La peor pesadilla que puede sufrir un cubano antimperialista es tener prohibido visitar la tierra del Imperio que tanto asegura despreciar. En esa especie de tortuosa relación amor-odio al mejor estilo de una telenovela jabonera donde la cursilería y la perreta asumen roles protagónicos en las escenas cotidianas del país, estos cubanos lloran, insultan, viven y se arrastran a la espera de un permiso humanitario, una visa por reunificación familiar o un viaje a Orlando, Miami o Tampa.
Cuando de la posibilidad de viajar a las entrañas del monstruo se trata, atrás, bien lejos y olvidados hasta el próximo capítulo, quedan expresiones falsas y grotescas como “a los yanquis ni un tantico así”, “Señores imperialistas, no les tenemos ningún miedo”, “Helms-Burton, contra la dignidad e independencia de mi patria, no nos entendemos” y la peor de todas: “¡Que se vaya la gusanera!”
Después del prolongado culebrón de “vete y no te vayas” escenificado por las autoridades cubanas en torno a la reanudación de relaciones Cuba-Estados Unidos, rotas por la isla en su enfermizo afán por conservar una supuesta independencia y pureza ética perdidas entre las garras del oso ruso y las patas del perro chino, aún se lanzan requiebros y culpas para evitar la ruptura definitiva.
El desdoblamiento histriónico del canciller Bruno Rodríguez Parrilla ante la prohibición de que la cúpula gobernante y su familia puedan viajar a los Estados Unidos, y el monólogo en Twitter del viceministro de Cultura Fernando Rojas en cínica defensa de la visita de su hija a Miami, son una muestra evidente del anhelo por visitar esa nación decadente” y el sistema que atacan sin piedad.
Pero esta dualidad de sentimientos encontrados o hipocresía de cuartel no sólo distingue a quienes durante seis décadas en el poder han tratado de inocular, en vano, resentimiento y odio contra los Estados Unidos, sino también a los que desde lo más bajo de la sociedad han asomado su cabeza de las alcantarillas para condenar al imperio y criticar a los cubanos que viven en él.
Aunque si bien resulta imposible perdonar a quienes a sangre y fuego tomaron el poder en Cuba y luego se dedicaron a propagandizar o reprimir a favor de la Revolución, para en un final camaleónico ir a dar con su discurso hueco al imperio que decían combatir, tampoco es para pasar por alto a esa hez de la sociedad que delató, lanzó piedras y huevos contra familiares y vecinos que decidieron abandonar el país para residen donde ellos sueñan con estar algún día, o ya están.
Es insultante, para no decir barriotero y bajo que quienes agredieron o acosaron a los que emigraron o simplemente desearon emigrar, hoy disfruten de un sistema democrático que combatieron hasta la saciedad, mientras sus víctimas aún arden en el infierno que ellos defendieron o simularon defender, en una actitud envilecida que no deja de progresar en Cuba.
Sólo con ver o escuchar a estos palurdos represores o tracatanes expresar sus supuestos odios al imperio en las calles o la pantalla de la televisión y luego verlos ir o regresar, dar chillidos de indignación, lanzar improperios o armar perretas contra “yanquinlandia” si no los dejan entrar, se la ponen difícil o les suspenden el viaje por cualquier situación, basta para despreciar esta chusma diligente, no importa si habita en las altas esferas o en medio de las aguas albañales de la nación.
Que en los últimos tiempos “aguerridos” antimperialistas que posan de patriotas, revolucionarios y socialistas en las malolientes y oscuras calles de la isla, decidan residir de forma permanente o pasar sus vacaciones en tierras imperiales, a costa de las remesas familiares que reciben, por el trabajo que realizan allá, o gracias al dinero que roban algunos poderosos padres del erario nacional, evidencian que más que odio y resentimiento, es amor, envidia por todo lo de allá.
Si son tan patriotas, comprometidos y antimperialistas, ¿por qué no vacacionan en la Caracas de Maduro y el Pionyang de Kim Jong Un? ¿O cantan serenatas en tiempo de reguetón a las 40 mujeres de Mswati III, Rey de Suazilandia, y hablan de política con la Gran Elefanta (La Reina Madre o Indovuzaki), en vez de ir al imperio que, según los salmos verde olivo, los suele despreciar?
La realidad es que ya es hora de ponerle fin al trágico culebrón. Quitarse los disfraces, salir del personaje y empezar a mostrarse como son: cobardes, trapaleros, arribistas y todo lo demás que genera una revolución que escribe los guiones a punta de pistola, diseña las luces, el sonido, la escenografía, y da la voz de corten o grabando en esta telenovela interminable: Te odio, mi amor.
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