Vendedores del purguero de Carlos III.
Rigoberto (Rigor) Campo, técnico en soldadura, de 47 años, sueña con tener su propio negocio, volverse a casar y tener dinero para comprar la ropa que le exige su hijo de 12 años. Afirmado en el propósito de materializar sus deseos, aceptó la invitación de un amigo de tragos para vender en la calle “todo lo que nos caiga en las manos”, dice el soldador a CubaNet.
En dos días, Rigor y su amigo recolectaron de la basura dos pares de zapatos, prendas de vestir, cables para celulares, tapas de cazuelas, luces de navidad fundidas y diez cajas de fósforos que el bodeguero del barrio les fio para que vendieran.
El primer día de venta en la calle lograron recaudar 5 CUC, motivo sobrado para festejar.
“Compramos un ‘sábado corto’ (media botella de ron), y alcanzó para irnos con 2 CUC cada uno”, recuerda Rigoberto, quien desde hace dos años vende en la Candonga de Carlos III lo que “bucea” en la basura, o llega a sus manos.
El soldador asegura que nunca tuvo dudas en seleccionar el lugar donde realizarían las ventas. “Nos dijeron que en Carlos III se vendía todo, y es verdad, pero también se te puede ir el dinero tomando”, confesó.
El purguero de los marginales.
Desde el 2015, todos los días, más de medio centenar de marginales invaden de forma progresiva los portales de un trozo de la céntrica avenida Carlos III, comprendido entre las calles Márquez González y Oquendo.
El grupo heterogéneo conforma el purguero ilegal más concurrido de la ciudad de los portales. Cien metros de dominio marginal donde se esparcen telas, y encima de ellas artículos recolectados del basurero, desgastados por el uso o nuevos, estos últimos proveídos por el mercado negro.
La acera de la avenida, alineada en la zona comercial de la ciudad, es el paso de la población flotante más numerosa de la capital. Junto al ir y venir de personas que no encuentran lo que buscan en el mercado estatal, saltan a la vista los artículos en venta del pulguero. Llaman la atención por su rareza, diversidad o la ausencia prolongada en el mercado oficial en la actualidad, como el café o el puré de tomate.
El paso obligado de los transeúntes por los portales que ocupa la candonga de Carlos III, los bajos precios de algunos artículos usados, y la necesidad, son el suficiente marketing para atraer a comprar en el pulguero a policías, funcionarios locales y caminantes.
Los vendedores se ocupan los portales para la venta y ocultarse en el caso de arrestos masivos.
Cuando la noche oscurece la avenida, débilmente alumbrada, se hace difícil distinguir los artículos en venta. Este es el momento de transición hacia el caos que provoca el consumo de alcohol.
La mayoría de los residentes se esconden ante el desenfreno antisocial que describen como un clima de inseguridad. Los vecinos más decididos llaman a la policía, que responde a la urgencia, pero no se atreve a detener la anarquía en el espacio de los marginales. Los autos patrulleros siguen de largo hacia cualquier zona apacible de la ciudad.
Así es como una de las principales arterias de la capital se convierte en la crónica que devela la idea del cuentapropismo y la sociedad ideal para el régimen.
Donde se encuentran los excluidos.
Cada año resulta más difícil para las autoridades desalojar a los vendedores del pulguero de Carlos III. Cuando el régimen quiere presumir de una ciudad sin indigentes se realizan arrestos masivos, que no actúan sobre las causas del fenómeno social en aumento: la marginalidad.
En la Candonga de Carlos III se reúnen los cubanos excluidos por la economía en beneficio de los gobernantes, la raza, preferencias, adicciones y la indigencia que, según la prensa oficial, “muestran al mundo un perfil que no se corresponde con lo que defendemos y profesamos”.
Los cien metros de avenida en el centro de La Habana, más que un sitio de venta ilegal es la respuesta de la sociedad en crisis, visualizada en un punto donde se encuentran las formas de exclusiones establecidas en la Isla. Los marginales se imponen con sentido de pertenencia en este espacio de la ciudad, negándose a respetar las normas de quienes los mantienen en el desconcierto económico.
La Candonga de Carlos III abarca cien metros de venta.
En el 2018 un grupo de vecinos acudió a la delegada del Poder Popular de la zona para quejarse de las molestias que ocasiona el pulguero, la respuesta fue sorprendente. La representante de la comunidad les confesó que las reuniones del Poder Popular habían cambiado el lugar de la cita por la presencia de los marginales.
Uno de los residentes en la zona de conflicto ofreció su testimonio anónimo sobre la incompetencia de las autoridades. La fuente alegó temor de ser identificada por los vendedores o la policía local.
“Llevo años denunciando lo que se forma aquí todas las noches, a veces viene un carro patrullero, mira lo que están vendiendo y se van (…) Ya dejé de llamar al 106 (Policía), la ultima vez me preguntaron si tenían armas blancas, como para restarle importancia (…) Ahí se vende de todo, y lo sabe la policía. El gobierno reconoce que tratan el tema en las reuniones, pero no pasa nada porque nadie quiere problemas con esa gente (…) Entre ellos lo mismo te encuentras enfermos de VIH, pordioseros, curdas (alcohólicos), maleantes del mercado negro, que por lo general organizan parte de la venta (…) Son personas con los que nadie quiere lidiar”.
La Candonga de Carlos III no es una zona de venta, como otras tantas de la capital, que puede eliminarse mediante arrestos policiales. Este punto de encuentro de la marginalidad urbana evidencia la frágil economía de los cubanos, lo que indica que, solo restaurando todas las libertades en la Isla, mejorará el nivel de vida que ayudará a la desaparición de la pobreza generalizada.
Alejado del mejoramiento de las políticas sociales, el régimen lleva décadas talando la marginación para limpiar el rostro del fracaso. La revolución prometió un “perfil” contrario a la realidad actual, y terminó penalizando la marginación surgida de la desigualdad en el socialismo cubano. La Ley del Vago antes, y de Peligrosidad Social en el presente, dejaron de ser efectivas para esconder el deterioro social, la pobreza en aumento, el desempleo y sueños como los de Rigoberto, que no se solucionan escondiéndolos con penalidades y arrestos.
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