauró la cuarentena total y la presión social ardía por casi seis meses de encierro y deambular por las colas para adquirir alimentos, se amplió la información y recomendaciones psicológicas.
Aunque muchos han intentado escapar de la realidad adentrándose en las redes sociales, la mayoría de los cubanos no tienen equipos ni poder adquisitivo para hacerlo asiduamente. El Canal Habana mantuvo una programación especial por municipios para atender las preocupaciones de la población y para que los directivos locales transmitieran sus informaciones.
En síntesis, con la pandemia afloraron la gran cantidad de cuarterías y el hacinamiento. En un cuarto a veces conviven de cuatro a seis personas o más, con los resultados harto conocidos: abuso y violencia doméstica, maltrato a los niños y ancianos, alcoholismo y trifulcas por la ansiedad alimentaria. También inciden negativamente los bajos niveles de instrucción y educación formal, así como las restricciones de dinero por salarios mermados, cierre de servicios, cancelación del transporte, imposibilidad de acceder al mercado ilícito, la disminución de las remesas y otras causas.
Asimismo, existen las residencias temporales, lugares con malas condiciones, donde han alojado a quienes perdieron sus viviendas por desastres naturales hace hasta 20 años.
En La Habana, desde el 1 de octubre se eliminaron las medidas adicionales a la fase de “transmisión autóctona limitada” del coronavirus, luego del cierre total durante todo septiembre debido al rebrote de finales de julio. Por concentrar la mayoría de las producciones y servicios del país, su cuarentena afecta la depauperada economía.
El gobernante cubano Miguel Díaz-Canel ha expresado que habrá que convivir con la endemia en una nueva normalidad, para lo cual se requiere mantener con rigor las medidas y evitar que se resquebraje la situación en La Habana con un nuevo rebrote. Hasta que se pueda vacunar a la población, la COVID-19 no será domada, según opinión de expertos y estadistas en todo el mundo.
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