Los llamamientos a la continuidad del sistema socialista, despachados por la máxima dirigencia del país, barren con cualquier atisbo de esperanza en tan siquiera un alivio de la miseria que agobia a millones en todo el territorio nacional.
Para colmo acaban de anunciar una inminente reducción en el suministro de gas licuado, utilizado en miles de hogares para la cocción de los alimentos; crecen los rumores de un aumento, en la frecuencia y duración, de los cortes del fluido eléctrico y también sobre un mayor desabastecimiento de una amplia gama de productos de gran demanda popular.
A falta de un programa coherente y sostenido, de reformas económicas, que ayude a salir del atolladero, los mandamases optan por apretar las tuercas de la represión. Lo cual acerca la posibilidad de que la tensión social rebase los muros de contención y el caos, hasta ahora apaciguado con los habituales medios coercitivos de bajo perfil, y tenga que ser evitado con decretazos que avalen la implantación de un Estado de Sitio o un toque de queda.
Por estos días, el gentío en varios centros comerciales de la capital, con los correspondientes altercados, se debe a la aparición del papel sanitario, después de varias semanas fuera de circulación.
Siempre sobran motivos para pasar un mal rato. No hay tregua en las batallas a librar contra una crisis en vías de agravarse, aún más, de aquí a diciembre.
En medio de esos lapsos de relativo sosiego en el fragor de la espera por llegar al mostrador antes de que se agote el producto, la gente desahoga su malestar con cuestionamientos a una realidad que nada tiene que ver con el país modélico descrito en los medios oficialistas.
Entre reproches, diatribas contra los acaparadores y cautela ante las rondas de guardias que aguzan el oído en busca de manifestaciones “contrarrevolucionarias”, y miran con cara de esbirros, se escurre el tiempo y las ilusiones de una vida con menos sobresaltos.
Nadie sabe cuál es el límite de la paciencia del cubano, forzado a vivir en los dominios de una pobreza que por momentos se vuelve insoportable, a instancias de su perpetuación y de un acelerado recrudecimiento.
Quizás esté cerca el momento en que la suma de insatisfacciones, quebrante el muro de la intransigencia de quienes tienen el poder para encauzar un programa de reformas integrales sin los visos ideológicos de un trasnochado marxismo-leninismo sin nada que ver con nuestra historia, idiosincrasia y cultura.
El modelo adoptado en 1959, para poner a Cuba en el estrado de las naciones exitosas, en cuanto a desarrollo social y económico, fracasó.
Agotado y sin posibilidades creíbles de recuperarse, el socialismo tiene que ser sustituido gradualmente. De lo contrario implosionará por el cúmulo de torpezas y la obcecación de sus administradores en continuar fortaleciendo los pilares de la utopía.
Los actuales destellos del caos en Cuba son anuncios de un final aterrador. El país pide a gritos transformaciones medulares. Basta de remiendos y titubeos. Es hora de enterrar los fanatismos y recobrar el sentido de la racionalidad. Para luego, es tarde.
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