martes, 27 de octubre de 2020

Gracias, Nikita Jrushchov.

Por Ileana Fuentes.

Nikita Jrushchov y Fidel Castro.

No sabemos bien los cubanos cuánto le debemos al tosco primer ministro soviético que dirigió la URSS entre 1953 y 1964, primero como primer secretario del Partido Comunista soviético, y luego también como presidente del Consejo de Ministros, y bajo cuyo patrocinio consolidó el poder en Cuba el máximo desequilibrado que fue Fidel Castro.

No se lo imaginó en su momento nadie, ni los 7,4 millones de cubanos que existían en la Isla en octubre de 1962, ni los 186,5 millones de estadounidenses que habitaban “el imperio” en esa fecha, ni los habitantes de la cuenca del Caribe en aquel entonces. 

¿Quién hubiera podido imaginarse lo que vendría si en vez de haber tenido Jrushchov las riendas del poder en Moscú, las hubiera tenido su predecesor ―el sanguinario Josef Stalin― o su sucesor ―el burócrata Leonid Breschnev―, ambos mucho más fríos e inescrupulosos que el viejo Nikita?

Recapitulemos los eventos: a petición del propio Fidel Castro, envalentonado luego del intento estadounidense de invasión por Bahía de Cochinos en abril de 1961 ―que Cuba convirtiera en la victoria de Girón―, la URSS desplazó misiles nucleares hacia Cuba a partir de julio de 1962. Cuando Estados Unidos descubrió las bases nucleares en la Isla mediante reconocimiento aéreo de un avión U-2 de sus Fuerzas Aéreas, el presidente John F. Kennedy exigió a su contraparte ruso el retiro de los misiles. El día 22 de octubre, Estados Unidos ordenó el bloqueo naval de la Isla, y luego de varios días de negociaciones, Jrushchov y Kennedy llegaron a un acuerdo de retirar los misiles de Cuba a cambio del retiro de los misiles estadounidenses de una base turca.

El quid pro quo ruso-norteamericano enfureció al Comandante-en-Jefe. Se sabe que se sintió ninguneado por ambos imperios. El 26 de octubre de ese año, Castro, el gestor del “patria-o-muerte”, le escribía a su “querido camarada Jrushchov” la siguiente súplica:

“En este momento quiero hacerle partícipe de mi opinión personal. Si… los imperialistas invaden a Cuba con el objetivo de ocuparla, el peligro que esa política agresiva representa para la humanidad es tan grande que tras tener lugar ese hecho la Unión Soviética no debe nunca permitir circunstancia alguna en que los imperialistas puedan ser los primeros en lanzar un ataque nuclear contra ella.

Le manifiesto lo anterior porque yo creo que la agresividad de los imperialistas es extremadamente peligrosa y que si ellos de hecho llevan a cabo el acto brutal de invadir a Cuba en violación de la ley y la moral internacional, ese sería el momento para eliminar tal peligro de una vez y para siempre a través de un acto de legítima defensa, y aunque se trataría de una solución dura y terrible no hay otra alternativa.”

La “solución dura y terrible” no era otra que un ataque nuclear desde Cuba hacia Estados Unidos, lo que hubiera sido, sin duda, el principio de una tercera guerra mundial, y en este caso, una guerra termonuclear. En su demencial egocentrismo, Fidel Castro concovaba a “la guerra final de los tiempos contra las naciones del hombre” que se anuncia en el capítulo 16, versículo 16 del libro bíblico del Apocalipsis: el Armagedón. 

En 2010, Jeffrey Goldberg, periodista de The Atlantic, entrevistó al ya enfermo y jubilado Fidel Castro. Entre los muchos temas de los que hablaron, Goldberg le preguntó si a esas alturas aún le parecía que su petición a Jruschov de atacar a los Estados Unidos había sido lógica. Castro le contestó: “Después de haber visto lo que he visto y sabiendo lo que sé hoy día, nada de aquello valió la pena”.

Una respuesta cínica, soberbia e impenitente de quien no había dudado ni un segundo en causar la destrucción de la civilización humana medio siglo antes. Ese era el diabólico Fidel Castro. Todo aquel que desde el poder en Cuba hable de continuidad o se inspire en las palabras del Comandante, no hace otra cosa que convocar a Cuba a la destrucción total, algo a lo que estuvo dispuesto el máximo orate. 

Ese 30 de octubre, un muy-cuerdo y sereno Nikita Jruschov le contestaba a su “estimado camarada Fidel”: 

“En su cable del 27 de octubre usted propuso que deberíamos ser los primeros en llevar a cabo un ataque nuclear contra el territorio enemigo. Naturalmente, usted comprende a dónde nos hubiera llevado. No hubiera sido un simple golpe, sino el comienzo de una guerra mundial termonuclear.

Estimado camarada Fidel Castro, encuentro su propuesta equivocada… Hemos vivido unos momentos muy graves, una guerra termonuclear global pudo haber estallado… Los Estados Unidos hubieran sufrido enormes pérdidas, pero la Unión Soviética y todo el bloque socialista también hubiera sufrido grandemente. Es difícil decir cómo hubieran terminado las cosas para el pueblo cubano. Ante todo, Cuba se hubiera quemado en los fuegos de la guerra. Sin duda el pueblo cubano hubiera luchado valientemente pero, también sin duda, el pueblo cubano hubiera perecido…”.

Si se tiene en cuenta el alcance de una explosión atómica del calibre disponible en 1962, que bien podía alcanzar un radio de 25 a 30 kilómetros, los 7,4 millones de cubanos en la Isla hubieran perecido, o sufrido quemaduras y mutilaciones irreparables. Eso sin contar un probable contraataque estadounidense. Una quinta o sexta parte de los 186,5 millones de norteamericanos también hubiera sufrido semejantes bajas, dependiendo del número de misiles que se dispararan hacia el norte, y hacia cuáles centros urbanos.

No podemos imaginarnos las repercusiones a medio y largo plazo. Lo cierto es que no hubieran nacido los 4 millones de cubanos que nacieron después de 1962. La historia hubiera alterado la consigna de optatividad “patria o muerte” a la de un destino fatídico de “patria y muerte”. Quizás Wikipedia indicaría: “Cuba: país que existió entre 1492 y 1962. Actual desierto”.

En sus memorias, publicadas en 1970 y 1974, Nikita Jrushchov dice sobre Fidel Castro: “Castro era un extremista exaltado, un fanático” que “no comprendió nunca que los misiles soviéticos se colocaron en Cuba para impedir un ataque norteamericano a la Isla, y no para atacar a los Estados Unidos”. Gracias, Nikita Jrushchov, por salvarnos de un genocida.

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