El «período especial en tiempos de paz» fue la máscara o el capuchón que el gobierno cubano le puso en el rostro y en la cabeza a los primeros años de la década de 1990, para asumir la debacle de la caída en picada, de repente y sin previo aviso, de la Unión Soviética, la madre, el padre y la hermana mayor de la vida en la Cuba aquellos tiempos.
Ahora, el proceso de la «situación coyuntural», es algo muy similar, una pincelada del recuerdo del siglo pasado, un refuerzo para los disfraces de la existencia del país. Se trata de un antifaz para disimular la crisis del petróleo venezolano y la eventual salida del poder de Nicolás Maduro, un dictador brutal y torpe, pero muy bien asesorado desde La Habana, que es hoy el pariente más cercano del grupo venezolano de poder.
La dictadura cubana tiene que usar esas máscaras y esos eufemismos, porque siempre ha necesitado del apoyo de cómplices y amigotes para sobrevivir en sus islotes de privilegios. La nación nunca ha emprendido un camino legítimo basado en sus recursos, en el talento y el esfuerzo de sus ciudadanos, para que su viaje al futuro sólo requiera de la colaboración de países cercanos o amigos y no de la dependencia directa y rastrera que imponen las ideologías.
Hay, a todas luces, una paralización general que incluye a los gobernantes. Ellos deben de estar pensando de la manera más urgente posible en darle una salida superficial y con algún embozo, a los graves asuntos que afectan a la Isla. Pero, eso sí, sin moverse ni un milímetro de sus puestos de mando, ni de las poltronas desde las que han conseguido arruinar a Cuba y martirizar a sus habitantes.
La sociedad cubana, los grandes sectores de la población, están como congelados, atrapados y sin salida por los mecanismos dramáticos de la pobreza o de la miseria. Esos factores intervienen con saña en el empeño de vivir, alimentarse, buscar la estabilidad y la felicidad todos los días y, lo que es peor, tienden unas redes de incertidumbre y desamparo, que le impiden a la gente ver en qué dirección y a qué distancia debe de estar el porvenir.
La magia y la política vivaquean en mundos muy diferentes y lo que requieren 60 años de ambiciones, palos de ciego y mentiras, son medidas coherentes, trasformaciones profundas, que lleven a Cuba a la libertad, el bienestar y el progreso. Lejos de cualquier momento que tenga que ver con el pasado y su oscura cadena.
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