viernes, 31 de enero de 2020

El fracaso del Hombre Nuevo.

Por Luis Cino.

cuba estados unidos
Hombre con camiseta de Estados Unidos en La Habana, 2019

Los que nos reprochan a los cubanos haber soportado estos 61 años de dictadura deberían reconocernos el haber conseguido, de un modo u otro, resistir, ignorar y burlar la mayoría de las imposiciones castristas. De no ser así, hoy seríamos algo parecido a Corea del Norte, lo cual hubiera satisfecho las mayores expectativas de Fidel Castro.

Aquel proverbial choteo del que se quejaba Jorge Mañach, nos ayudó a tirar más que a chacota, a mierda, tanta solemnidad y prosopopeya pseudoépica y patriotera con que nos quisieron deslumbrar.

Se les fue el tiro por la culata. Obligándonos siempre a obedecer, nos hicieron, aunque sufriera nuestra moral, expertos en simular acatamientos. Pero jamás consiguieron domarnos del todo.

No pudieron ponernos a hablar en su jerigonza. El agobiante y ridículo metalenguaje castrista ha quedado reservado solo para los burócratas, la policía, los chivatos, ciertos intelectualoides estreñidos, el NTV, las páginas del periódico Granma y algunos humoristas (hasta que los prohíben). Los demás, que somos mayoría, rechazamos esa jerga  y preferimos hablar en cualquier otra, aunque sea la de los aseres.

Quisieron, con el materialismo dialéctico y el ateísmo de estado, alejarnos de Dios, pero bastó la pirueta del Máximo Líder con Frei Betto y que apretara la miseria en el Periodo Especial, para que en busca de ayuda del más allá, se llenaran las iglesias (de todas las denominaciones), salieran los elegguás de los closets y los babalaos no tuvieran que esconderse para sus consultas. Ahora se bautizan los niños, se exhiben sin recato los ildés, la mano de Orula y los collares de los santos, los iyabós inundan las calles, y la gente no se cohíbe, ni siquiera en la TV, para decir “gracias a Dios” y “si Dios quiere”.

No pudieron hacer que aceptáramos los nuevos nombres de la mayoría de los lugares.  Seguimos diciendo, en vez de Hospital Salvador Allende, la Quinta Covadonga. Tampoco aceptamos sustituir el nombre de la calle Carlos III por el de Allende.  Y nos negamos a llamar Camilo Cienfuegos y seguimos identificando como Dolores del lado de Lawton y Lacret del otro, a esa avenida que divide la Calzada de Diez de Octubre.

Quisieron hacernos anticapitalistas, pero bastó que autorizaran,  con innumerables trabas y limitaciones, el trabajo por cuenta propia, y  asombró, causó pasmo, la inventiva y diligencia de los cubanos para los negocios.

Tanto que quisieron hacernos humildes, frugales, conformes y resignados con lo poco y malo que hay, y cada vez la gente es más consumista, presumida y ostentosa.

De tanto que nos quisieron hacer que odiáramos y rechazáramos todo lo que viniera de los Estados Unidos, hoy los cubanos son el pueblo más pronorteamericano de Latinoamérica.

Irse para “la Yuma”, a pesar de todos los obstáculos, como sea, es la máxima aspiración de muchos, muchísimos cubanos, especialmente de los jóvenes, que idealizan el american way of life, a pesar de todo el adoctrinamiento antiyanqui que recibieron en la escuela, donde pioneros por el comunismo, casi siempre sin desayunar con leche, los hicieron jurar que serían como el Ché.

Los mandamases, con su maña para convertir los reveses en victoria y su mentalidad de chulos, luego de fracasar en hacer que viéramos como enemigos a los familiares y amigos que se fueron de Cuba, consiguieron convertirnos en rehenes, para que fueran a parar a sus arcas los dólares de las remesas que envían, a costa de innumerables sacrificios, para que no muramos de hambre, esos mismos que fueron despreciados e insultados y con los que nos prohibían comunicarnos.

No pudieron impedir, pese a todas las prohibiciones, nuestro gusto por lo yanqui. A la larga, a los mandamases comunistas no les quedó más remedio que a regañadientes, aceptar el béisbol de las Grandes Ligas y el baloncesto de la NBA, y advirtiendo siempre del diversionismo ideológico y la guerra cultural,  la música y las películas y series televisivas norteamericanas. Porque jamás consiguieron, existiendo la WQAM y las emisoras de FM del sur de la Florida,  imponernos la Nueva Trova y la  tristeza de quenas y charangos de la música andina, ni las películas de guerra de Mosfilm.

Por mucho que se esforzaron, no consiguieron que dijéramos oká como los policías y los dirigentes, sino okey, con acento bien yanqui, cual si estuviéramos mascando chicle. Amén de  brother, man, no problem, business, baby, I love you,  y hasta algún que otro disparate con tal de que suene “americano”.

No consiguieron implantar costumbres rusas, propias del Ejército Rojo, como aquella —necrológicos que son los ñángaras— de colocar los ramos de flores de las bodas en los monumentos y las tumbas de los muertos de la revolución. En vez de eso, hoy cada vez más cubanos celebran Halloween. Y los baby showers vienen en camino.

Tampoco lograron acabar con las Navidades. Pese a lo que opinara el Máximo Líder, siempre las celebramos como pudimos, y con lo que teníamos, que era bien poco, casi nada. Y lo que festejamos el primero de enero es el año nuevo, no la victoria de las huestes fidelistas en 1959.

No pudieron evitar, pese a la censura, que los que leemos, los pocos que quedamos con el hábito de la lectura, nos agenciáramos para conseguir y pasarnos de mano en mano, los libros prohibidos de Cabrera Infante, Zoé Valdés, Reinaldo Arenas  y Milan Kundera.

Con toda la represión de la Seguridad del Estado y el maniobrar de sus chivatos, no han podido impedir que bajo un régimen policial y de Partido único, haya más partidos políticos y movimientos opositores que si estuviéramos en democracia. Y una sociedad civil, que da tumbos, pero verdadera, no la pandilla servil que intenta presentar el régimen como tal.

No pudieron fabricar el hombre nuevo. Todo funcionó mal en las retortas y probetas del perversamente suprahumano laboratorio castrista. Resultó el asere cubensis, amoral, chusma, disparatado y cínico, que ya va por su tercera generación, y que si no es capaz de rebelarse abiertamente, tampoco sirve para obedecer ciegamente y cumplir, al pie de la letra, los deseos de sus amos.

Al final, más tarde o más temprano, en dependencia de cuán lejos llegue el desastre, esos aseres y sus “jevitas”, cansados de aguantar privaciones, entre palabrotas, escupitajos y a ritmo de reguetón, serán los sepultureros de un sistema inicuo que ha durado demasiado tiempo y nos ha hecho demasiado daño.
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