Si me preguntaran cómo definir la crisis socioeconómica que azota a Cuba, especialmente a la capital, me inclinaría por calificarla de estable y con altas probabilidades de un recrudecimiento en los meses venideros.
En realidad, todavía no alcanza los picos de depauperación que incentiven disturbios espontáneos, el incremento de los hechos vandálicos u otros efectos asociados.
Las carencias son, hasta cierto punto, manejables. El desabastecimiento en las tiendas no llega a ser total. Aún se consiguen productos de primera necesidad, pero no siempre es fácil. Las intermitencias de los suministros y las limitadas cantidades de productos disponibles terminan por fomentar riñas, acaparamientos y largas esperas a la intemperie, pero a pesar de las dificultades, queda algún margen para maniobrar en el angosto camino de la supervivencia.
El video de un hombre devorando un caracol gigante africano tras cocinarlo en un fogón artesanal podría ser un presagio de las penurias por venir. La ingestión de ese tóxico molusco, considerado una plaga que ha causado afectaciones en la agricultura, rememora los períodos más duros de la escasez padecida en el primer cuatrienio de los años 90 de la pasada centuria.
Recuerdo la caza de gatos para freírlos a fuego lento, los baños con bejucos, el popular bistec de corteza de toronja y el picadillo de cáscara de plátano burro, por solo citar algunas de las inventivas que ayudaron a calmar el hambre, y en el caso del aseo, a combatir o evitar la sarna y otras enfermedades de la piel.
El peligro de que esas circunstancias aparezcan nuevamente es más real de lo que se pudiera imaginar. No es una caprichosa suposición se trata del punto culminante de una debacle que se viene gestando desde el momento en que se implantó el actual modelo de inspiración estalinista.
El gradual descenso en los envíos de petróleo desde Venezuela a raíz de las sanciones estadounidenses a las navieras que lo transportan hacia la Isla y los graves problemas estructurales de la economía del país sudamericano, que han provocado una notable merma en la producción de hidrocarburos, amenazan con obstaculizar los esfuerzos por garantizar la continuidad del socialismo en Cuba, tal y como predican los funcionarios del gobierno.
A falta de subvenciones externas y con una economía que, en vez de respirar, jadea en medio de las habituales piruetas estadísticas que intentan ocultar los fracasos, se acerca el desastre final.
En el horizonte no hay ningún padrino que se comprometa a solventar la situación con la entrega de dinero a fondo perdido, tal y como ocurrió, primero con los soviéticos y después con Hugo Chávez y su heredero.
Putin se complace en ofrecer ademanes, nada concreto que suponga una donación multimillonaria que se acerque a las que sus predecesores autorizaban alegremente.
La nomenclatura china, salvo alguna que otra dádiva irrelevante, tampoco estaría dispuesta a inundar de capital fresco las arcas de la élite política nacional por afinidades ideológicas u otros motivos que no estén bajo la ecuación de inversión y ganancias seguras.
Los tiempos anuncian tormentas, y digo esto pensando en el hombre que se zampó el caracol africano. Si no tuvo ningún percance de salud, pues muchos coterráneos tomarán nota para tenerlo entre los posibles alimentos a consumir cuando comiencen los apagones de larga duración, las tiendas cierren por falta de mercancías y haya que trasladarse en bicicleta o a pie a falta de ómnibus y taxis.
La calma que hoy se respira en La Habana es relativa. El descontento es mayor que hace algunos meses atrás. Los cubanos están hartos de una vida sin propósito bajo consignas patrióticas, insuficiencias materiales de vieja data, prohibiciones absurdas y promesas que nunca se cumplen.
Más privaciones casi en las postrimerías del 2019 es algo preocupante. Una realidad que la gente no va a aguantar por mucho tiempo.
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