Por Luis Cino.
Ayer, Miguel Díaz-Canel inició su comparecencia ante la plana mayor del régimen, transmitida por el programa televisivo Mesa Redonda, con la advertencia de que cuando el gobierno anuncia que va a dar alguna información importante a la población, no siempre ni necesariamente hay que esperar que sean malas noticias.
Al explicar lo que calificó como “el ordenamiento en la nueva normalidad”, Díaz-Canel, luego de encomiar el buen desempeño de las autoridades frente a la epidemia, trató de mostrarse optimista y de tranquilizar e infundir ánimo a los cubanos, pero no lo consiguió. Más bien aumentaron la preocupación, las dudas y la incertidumbre.
Y no es para menos, ya que este “ordenamiento para la nueva normalidad” en el que seguirán siendo obligatorios el uso de la mascarilla, el distanciamiento social y otras medidas profilácticas para convivir con la COVID-19, incluye, entre otros aspectos, la unificación monetaria, una reforma en los salarios y precios y la futura desaparición de la libreta de abastecimiento.
La experiencia de estos 61 años nos ha enseñado que los mandamases, tan distantes de los intereses populares y a veces contrapuestos a ellos, nunca hablan claro, no cantan la jugada completa, y con sus ambigüedades, se reservan el derecho a la trampa y la maraña.
Así, pese a las seguridades que dio Díaz-Canel y sus llamados a la confianza y a no creer en los rumores que propalan “los mercenarios” en las redes sociales, persisten muchas dudas sobre la unificación monetaria, que significará en la práctica una devaluación de la moneda que difícilmente logrará ser compensada por los aumentos de salarios y pensiones, ya que, con la subida de precios, seguramente vendrá la inflación.
Paradójicamente, uno de los temas que más preocupan a los cubanos, más que la posibilidad de otro rebrote de COVID-19, es la futura desaparición de la libreta de abastecimiento.
Deberíamos alegrarnos de que desapareciera un racionamiento de alimentos que dura desde 1962, y que supera ampliamente a los que tuvieron que soportar en los primeros años la Rusia bolchevique, los países europeos luego de la Segunda Guerra Mundial y Vietnam.
Pero, la eventual desaparición de la libreta, en vez de alegrar, preocupa y asusta a los cubanos, especialmente a los más pobres, a quienes hasta ahora ha garantizado, más mal que bien y con todas sus insuficiencias, una magra ración mensual de los productos básicos, como el arroz, los frijoles, el azúcar, los huevos y el aceite.
Es cierto que los alimentos a precios subsidiados por el Estado que garantiza la libreta, que cada vez son menos, apenas alcanzan para dos semanas, y que para alimentarse el resto del mes hay que “inventar”. Pero, ¿se imaginan cómo será cuando personas que no cobran más que el equivalente de 20 o 30 dólares al mes, o menos, tengan que recurrir, para poder comer todo el mes, a las tiendas con precios abusivos, en moneda nacional o en dólares, o a los revendedores del mercado negro?
Muchos comentan que la nueva forma de racionar los productos que no alcanzan será a través de los precios: los productos estarán en las tiendas, pero muchos, la mayoría, esa que no pertenece a la elite, no tiene negocios, ni recibe remesas del exterior, no tendrá suficiente dinero para comprarlos. Así de simple.
¿Bastará y quedarán satisfechos cuando les expliquen que es por culpa del bloqueo?
Ahora que los mandamases quieren acabar con “el igualitarismo” y “los subsidios innecesarios”, deberían recordar que, gracias a ellos, por muy elevado que sea su costo para el Estado, es que han conseguido la obediencia total y el sometimiento de la población.
La inmensa mayoría de los cubanos dependen enteramente del Estado para satisfacer sus necesidades, que son siempre crecientes y que nunca se satisfacen. Desvalidos, esperan del superestado benefactor los beneficios que este hace mucho es incapaz de darles. Las trabas y limitaciones sociales, económicas y sicológicas que impusieron durante varias generaciones, lo imposibilitan.
La población, permanentemente insatisfecha por sus carencias, sigue obedeciendo porque no tiene otra opción. Teme al estado, pero no lo ama.
Habrá que ver cómo nos las arreglaremos con este “reordenamiento para la nueva normalidad”, con la devaluación y las políticas de choque que se nos vienen encima. Porque es eso y no otra cosa, aunque oficialmente se nieguen a reconocerlo y a llamarlo así.
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