Por Zoé Valdés.
La China comunista recién ha celebrado por todo lo alto –espectáculo militar supremo mediante– sus 70 años de horror totalitario. Y pensar que le lleva a Cuba sólo nueve años de espanto simulado, o camuflado.
El mundo y la prensa mundial se unieron definitivamente a esa vergonzosa celebración. Olvidando, apartando a los hongkoneses, quienes llevan semanas luchando contra el abuso de la poderosa Gran Hegemonista. Pero, dicho sea, se trata de China, no lo olviden: la del comunismo bestial y esclavista para el pueblo, el capitalismo majestuoso para sus dirigentes y el capitalismo salvaje para los que les trotean y maniobran el negociete.
Las máscaras siguen siendo vistosas de todos modos –antigüedad oblige–, aunque la sangre corra por debajo de ellas en forma de lagrimones rojos y brillantes, que todo hay que patinarlo (de pátina y no de patines) de un cierto arte bling bling de la resurrección.
Cuba, en comparación, se ha quedado muy retrasada. En la isla, donde antes de 1959 todo era bonito y alegre, en la actualidad todo es feo, vulgar, ruinoso y ruidoso. La música cubana verdadera y no la de exportación no existe más que en un cierto exilio que se debate a duras penas por conservarla. El reguetón ha ganado la partida hasta en los discursos del nuevo pelele, que inclusive se ha metido a mediocre bongosero con tal de perdurar, y al que según se rumora en aquella isleta le queda poco, pues podría ser sustituido por Elián González: el niño cuya madre dio la vida en vano, y que con 26 años en las costillas se comporta como el títere de Centurión, o de La Piedra, por control remoto. Para más inri, lo cultureta de exportación no tiene más cerebro que para la gangarria o el esperpento. Cuba no tiene remedio.
Y es que Cuba no sabe ni siquiera copiar del capitalismo como lo hace China, la Gran Copiona. La que, por cada disidente baleado o envenenado, una pieza copiada del tren bala japonés. Y así de suite…
Cuba lo que sí creó durante sesenta años fue escuela. No hay una universidad europea o norteamericana que no se sienta acomplejada y lastimeramente deudora de lo peor de la enseñanza castro-comunista. Hoy, intercambiando con mi apreciado José Luis Mendigutxia a través de Infernet, vía Stalinbook, coincidimos en que Charles Manson, el ideólogo de los asesinatos cuyas víctimas fueron Sharon Tate y compañía, y al que el cineasta Quentin Tarantino acaba de ejecutar –aunque sólo maravillosamente de manera artística– con una magistral película titulada Érase una vez en Hollywood…, es un discípulo, o un doble, de Fidel Castro: un loco, igual al original, que supuestamente iba contra la sociedad capitalista y creaba –como crearon ellos masivamente, Fidel y Raúl Castro– adictos disfuncionales en virtud del crimen y del relajo, y los puso a matar como quien pinta peonías o margaritas japonesas.
Mientras Charles Manson iba a la cárcel, sin embargo, el loco Castro se adueñó de una isla, convirtiéndola en su feudo, y desde allí engatusó al mundo utilizando una ideología romanticona y melosa del abuso, de la masacre, del robo, del engaño, de la corrupción y de la delincuencia en su grado más alto, pero con nivel de causa. Porque todo lo que se necesita para ser sociolisto es la causa. La causa todo lo puede.
En nombre de la causa y de su arrogante necesidad se cometieron y se cometen brutalidades de cualquier género y se logró y se logra ejercer de bestia con licencia para el destrozo de países y continentes enteros. Igual, más o menos que en una peli de Tarantino, aunque sin cámaras ni rollos de películas. En la vida real, quoi!
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