martes, 9 de julio de 2013

Castrología.

Por Arnaldo M. Fernández.


Uno de los silogismos más persistentes del anticastrismo reza: si se da información al pueblo cubano, entonces se tornará más anticastrista. No hay indicio de que así sea y la prueba histórica data por los menos desde que el agente de la CIA David Atlee Phillips localizó en Alemania un transmisor (50 kW) del ejército de EE. UU. y con ayuda de la marina consiguió instalarlo en Swan Islands (Islas Santanillas, Honduras) para reforzar (mayo 17, 1960) la guerra radical que ya había principiado con el reinicio (marzo 21, 1969) de las transmisiones en español de Voz de América (VOA) “with an eye toward Cuba”.

El decurso irracional de la guerra informativa ha llegado al absurdo tecnológico de TV Martí, que no se vería en Cuba -por la facilidad de interferencia- aunque el avión C-130 volara en círculos sobre la heladería Coppelia. Sin embargo, el silogismo persiste como whisful thinking de que la revolución tecnológica conduce en derechura a la revolución política: “If the people of Cuba have the ability to communicate with each other and the outside world and to receive information in real-time - not just about what’s happening on the island, but about the opportunities that people have all over the planet - the Castro government wouldn’t last but a few months, and they know that,” dijo el senador Marco Rubio en evento (marzo 22, 2012) de Heritage Foundation y Google Ideas.

Y lo que es peor: ni siquiera «dar información» queda bien sentado como premisa mayor, porque la rutina productiva de los medios suele generar desinformación y la proclividad a la novelería y la habladuría se agudiza en el ciberespacio. El quid de la estrategia informativa anticastrista no es otro que la desacreditada presunción de que los mensajes son balas mágicas o agujas hipodérmicas que provocan reacción en cadena entre los receptores (J. Michael Sproule: “Progressive Propaganda Critics and the Magic Bullet Myth”, Critical Studies in Mass Communication, No. 3, septiembre 1989, páginas 225-46 passim).

Desengañémonos: ningún producto comunicativo compele a la militancia. Mandar a Cuba toda la parafernalia de Internet y televisión por satélite no surtirá más efecto dentro de la Isla que entre los cubanos en el sur de la Florida, que con todas las facilidades de acceso vienen desligándose cada vez más del anticastrismo. Se prefieren los espacios de entretenimiento antes que de reflexión y se atiende a las noticias estridentes antes que a la información de relevancia política. Tampoco cabe esperar que la gente allá reaccione porque le digan por radio, televisión, correo electrónico, YouTube, Facebook o lo que sea las cosas que viven a diario y saben desde hace ya mucho, mucho tiempo. Ni qué decir de los desvaríos y estupideces que se difunden como mensajes ilustradores y certeros, ni de los hazmerreíres que posan de analistas políticos.
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