martes, 21 de enero de 2020

El “affair amoroso” entre Juan Pablo II y Fidel Castro.

Por Tania Díaz Castro.

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Era 1998, el año 39 de la dictadura castrista. El 21 de enero Juan Pablo II, soberano de la ciudad del Vaticano desde 1978 hasta su muerte en 2005, visitaba Cuba, un país con una población empobrecida, víctima de una ideología fracasada, con sus cárceles repletas de presos políticos plantados.

Muchos se hicieron ilusiones. Prácticamente todo el mundo civilizado y demócrata. Se esperaba que el viejo Karol Józef Wojtyla, devenido papa católico, quien tanto había hecho por la libertad de Polonia  y su clara posición contra el totalitarismo en sus viajes a los países del Este europeo, se empeñara en salvar a la mayor de las Antillas para que esta no acabara de hundirse en el mar, opción que había preferido el dictador cubano, para no perder su poder político.

Se esperaba y había razones para creerlo, porque el Sumo Pontífice, incluso se había mostrado contrario a la expansión del marxismo en América Latina a través de la conocida Teología de la Liberación. ¿Cómo se explica entonces que, pese a su estancia de cinco días en Cuba, su gestión humanitaria no haya tenido un buen resultado?

Lo recibió un Fidel Castro engallado, con un discurso anticolonialista. Presidió misas en varias ciudades del país, terminando en el santuario de San Lázaro en El Rincón. Es cierto que mencionó varias veces la palabra “libertad”, pero de forma velada, sin referirse a la tragedia cubana.

Traía en su portafolio una listica con los nombres de 400 presos cubanos para pedir su libertad y sólo un puñado de condenados por delitos comunes fueron para sus casas. A su regreso a Roma, en Cuba la lista iba en aumento.

En Santiago de Cuba, donde ofreció una misa al aire libre, fue Monseñor Pedro Meurice quien criticó al régimen castrista, señalando que “un número de cubanos había confundido la Patria con un Partido” y Juan Pablo II hizo silencio. Ni siquiera mencionó a varios opositores pacíficos que, meses antes habían sido acusados de “sedición” por escribir uno de los documentos más valiosos del Movimiento de Derechos Humanos de Cuba: “La Patria es de todos”, condenados sus firmantes a largos años de prisión: Marta B. Roque, Vladimiro Roca, René Gómez Manzano y Félix Bonne.

Al parecer, el viejo anticomunista Wojtyla vino a Cuba sólo a presenciar la dictadura más larga del mundo: la de los hermanos Castro. Como bien dice el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, “…la presencia del Papa, luciéndose junto a Fidel Castro, sirvió a este para adquirir una aureola de respetabilidad de cara a la comunidad internacional”.

Así, la visita de una de las personalidades más serias y preclaras del siglo XX, no sirvió para alentar la democracia en la región. Todo lo contrario: el affaire sirvió de manto sagrado y Juan Pablo II bendijo al dictador, a pesar de sus cinco mil fusilados, sus miles de presos plantados y un pueblo en crisis alimentaria por sus locos desvaríos económicos.

Fue pues una visita exitosa para Fidel. No hubo necesidad de hacer concesiones, porque el viejo luchador polaco le mostró discreción e incluso respeto por su gobierno. Cuando hizo vagas alusiones a la libertad, Fidel aplaudió con vehemencia, así como cuando el papa se pronunció a favor del levantamiento del embargo comercial de Estados Unidos, a pesar de que Cuba hacía negocios con el mundo entero. Juan Pablo se atrevió a decir que los problemas económicos del país eran producto de dicho Embargo. Olvidaba el Santo Padre que también China y sobre todo Viet Nam, habían asumido un embargo de EEU y sin embargo resultaron países prósperos y desarrollados.

Sólo hoy, gracias a una política inteligente puesta en práctica por el presidente Donald Trump, es que el régimen castrista está recibiendo lo que mereció siempre por ocasionar, con sus torpezas, los niveles más bajos de vida del pueblo, poniendo en vigor tercamente una ideología fracasada.

Todos sin excepción se sintieron frustrados con Juan Pablo II: el pueblo cubano, sus exiliados, y cientos de países amantes de la libertad. Ni siquiera el sector católico cubano fue beneficiado para la divulgación que había perdido en la radio, la televisión y prensa independiente.

Como dice Vargas Llosa, puso su granito de arena para alargar la dictadura castrista por unos años más.


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