lunes, 15 de julio de 2013

El valor de no volver a Cuba.

Por Esteban Fernández.

Últimamente se habla mucho de la gran valentía que hay que tener para regresar a vivir en Cuba y jugarse el pellejo. Mis héroes son otros y por eso quiero hablarles hoy del gran valor de, queriendo entrañablemente a familiares cercanos y adorando al país nativo, NO REGRESAR JAMÁS. Eso no es nada sencillo. Eso no es jamón serrano. Ahí si es donde hay que tener los pantalones bien puestos.

¿Qué pasó con aquellos gritos de "¡Que se vaya la gusanera!" y con el discurso de Fidel Castro (puede verse al inicio de la película "Scarface"): "¡No los queremos, no los necesitamos, que se vayan a revolcar en el estercolero del imperialismo yanqui!"?... Mientras tanto, los esbirros escupían y les echaban los perros a los que abandonaban el país a través del Mariel. Unos han olvidado las afrentas, pero a otros nos es imposible borrarlas de nuestras mentes.

Y cuando el jovencito cubano mire a sus abuelos debe sentirse orgulloso y pensar: “Estos venerables ancianos quieren a Cuba con todas sus fuerzas, viven hablando de Cuba constantemente y extrañando al pueblo donde nacieron y se criaron, nada es más importante para mi abuelito y abuelita que su país de origen, sin embargo, llevan más de 50 años estoicamente sin pisar esa tierra sagrada para ellos”. ¡Qué gran valor el de esos hombres y mujeres oriundos de la Perla del Caribe!

Está de moda que a los tres meses de estar aquí ya comiencen las quejas sobre lo mucho que se extraña a la tía Cachita que atrás quedó. Pero este escrito no es para atacar a los que vienen aquí simplemente a forrajear sino para aupar y felicitar a los que vienen padeciendo la ausencia de la Patria desde 1959 y desde todas las décadas posteriores.

Porque aguantan, resisten la tentación, y persisten en el firme convencimiento de que mientras la tiranía perdure en el poder no ponen un pie en territorio cubano. Y consideran firmemente que es imposible ir allí sin al mismo tiempo cooperar con el oprobioso sistema.

Personalmente yo no quiero incluirme, ni darme coba, ni recibir felicitaciones por no haber regresado en casi 51 años. De mi parte no hay méritos por varias razones: Desde el mismo 12 de agosto del año 62 yo estuve completamente convencido de que aquello no duraba dos meses en el poder. Y al escribir estas líneas sigo aferrado a la idea de que llegará el momento en que Dios realice el milagro de la resurrección de Cuba. Yo siempre he sido de esos creyentes que viven convencidos de que el lechoncito nos lo comemos las próximas Navidades en Cuba libre. 

Es decir, que si bien es cierto que me he mantenido firme en no haber visto más al país, ni a mis seres queridos- ni a mi madre, ni a mi padre, ni a mi hermano- me ha ayudado mucho mi gran fe en que el régimen se viene abajo en cualquier momento y yo regreso con la cabeza en alto.

Número dos, porque desde que llegué comencé a hacer gestiones tratando de lograr el regreso digno. Eso siempre me ha mantenido entretenido y optimista y al mismo tiempo me ha hermanado con muchos cubanos que no han claudicado y que una simple duda o un traspié de mi parte representarían una traición a la causa en que siempre he creído... Y quede claro que esos amigos míos si visitaran Cuba irían directamente de Rancho Boyeros al paredón de fusilamientos. 

Y por último, les he hablado mucho de las charlas de mi padre. Y dentro de ellas había dos firmes cláusulas: “Esto se cae” y “Aquí usted no regresa ni a buscar -ni a traerme- centenes hasta que este tormento desaparezca”.

Es decir, repito, que mi largo exilio ha sido relativamente tolerable por la seguridad de que aquello va abajo, porque no hay mal que dure cien años, por la fidelidad absoluta a mis compañeros de lucha, y por las convicciones, consejos y órdenes de mi padre.

Ah, y muy importante, porque mi fe en el triunfo es una especie de salvoconducto que no me permite morirme antes de tiempo sin lograr ver la libertad total de mi terruño. Y se lo digo al médico de turno aunque se ría: “Doctor, no se preocupe que yo soy inmortal mientras Cuba no sea libre y soberana y yo pueda recorrer todo el país de San Antonio a Maisí”.

Y cuidadito que si me equivoco y caigo antes, entonces mi fantasma visitará a Güines sin los Castro en el poder... Y a los fidelistas que queden vivos simplemente voy a halarles las patas de madrugada. Juégueselo todo al canelo.
Share:

0 comments:

Publicar un comentario