Soy empecinado a veces, casi un obseso. El año pasado, por esta fecha, hice notar algunas de las costumbres que se hacen visibles en la Cuba que recibe el nuevo año y hasta intenté poner en evidencia a ese hábito que, nacido en la “revolución”, consiste en dar varias “vueltas a la manzana” arrastrando una maleta, siempre con la esperanza de que tal desplazamiento atraerá la posibilidad de hacer algún viaje que consiga alejarnos de esta geografía, pero, sobre todo, del comunismo. En aquel texto mencioné también al agua que, arrojada desde las casas, se desparrama en la calle en un conato de exorcismo, en un intento de desterrar lo peor. El agua en la calle es un ruego, un pedido de bonanzas alejadas de comunismos y dictaduras.
Los comunistas, que no son muy dados a esas prácticas supersticiosas, al menos en visibles evidencias, se deciden por otras celebraciones y hasta intentan imponerlas. La “revolución” no celebra jamás el nuevo año; ella se canta y se celebra a sí misma. Y el “fetecún revolucionario” comenzó esta vez desde el viernes 27 en la muy céntrica esquina de Prado y Neptuno. Ese punto medular de la ciudad, ese que Enrique Jorrín hiciera tan popular con su famosa “engañadora”, sería esta vez el sitio escogido para comenzar los festejos, para dar inicio a la engañifa.
Y esa “coordenada” que es Prado y Neptuno recibió a la Aragón, la popular orquesta que inmortalizó a ese cruce de calles y también a una mujer despampanante y sensual que luego resultaría ser una mentirosa, una mujer de atrezo, que moldeaba cada noche y con rellenos una falsa anatomía, una sensualidad de mentirita. La mujer dejó encantados a muchos hombres, y sus semejantes quisieron imitarla en lo adelante para despertar, en los machos, deseos.
Y eso mismo decidió la tramposa “revolución” para los festejos de este año. Esa “revolución” que reconoce muy bien sus aprietos, quiso tapar las verdades con un dedo, y decidió usar esa “encantada” geografía habanera para hacer sus triquiñuelas. Los comunistas levantaron esta vez la carpa en uno de los sitios más emblemáticos de la capital para que sus habitantes se pusieran a bailar y olvidaran sus pesares. La “revolución” plantó allí la carpa y nos invitó al circo, decidió que nada era mejor para limar las asperezas que complacer al espíritu bailarín de los cubanos.
La “revolución” propuso “mover los esqueletos” para tranquilizar, agotar, a los espíritus inquietos. Los comunistas propusieron el circo para aplacar los sinsabores de la vida, los estragos del estómago, las múltiples penurias. Raúl Castro, el Partido y Díaz-Canel debieron pensar en el baile y reconocieron su importancia a la hora del acatamiento y la mansa resignación. Y es que el sudoroso bailoteo, el júbilo y la cadenciosa “movedera” pueden hacer que los cubanos olvidemos las desgracias, que entendamos el baile como una imagen de luminosidad que nos regalan los comunistas.
El bailador de los comunistas no será tan sutil como el que suponía Nietzsche, el filósofo alemán, pero conseguirá, al menos en esos pocos días de fiesta, ascender, incluso al cielo, y enredarse en las nubes, y suponerse etéreo y hasta cercano a Dios. El bailador olvidará, danzando, sus desgracias, sus disgustos y hasta sus hambres. El bailador cubano de estos días “revolucionarios” ascenderá a las nubes, que sin dudas no es el cielo, aunque puede suceder que algunos crean que bailan bien cerquita de Dios.
Los danzarines cubanos de estas jornadas “festivas” pedirán la música con una exaltación crecida, en medio del arrebato que agota y entorpece. Los cubanos en estos días finales del año olvidarán la rigidez comunista y su pesadumbre, la decadencia de más de sesenta años. Circo, aunque no pan, tendremos los cubanos en estas jornadas finales de 2019. Y para el primer día estará ya levantada la gran carpa que acogerá una multitudinaria rueda de casino.
Todo concluirá con esa rueda, con un círculo de ágiles y cadenciosos bailadores de casino, que se moverán sin reparos al ritmo de la música, sin tener tiempo o tino para comunicarse más allá del movimiento. En la rueda de casino se procurará el compás, la norma que apacigua el entendimiento y alborota el movimiento. En la rueda de casino que decidieron los comunistas para abrir el año, el individuo queda silenciado, apabullado. Y es que la rueda de casino precisa, para que sea exitosa, de un arreglo que sea capaz de desterrar esa individualidad que, también, lleva al diálogo.
La rueda de casino exige el acoplamiento, la conformidad, esa aprobación que resulta imprescindible para conseguir la armonía dentro del comunismo. Si Nietzsche creía que los bailarines tenían el oído en la punta de los pies, los comunistas del patio deben suponer que nuestros danzantes esconden en los calcañales sus cerebros. Sin dudas la “revolución” es tan engañadora como aquella gordita de armada apariencia que andaba por Prado y Neptuno. Sin dudas, son bobos los comunistas que deciden engañarnos con una rueda de casino.
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