Pablo Iglesias llorando ante las cámaras.
El término Cordicópolis no es mío, lo he tomado prestado del inmenso Philippe Muray, de su libro El Imperio del Bien. Urgente sabotearlo, con el que este autor definió el mundo desde los años noventa hasta -sin saberlo porque murió antes- la fecha. Mucho antes, el novelista cubano-británico Guillermo Cabrera Infante también se refirió a una "ideología sentimentaloide" frente a la cual es imposible el debate razonable.
Ese no tan imaginario país o imperio de Cordicópolis, ese Imperio del Bien, se conduce mediante una ideología siniestra que sin embargo usa el corazón, y sus sentimientos derivados, como método de imposición y destrucción.
Lo ocurrido en Cuba en 1959, que mucho he estudiado y observado a través de mi propia experiencia, fue uno de los actos más abominables de sentimentalismo cursi y baratucho que se pueda haber vivido, provocado por una historia ignorada, y la arrogancia y mediocridad de la prensa norteamericana, que aunque vio el peligro lo prefirió por comodidad, y por sentimentalismo frente a un raciocinio necesario. El Gobierno norteamericano de la época y los sucesivos no se comportaron mejor, incluso teniendo gran peso de la culpa de lo que sobrevino en Cuba y en consecuencia en el mundo.
Hace unos días, una querida y respetada periodista, transparente y contundente con su claridad, preguntaba quién devoraría primero en ese acto suicida en el que contemplaremos impasibles la próxima y tal vez definitiva deriva de España: si Pedro a Pablo o a la inversa.
Pensé que sería Pedro, debido a su fatuidad, el gran tragón consumado. Pero, al notar el lagrimeo fácil y ridículo, una vez más, de Pablo, debo corregir. Será Pablo quien devorará a Pedro. Como ha ido devorando sin los votos necesarios la realidad española en los últimos años. Y si no miren dónde está Ciudadanos y dónde se encuentra Podemos. Así actúan los oportunistas: mientras te clavan el puñal en la espalda, te empapan la mejilla con sus gotitas de nada, para hacer ver que en ellos opera el sentimiento, ese efecto tan sobrevalorado por la masa.
Pablo Iglesias en su constante lloriqueo me recuerda a Raúl Castro -no sólo por el moño largo que el segundo llevaba a los inicios de aquella Revolucioné, cual espléndida folclórica-, sino porque Castro II, en este mundo que amasaron y perpetraron con su odio, no ha perdido oportunidad para lagrimear a su antojo.
Un ejemplo, cuando emitió aquel discurso, en el año 1989, dirigido al pueblo pero sobre todo a los familiares de los que en pocas horas su hermano y él mandarían fusilar, los Ochoa y compañía, implicados en el narcotráfico socialista; discurso en el que afirmó con la voz rajada y melosa que lloraba por ellos, por los hijos de los que iría a matar, mientras se afeitaba y se miraba en el espejo, en intimidad consigo mismo… Puaf, de vómito…
El narcotráfico socialista es un fenómeno inventado y manejado por los Castro. Son ellos los que crearon esas narcoguerrillas, como convirtieron a los etarras en hombres de negocios. Primero en la isla, donde se refugiaron, y después en Venezuela. Aunque los Castro siempre quisieron empezar por Venezuela, a la larga lo consiguieron. Después Nicaragua, Bolivia, Brasil, Argentina, Ecuador, cayeron como naipes… Se han ido posicionando tanto, que por fin llegaron a su anhelada España.
En España están ahora mismo a punto de tomar la presidencia, la vicepresidencia y los ministerios. Y digo la presidencia porque Pedro no gobernará, gobernará Pablo, hasta que lo transforme en polvo odiado y lo lance al primer tragante o inodoro. Los agentes del castrismo que han orientado y entrenado a toda esta gentuza de Podemos se hallan desde hace un tiempo en España, el Rey tuvo que recibirlos como diplomáticos (cuando fueron expulsados de USA por espías), han recorrido el país entero promoviendo el castrismo y brindando instrucciones precisas. Son gente que sabe introducir la garra en el corazón, estrujarlo, que duela, y que aun así la crean. Hasta que la creencia sea más fuerte y perdurable que el dolor mismo.
Pablo es uno de sus esos jefes formados por los Castro, y próximo gerente desde EspaCubazuela, de la Cordicópolis internacional socialista. Pablo llora para las cámaras y por dentro ruge de alegría, de placer, de odio, como la más fiera de las furias, porque sabe que ha llegado a un estatus inamovible. Sabe que España ha caído en sus manos, que nadie podrá tumbarlo y que, por el contrario, de un simple soplido, con la ayuda de las fuerzas castristas, destrozará a Pedro. Quedará sólo él con el machirulo de la silla de ruedas, eternos en el poder. Irene Montero, o Ireno Mantera, no será más que lo que ha sido, una fachada para demostrar que Pablo es un esposo y un padre de familia. En cuanto no necesite demostrarlo más, entonces veremos…
Pablo llora por fuera y odia intensamente por dentro. Tendremos unos días en que nos dejará respirar, pero en cuando empiece a planear cómo deshacerse de Pedro, aunque primero del Rey (como ya ha anunciado), volverá a ponérsele la cara como una postilla sanguinolenta, y cada hebra del pelo le empezará a ondear como ondeaban las serpientes en la cabeza de la medusa.
España, espero y deseo equivocarme, no existirá más. Quedará en un puñado de provincias, lo mismo que hizo Fidel Castro con Cuba, que, de una capital y cinco provincias, convirtió al país en un mendrugo de migas desmenuzadas y regadas a su antojo, para aplastarlas y empobrecerlas mejor.
España se convertirá en una ínfima parte de Cordicópolis, el Imperio del Bien, construido con el más profundo odio del Mal. Igual que aquella isla que "quiso construir el Paraíso y creó el Infierno".
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