Por Esteban Fernández.
El fallo garrafal de nosotros ha sido, a través de toda nuestra historia, confiar y levantarles altares a desconocidos. Convertir en ídolos a personas que más tarde nos decepcionarían y siempre nos hicieron comprender la monumental metedura de pata que dimos al creer en ellos.
Yo imaginaba que con la gran fe que millones de cubanos depositaron en Fidel Castro y la gran debacle producida por este individuo (que resultó ser un monstruo) eso debía habernos curado de este grave error colectivo. Pero la desesperación hace padecer alucinaciones.
Un pueblo que creyó en la ridiculez de "Clavelito", en su vaso de agua encima del radio, y su “Pon tu pensamiento en mí...”, una nación que le brindó una abrumadora mayoría de votos a un demagogo llamado José Pardo Llada, y que le dio una victoria al guajiro Benito Remedios sobre un brillante intelectual llamado Jorge Mañach, ya debía estar escamado, pero tal parece que no es así. Seguimos comiendo lo que pica el pollo, y pensando que los Tres Reyes Magos nos traerán la libertad.
La lección que debíamos haber aprendido los cubanos es: no confiar absolutamente en nadie que no conocemos a fondo. Antes de aceptar a un vocero- o un líder- debemos saber ¿cuáles son sus antecedentes o background? Es decir, que nos presente un resumen de sus actividades durante, por lo menos, los últimos 20 años.
Y no permitir ni la más ligera mentira a quien intentamos convertirlo en nuestro dirigente. Vivimos en los Estados Unidos donde para que nos dejen trabajar en una fábrica nos hacen llenar una planilla con más requisitos que los que mis compatriotas les exigen a quienes intentan endiosar. Hasta al mejor amigo que yo tenga durante 40 años si lo cojo en una monumental mentira, o pide la libertad de los cinco espías, ahí mismo lo mando a freír espárragos.
Llámenme desconfiado, considérenme paranoico, díganme que estoy viendo fantasmas por todas partes, y yo les respondo con un simple: “A mí no hay quien me ponga un solitario infiltrado en mi entorno íntimo”... Alrededor yo tengo una coraza invisible mediante la cual nadie puede penetrar, y mucho menos me permite seguir a nadie ciegamente, sin que yo sepa que huevo lo puso y cuál ha sido su postura en esta contienda- en todos los sentidos- contra el castrismo. Nada de medias tintas.
Pero todavía, a estas alturas, escuchamos y leemos a muchos diciendo: “¡Ay, pero que bonito habla fulanita, que sincera luce, que manera de expresarse!”. Y ¿palabras parecidas no las escuchamos en 1959 y ya ustedes saben lo que les pasó?...
Si fuera la primera vez que escuchamos los cantos de sirena y nunca antes fuimos víctimas del culto a la personalidad, yo comprendería mejor la inocentada. Pero los cubanos nos hemos sentido decepcionados por casi todos los gobernantes durante 100 años, el castrismo pasó en 15 días de libertadores a esclavistas, y en el exilio cada vez que nos hemos emocionado con algún líder después ha cundido la desesperanza. Personalmente yo “me comí el millo” con José Elías de la Torriente y estaba seguro que el viejo iba a resolver algo...Puras pamplinas.
Y ¿qué pasará con los que defienden a capa y espada a los que no conocen íntimamente cuando llegue la tremenda desilusión? Nada, no pasará nada, desaparecerán, irán al retiro de nuevo, sin pedir disculpas y sin ponerse un cubo de mondongo en las cabezas.
Y ¿quiénes quedaran en el ruedo? Los combatientes de siempre, los que jamás han claudicado y no se dejan engañar por promesas ni elocuencias. Darle tiempo al tiempo, y vamos a ver quién tiene la razón, y si alguno de los que no confío- que son muchísimos- libera a Cuba soy el primero que tendría que ponerse, de buena gana, un cartucho lleno caca en el coco. Y Tito Rodríguez Oltmans va a tener que tragarse el micrófono de Radio Mambí. Ojalá fuera así
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