Y pensar que la solución la teníamos tan a mano. Tan ahí. ¡La vuelta a las Diplotiendas, carajo! ¿Cómo no se nos ocurrió antes? Por eso la máxima dirigencia tiene que insistir en aquello de preservar la memoria histórica. Uno nunca sabe cuándo deba echar mano a una grandiosa idea del pasado.
Lo único es que ahora la Cuba de Díaz-Canel, que es también la de Valdés Mesa, ha modernizado el mecanismo. Como corresponde a una nación cubana con más ingenieros y médicos per cápita que agujas para inyectar o cartabones para medir.
Antes te recogían el oro que llevabas en las manos, o colgado al cuello o en las orejas, y te entregaban en tus manitas obreras algunos billetes despenalizados o espejitos de colores, según la ocasión.
Ahora te recogen las libras esterlinas, o los dólares, o los euros y te inscriben un numerito en una tarjeta magnética con la cual podrás, ¡dime algo!, adquirir un prodigio tecnológico como un refrigerador de nosecuántos pies cúbicos o un televisor de tantas pulgadas como tu imaginación permita. Cuarenta y dos, digamos.
Eso sí: como ellos son continuidad, y como esa continuidad ha resucitado las Diplotiendas versión 2.0, no olvides que dificultar las cosas es tan autóctono en la burocracia tropical castrista como el plan jaba o el pollo por pescado.
En un mundo donde la tendencia general es la simplificación extrema de cualquier procedimiento, sobre todo el de la compra venta; en un siglo donde compramos la comida de esta tarde o los zapatos para la boda del mes entrante desde nuestros teléfonos y confirmamos la transacción con las retinas que la biología nos colocó al nacer, Cuba tiene tiendas con productos en pesos cubanos, tiendas con productos en pesos convertibles, y tiendas con productos en dólares, euros, libras, o cualquier otra moneda fuerte.
Los papeles pintados con los que compras en unas no sirven para comprar en otras. No puedes entrar a un servicentro a comprar un refresco de misericordia contra el sol, y pagar con un euro que te dejó un turista la semana pasada. Para beneficiarte de ese euro, compañero, debes ir a un banco debidamente dispuesto y colocarlo en tu tarjetita electrónica y luego ir a una de las setenta tiendas debidamente dispuestas también, solo a esas. Y allí no habrá refrescos de misericordia contra el sol, una pena.
No puedes, menos que menos, pagar con pesos cubanos en las tiendas donde se expenden los productos de “línea económica”, según la sesuda definición que nos lanzara en la jeta Meisi Bolaños, Ministra de Finanzas y Precios.
O sea, traduciendo: que para comprar una olla arrocera debes ir con pesos convertibles a las TRD, pero si se te ocurre ahí mismo comprar una lavadora Daewoo, debes ir a otra tienda y pagar con la tarjetita de los cojones, y si ya de paso tienes que comprar los mandados debes ir a la casilla con otra moneda.
Para un televisor de hasta 32 pulgadas vas a la tienda de los CUC. Para un televisor de más de 32 pulgadas vas a la tienda de los dólares o los yenes.
Todos locos, queridos míos. Todos subiéndose por las paredes y hablando musarañas.
La complicación de las simplicidades tiende, como las asíntotas matemáticas, a alcanzar infinitamente una meta. Pero sin alcanzarla. De tal forma, en la Cuba de los barcos que llegan a fin de mes con un poco de petróleo de última hora en la barriga, los dirigentes no pueden, no saben, no entienden cómo decir las cosas de tal forma que se les entienda.
Me explico. Cuando alguien decidió que estas 70 tiendas entrarán en funcionamiento a finales de este mes, digamos que el 25 de octubre, le pasaron el memo a este vicepresidente Salvador Valdés Mesa, un derroche de carisma, oratoria y claridad en las ideas, para que dijera que “las ventas se comenzarían a producir, gradualmente, durante la tercera decena de este mes”.
Dime si no es para matar o morir.
Este mismo ganapán con guayabera al que le han endilgado el cargo, vaya usted a saber cómo o por qué, de vicepresidente de la República, nos ha dicho que los precios de los televisores que la Revolución trapichará en sus nuevas tiendas serán “competitivos con el mercado minorista de los países de nuestra área geográfica”, y que “no serán precios fijos, pero tampoco recaudatorios”.
O sea: serán costos que no querrán costar. Una entelequia delicadísima.
No me extraña que hoy los cubanos amanecieran menos informados que ayer. Cosa que, bien mirada, es un desafío: no es fácil dejar a un pueblo entero más confundido luego de dos horas de explicaciones, que como ya estaba antes. Son unos superdotados. Creo recordar que un personaje de García Márquez tenía, según el narrador, una forma de hablar que más que para decir servía para ocultar. La nomenclatura cubana vaya si entiende de eso.
De lo que no entiende es de fronteras al ridículo. Esa asignatura se la escaquearon, pillos verdeolivos. Porque una mesa solemne, con rostros adustos como de quien expondrá el santo grial del pensamiento estadista moderno, para conversarnos sobre el precio de una lavadora con todos sus kilogramos (9kg, marca Samsung, ministra Bolaños Weiss dixit), y para instruirnos sobre cómo sacarles de sus bolsillos a los cubanos el puñado de dólares americanos o canadienses que les queden será lo que atraiga el bienestar y la prosperidad a la Patria, es como para reírse o enfadarse. Sin pasillos intermedios.
Eso sí: luego uno recuerda que el presidente que preside todo esto nos dice una y otra vez, una y otra vez, lo mismo en un tweet sobre marcha de antorchas que en unas condolencias por una bebita muerta, que Somos Continuidad, y al menos hay que darle el beneficio de la coherencia.
Si a inicios de los 2000 Fidel Castro, de cuerpo ausente pero legado presente, invirtió montañas de horas televisivas para enseñarnos a cocinar arroz en las ollas reinas, o para divertirse con el funcionamiento de los ventiladores de aspas de lavadora (los mismos con los que su teleaudiencia se había mal refrescado durante las últimas décadas), ¿por qué sus discípulos de ahora no pueden hablarnos de televisores LED y split nosemasqué?
El mismo Partido Comunista que prometió acabar con la doble moneda ha cumplido con el pueblo. Ahora se tienen, mínimo, tres. El mismo partido eternizado en una Constitución dibujada a su imagen y semejanza, frente a la incapacidad de importar más decide esquilmar los dólares de los bolsillos cubanos, para que estos, por su cuenta, importen menos.
A esto la literatura le llama algo así como real maravilloso. Una isla desorientada, a la deriva como la “Balsa de Piedra”, de Saramago, donde un día caen meteoritos y al otro fundan tiendas del pasado para impulsarse al futuro.
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