martes, 28 de enero de 2020

La visión de un norteamericano que fue adoctrinado en Cuba.

Por Jorge Luis González Suárez.


“Estar allí entonces, recuerdos de Cuba 1969-1983”, de Gregory Randall. Ediciones Trilce.

Un interesante libro se venderá en la próxima Feria del Libro de La Habana: “Estar allí entonces, recuerdos de Cuba 1969-1983”, del norteamericano Gregory Randall, hijo de la escritora y militante comunista Margaret Randall.

El libro, publicado por Ediciones Aldabón, de Matanzas, recoge las memorias de los 14 años que Gregory Randall vivió en Cuba, adonde llegó con ocho años, junto a su familia, procedente de México.

En Cuba estudió hasta graduarse de ingeniero en telecomunicaciones, además de recibir un adoctrinamiento político y militar por guerrilleros latinoamericanos refugiados que visitaban o pernoctaban durante largas temporadas en el lujoso apartamento de su madre en El Vedado, y a los cuales quiso integrarse.

El edificio del Vedado donde vivió Randall.

Portada.

El libro es polémico. Resulta significativo que lo publicaran en Cuba.

Randall expresa estar “orgulloso de ser un hijo de la Revolución Cubana”, a la que considera “excepcional”, pero la crítica fuertemente al cuestionar varios aspectos, incluso algunos que son considerados “logros de la revolución”.

Uno de los aspectos que cuestiona es el sistema de educación cubano.

Sobre las becas explica que eran “un espacio colectivo donde se pretendía  formar al hombre nuevo sin el cual no parecía tener futuro la revolución”,  y que  permitían que “los padres hicieran la revolución” mientras el estado se ocupaba de los niños.

Se quejaba de que en la escuela  no le permitían tener el pelo largo. Acerca de la persecución contra los melenudos,  considera “una contradicción de la revolución”  el temor a que los jóvenes cubanos usaran los símbolos de la rebeldía hippie.

Lo que cuenta de su estancia en la Escuela Lenin es revelador. Refiere: “Funcionaba como una escuela de élite que formaba a la futura clase dirigente del país… La concentración de autos durante las reuniones de padres indicaba la cantidad de hijos de jerarcas y profesionales… Seguramente algunos entraban por palanca, es decir, con el favor de alguien con poder”. Y señala: “Entre los alumnos había dos hijos de Fidel, a quienes protegían un par de guardaespaldas.”

Randall abandonó la Escuela Lenin por considerarla elitista, debido al “sadismo de los chicos y la impunidad de estos por ser privilegiados”.

El Destacamento Pedagógico, que fue un medio para paliar la falta de profesores, significó un choque entre sus ilusiones románticas y la realidad. Recuerda que había allí muchos repitentes de grado que no alcanzarían carreras universitarias, y abundaban los que describía como “lumpen” y “pequeños delincuentes”.  No se explicaba “cómo de esta materia humana iban a salir profesores de secundaria”.

Clasifica a los que estudiaban para profesores de inglés como “admiradores de la cultura norteamericana”, algunos de los cuales hablaban abiertamente de “irse para la Yuma”, y a los futuros profesores de historia como “el grupo de los guapos”, que  “peleaban por cualquier estupidez… apreciaban sobre todo el coraje…sus códigos eran los mismos que los existentes en una cárcel o en una banda de delincuentes comunes”.

Otro tema son las asambleas. Dice que el sistema político daba participación a la gente, pero “mantenía la obsesión del control”. Alude a la relación sin equidad entre el Partido Comunista y el Poder Popular al señalar “la extrema vulnerabilidad de los delegados”, la limitación de su independencia y como la elección indirecta facilitaba el dominio del partido”.

Sobre los CDR comenta: “Podían ser una bendición o un horror, todo dependía de la gente que lo formaba”, porque eran personas que tenían poder, pequeño, pero “capaz de hacer daño”.

Sobe el periódico Granma afirma que “se dedicaba al teque”, controlando la información por “la técnica del todo o nada”, al magnificar, minimizar u ocultar hechos, siempre de acuerdo con el discurso oficial, dando una imagen distorsionada de la realidad.

Randall lamenta que existieron limitaciones no solo a la libertad de prensa, sino también a la organización de partidos políticos.

Al reflexionar sobre el juicio y fusilamiento del general Ochoa y varios oficiales del MININT acusados de narcotráfico, expresa: “Pasarán muchos años antes que se sepa la verdad precisa sobre el tema, pero no puedo aceptar las explicaciones que hasta hoy nos han dado”.

En el capítulo final, Gregory  Randall cuenta sus impresiones al regresar a Cuba de visita, en 2003, después de 20 años de vivir en Francia y Uruguay. Trata de ser objetivo. Se refiere a la depauperación de muchos edificios, las ventanas rotas, los balcones desvencijados, las rejas por doquier producto del aumento del robo y la criminalidad a partir del Periodo Especial y la gran cantidad de prostitutas, lo que atribuye al turismo. Comenta que hay gente molesta con “los gestos internacionalistas”, que juzgan “exagerados en las condiciones de penuria en que viven”.

Recoge opiniones, entre ellas la de un antiguo amigo, militante del PCC y director de una empresa, que cayó preso por aceptar soborno. La esposa del amigo le explica: “Esto ha cambiado mucho, hoy no es posible vivir sin hacer alguna ilegalidad”. El hijo, al que describe como “un típico joven de hoy”, mostraba su “desilusión con todo lo que oliera a revolución” y “quería libertad”. Su amigo, en una corta nota desde la cárcel, le dijo: “No te dejes engañar, aquello que tú y yo quisimos pintar de un lindo color en los 70 lo han hecho imposible, nos lo han pintado de gris…”

Confiesa Randall: “En algún momento, siento que no podría vivir acá, que sería incapaz de soportar que alguien pretendiera controlar mi vida, limitarme la información, decidir por mí… Un rato después me doy cuenta de que soy uno más, me siento como antes, soportando con naturalidad las cosas que al yo de afuera le parecen absurdas y disfrutando intensamente de las que al yo de afuera le parecen utopías imposibles…”

Uno se pregunta cómo es posible que Gregory Randall se declare partidario de un sistema de gobierno al que atribuye tantos errores y defectos. Al menos, Randall, a diferencia de otros izquierdistas que las ocultan, es honesto en sus opiniones, aunque a veces sean contradictorias.
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