Miente una vez más. Y cuando un periódico nacional de un país miente, es algo muy grave. Pierde confiabilidad. Pero, ¿le interesa acaso cuidar su confiabilidad, precisamente a este periódico fundado por Fidel Castro, para él, por él y siempre para él, en plena efervescencia de su dictadura?
Hace apenas unos días Granma publicó en primera plana que el dictador muerto había escrito el 15 de octubre del 2010, en alusión a una posible guerra entre Estados Unidos e Irán, que nadie puede darse el lujo de ser indiferente a la guerra, que el uso de las armas nucleares en una nueva guerra implicaría el fin de la humanidad, como lo previó el científico Albert Einstein.
Pero, ¿no fue este el mismo Fidel, en medio de las locuras de su época, quien en 1962 no sólo pudo darse el lujo de ser indiferente a la guerra, sino que se empeñó en provocarla?
Si Granma perdió la memoria, muchos la conservan.
El 26 de octubre de 1962, Fidel envió una carta al señor Nikita Jruschov, jefe máximo de la extinta URSS, pidiéndole que iniciara la guerra con sus cohetes nucleares antes de que Estados Unidos invadiera a Cuba, “en un acto de la más legítima defensa –dijo-, por dura y terrible que fuese la solución, porque no habría otra”.
Esta terrible carta, a espaldas del pueblo cubano que, incluso con el paso de los años todavía desconoce, termina aceptando “toda posibilidad de negociación, a pesar de que saben la gravedad del problema”.
O sea que, para este dictador, “el problema” se trataba, simplemente, de hacer la guerra nuclear.
Pero Estados Unidos, en este caso su Presidente Kennedy y el viejito Jruschov, sí calcularon las consecuencias de una guerra entre ellos.
Ambos mandatarios reaccionaron ante la grave responsabilidad que tenían en sus manos y negociaron a espaldas de Fidel, ya dispuesto a entrar en guerra y así lo repitió en su carta: “…nos disponemos con serenidad a enfrentar una situación que vemos muy real y muy próxima”.
Hoy, este mismo personaje, a mi entender diabólico e irresponsable, envalentonado por sus misiles nucleares para atacar a Estados Unidos, quien incluso años después, en 1981 pidió a la URSS le enviara misiles nuevamente para emplazarlas en Cuba, pensando que Ronald Reagan en un futuro cercano atacaría, dice que “puede darse el lujo de ser indiferente a la guerra”.
Es cierto lo que afirma el señor Enrique Moreno Gimeranez, cuando cita a Eduardo Galeano en Granma, con relación a “las guerras que mienten, porque ninguna tiene la honestidad de confesar yo mato para robar, o en nombre de la paz, de Dios, de la civilización, del progreso, de la democracia”.
¿Podría decirme entonces Galeano por qué razón Fidel Castro quería la guerra? ¿En nombre de su dictadura, desaparecido ya el pueblo? ¿Cuáles eran los intereses de Fidel?
¿Es que estábamos, con perdón de los muertos que muertos están, en presencia de un psicópata, como lo diagnosticó la neuróloga Hilda Molina, incapaz de medir las consecuencias de una guerra entre Cuba y Estados Unidos?
Hoy el periódico Granma, para hacer honor a quien lo fundó para él, por él y de él, echa culpas a Irán del conflicto ocurrido en días pasados entre ese país y Estados Unidos. Pero jamás le ha explicado al mundo ni al pueblo cubano que, en el año 2001, reunido Fidel con el gobierno de Teherán, exclamara que “Irán y Cuba, cooperando mutuamente, pueden poner de rodillas a los Estados Unidos”.
La obsesión que tenía Fidel de una guerra entre esos dos países lo llevó a que, el 14 de julio de 2010, el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Manucher Motaki, le saliera al paso para señalarle que esa afirmación correspondía a “maniobras políticas”.
Era evidente que al dictador caribeño no le preocupaba en absoluto que, en noviembre de 2011, la Junta de Gobernadores del Organismo Internacional de Energía Atómica votara mayoritariamente en contra de Irán, ante el desarrollo de sus armas atómicas, donde sólo votó a favor Rafael Correa, de Ecuador, con una abstención. Meses después, el presidente iraní Majmud Ahmadinejad visitó Cuba, Venezuela, Nicaragua y Ecuador, como parte de una gira por América Latina.
Al año siguiente, en 2013, Raúl Castro, el hermano dictador, en conversaciones con el gobierno de Teherán, reiteró sus compromisos para ampliar los lazos “en todos los ámbitos”, puesto que Cuba, dijo “es un defensor del Programa nuclear iraní”, a pesar de que dicho Programa haya motivado varias sanciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a Irán.
El resultado fue de esperar: La penetración de Irán en América Latina y su apoyo a actividades internacionales del grupo terrorista Herzbolá, causaron gran preocupación en el Congreso de Estados Unidos.
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