Por Zoé Valdés.
En numerosas ocasiones, me han preguntado si deseo volver a Cuba; mi respuesta es un no categórico porque no se vuelve al sitio en el que te han tratado mal, en el que te han vejado, en el que te han arrebatado tus derechos, y te han impedido ser libre.
Durante todos estos años he trabajado duramente para poder sacar a mi familia de Cuba, lo hice con mi madre, y he ayudado a otros; es verdad que no he podido hacerlo con todos, y eso me abruma. Liberar a los míos ha sido siempre mi principal preocupación.
Soy de las que piensa que no se libera a nadie yendo allá a dadivar a la tiranía con una imagen buenista como esa de que “mire usted, me han dejado entrar, ¡qué amables son los tiranos!” ¿Quiénes son ellos para prohibir la entrada a un ciudadano de ese país en su país? Nadie. Son nadie, nada, y lo saben.
En mi caso en particular, además, no me permiten ni siquiera rehacer mi pasaporte, vencido desde la noche de los tiempos, porque, desde el 22 de enero de 1995, el día en que me largué definitivamente de aquel infierno, no he vuelto a poner un pie, como no sea a través de mis libros y de mis pesadillas. Mis peores pesadillas son regresar allá, ocurren allá, e invariablemente despierto sumamente angustiada al verme una vez más en la situación de no poder salir.
Conozco a personas muy valientes a las que no han vuelto a dejar entrar en Cuba, una de ellas estuvo 8 años preso durante la Primavera Negra de Cuba, es el portavoz del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), vive desterrado en Madrid, su nombre es Regis Iglesias Ramírez .
Regis es poeta y escritor, estuvo junto a Oswaldo Payá Sardiñas hasta que lo encarcelaron, de ahí al destierro. Regis intentó regresar a Cuba, hizo la documentación necesaria en Madrid, y cuando fue a abordar un avión en Miami hacia la isla, no le permitieron ni siquiera subir al avión. Así son aquellos de “buenos”.
Otro caso es mi otro gran amigo, Jean-François Foge , escritor, periodista, economista, coautor del libro Fin de siglo en La Habana junto a Bertrand Rosenthal, y una de las veces que quiso volver a Cuba en calidad de visitante, no de periodista (eso ya sabía él que sería imposible), le permitieron subir al avión, pero una vez que el avión aterrizó en suelo cubano le anunciaron -a punto del ladrido o del aullido- que debía tomar otro avión hacia otro país de inmediato, que no podría salir del aeropuerto. Fogel tuvo que viajar a México y regresar a París.
Pasado cierto tiempo, cuando todavía Fogel trabajaba en el diario Le Monde, el camarada Aurelio Alonso (sí, aquel, el mismísimo de Pensamiento Crítico fue a visitarlo a la redacción del diario parisino, donde apareció -como se aparecen los apparatchik castristas en todas partes- sin avisar, sin telefonear previamente.
El caso es que iba con la misión de hacerle saber que le autorizarían nuevamente el permiso de entrada a Cuba si dejaba de publicar los artículos de Zoé Valdés en el periódico. A lo que Fogel, un amigo valiente y ocurrente, respondió que el mundo era muy vasto y que ya no le interesaba viajar a Cuba, que su oferta llegaba tarde y en pésimo momento. Agradeceré el gesto a Jean-François Fogel toda mi vida.
Aurelio Alonso debió tener la orden de asediarme, pues antes, había ido a verme a la rue Beautreillis, acompañado de Jeannette Habel de la Internacional Comunista, para intentar infundir el terror, práctica habitual entre los soldados del pensamiento, aun cuando hayan sido pisoteados por sus amos castristas.
De modo que ¿ir a Cuba? ¿A qué? ¿Cuál es el plan, tía Enaida, como decía mi hija de pequeña? ¿Cuál es la misión como no sea la del perenne show, la del lamentable espectáculo, la de lucir la lentejuela patriótica como que estás haciendo algo cuando en verdad, no sólo te estás mintiendo a ti misma, además estás engañando al exilio y a medio pueblo?
José Martí lo tuvo muy claro, sólo se libera a Cuba entrando de manera clandestina (cuando se podía, ahora eso ya es imposible como no sea con buques de guerra y aviones de combate, o con drones, y eso de clandestino no tiene absolutamente nada).
La libertad de Cuba no pasa de ninguna manera por viajar allá de turista-opositora y facilitarle la foto a la (Seguridad del Estado) lengüeteando un helado en una heladería en dólares o deleitándose con una cena en el Hotel Nacional. La libertad de Cuba no pasa por la fotito en el Malecón, o el Live desde una esquina de La Rampa.
La libertad de Cuba pasa única y exclusivamente por la seriedad y la responsabilidad y no por la teatralidad (con perdón de los artistas del gremio). Una tiranía se derroca con firmeza, pero no contribuyendo a sufragar, aunque sea indirectamente, su aparato represivo de largo e intenso alcance.
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