jueves, 9 de enero de 2020

La verdad sobre el temor a restaurar Centro Habana.

Por Ernesto Pérez.

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Lo que ha dicho Miguel Díaz-Canel sobre hacer en Centro Habana lo mismo que en la Habana Vieja, lejos de entusiasmar hace temblar a unos cuantos.

Quienes han seguido más o menos de cerca los planes de “restauración” de la Oficina del Historiador podrán intuir los fundamentos de tales temores y qué cosas se ocultarían detrás de tan “bondadosa” pretensión.

Hagámonos tan solo un par de preguntas. La segunda más suspicaz que la primera: ¿Por qué de súbito el gobierno se ha comprometido a restaurar Centro Habana bajo los mismos parámetros que siguió en el casco histórico de la ciudad? ¿Por qué la idea ha surgido a la par que se nombra Primer Ministro a la persona que se ha encargado del más ambicioso plan inversionista para el turismo en el último medio siglo en Cuba?

¿Espontaneidad en un gobierno con poco margen de iniciativa en tales aspectos que involucrarían el desembolso de grandes sumas de divisas, sin que medie una estrategia que recupere la inversión? ¿Pura coincidencia?

Fijémonos en uno de muchos detalles. Cuando anunciaron la restauración del viejo mercado de Cuatro Caminos a algunos llamó la atención el hecho de que un plan inversionista de tal envergadura fuese desarrollado en un lugar fuera del circuito turístico habitual, incluso en el corazón de todo cuanto supone sus antípodas.

Con la transformación del otrora popular mercado de Cuatro Caminos en Centro Comercial, en medio de uno de los barrios más pobres de La Habana, pudiera perfilarse la pauta de lo que vendrá próximamente, y que para nada tendrá como primer objetivo proveer de viviendas dignas al ciudadano de a pie sino, por el contrario, asegurarlo en su personaje de “pieza exótica” dentro de ese gran parque temático donde la “pobrecita gente” parece feliz en su condición de ciudadano de segunda frente al todopoderoso visitante foráneo. Un cliché o versión del “buen salvaje” de la industria turística en el Tercer Mundo.

No son criterios y temores infundados los nuestros. Observando con detenimiento el paisaje urbanístico de la Habana Vieja notaremos el evidente contraste entre una Manzana de Gómez recién transformada en hotel de lujo y los ruinosos edificios colindantes. También las insanas cuarterías que abundan en el Paseo del Prado, apenas a unos metros de esos fastuosos hoteles, con piscinas de bordes infinitos, inaugurados recientemente por Iberostar y Accor.

Pero si no bastara con observar el entorno, entonces confiemos en los datos de la propia Habaguanex S.A., empresa encargada de las inversiones inmobiliarias en Cuba, que para mediados de 2018 apenas había logrado concluir la reparación de la cuarta parte de los edificios que necesitaban ser restaurados en los escasos 4,5 kilómetros cuadrados que mide el perímetro del casco histórico, a pesar de que el programa, en lo esencial, existe desde finales de los años 80.

Más de treinta años han transcurrido desde que la Habana Vieja fuese declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y, tan solo en ese pedacito de urbe, aún se cuentan en más de medio millar los inmuebles en estado crítico, una cifra que contrasta con el centenar de hoteles y hostales construidos o restaurados en la misma área, sin contar las costosísimas rehabilitaciones de edificios como el Gran Teatro de La Habana, el Capitolio, o la legendaria Manzana de Gómez, más otras obras destinadas exclusivamente para el turismo internacional.

El resultado de esa “magnífica gestión”, que pretende hacerse extensiva a Centro Habana, se traduce en sólo 385 viviendas proyectadas dentro de ese perímetro mientras casi la mitad de los cerca de 100 mil habitantes con que contaba el municipio hace apenas cinco años atrás ha sido silenciosamente desplazada (entiéndase mejor “desarraigada”) a zonas periféricas de la capital como Alamar y Capdevila.

Una estrategia de despoblamiento del centro urbano que, de hacerse las cosas exactamente igual a como se hicieron en la Habana Vieja, también pudiera achicar la cifra de poco más de 140 mil  personas que habitan los 3,4 kilómetros cuadrados de Centro Habana. Vamos, como un modo de “hacerles lugar” a los turistas.

No perdamos de vista que tan solo el grupo Gaviota S.A., que hoy cuenta con cerca de 2 mil habitaciones en la capital, aspira a construir 7 mil nuevos cuartos para el 2025, todos en La Habana y la mayor parte de estos al interior del llamado “Circuito de Lujo” donde Centro Habana, aún con sus fealdades, destrucciones, marginalidades y miserias, ocupa un lugar central, estratégico, de modo que sus parcelas, atravesadas entre el Vedado y la Habana Vieja, han cobrado valor suficiente como para que los empresarios extranjeros se las disputen.

Por otra parte, las consecuencias negativas de los desplazamientos de pobladores hacia los municipios de la periferia no solo se reducen al descontento que causa todo desarraigo sino que traerá consigo problemas relacionados con la transportación de pasajeros, el desabastecimiento o el agravamiento de la calidad de los servicios básicos.

Tendríamos el ejemplo más ilustrativo en la desigual distribución de agua potable en la capital de Cuba.

La culminación de los arreglos en la conductora que tributa al centro de la ciudad, realizados contra reloj debido al aumento de las capacidades hoteleras en la Habana Vieja y algunos territorios de Centro Habana, pareciera haber repercutido muy negativamente en los barrios de la periferia donde los ciclos de entrega del líquido se han extendido a períodos que abarcan entre cuatro y más días, lo cual en breve tiempo desencadenará gravísimos problemas de insalubridad.

“Han desvestido un santo para vestir otro”, es la opinión de un sector que si bien entiende las normales afectaciones de la sequía en este período del año para Cuba, tampoco deja de asociar la reparación de la conductora que lleva el agua a los grandes hoteles del Paseo del Prado con la escasez que hoy sufren precisamente esos municipios a donde han ido a parar los mismísimos desplazados del casco histórico.

Por eso es que, mientras algunos en Centro Habana se hacen ilusiones porque aspiran a sacar provecho de la situación futura, otros -los que viven en cuarterías, edificios en ruina, los ilegales o los inmersos en un limbo de legalidad- temen y tiemblan cuando escuchan decir que en sus barrios harán lo mismo que en la Habana Vieja.
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